Feria de Bilbao: los toros que «se dejan»

Solo Diego Urdiales logra un trofeo en una floja corrida de Zalduendo

Diego Urdiales Efe

Andrés Amorós

En Fallas, una mala caída le destrozó a Ponce la rodilla: la temida «triada», que, a cualquier futbolista, le impide jugar una temporada entera. Sólo cinco meses después, Enrique –que ya no es un chaval– ha reaparecido indultando un toro, en El Puerto de Santa María, y acude dos tardes a Bilbao. Ésa es la responsabilidad de una figura cuyas estadísticas no tienen parangón.

Por fin, la Plaza registra una buena entrada, con un interesante cartel de toreros. A Ponce y a Urdiales, muy queridos aquí, se les recibe con una ovación. Zalduendo lidió una buena corrida en San Isidro pero decepcionó la de San Sebastián. Los de esta tarde, flojean, dan pobre juego en el caballo, son sosos y manejables. Sólo Urdiales logra un trofeo y Ginés Marín lo pierde por la espada.

El primero derriba dos veces pero flaquea, se queda corto. Con su conocida maestría, Ponce le va sacando más de lo que el toro parecía tener, metiéndose en su terreno, tirando de él, mandando con guante de seda, y logra un buen espadazo. Una demostración más de sabia madurez. No se concede la oreja, a pesar de la fuerte petición: debió dar la vuelta al ruedo. Aunque el cuarto es soso y distraído, lo brinda al público: le va enseñando a embestir, saca agua del pozo medio seco. Los naturales solemnes y los cambios de mano sorprenden; lo lleva prendido a la muleta, con maestría y estética. Como tantas veces, se ha de inventar la faena, con una birria de toro, que acaba rajado, en chiqueros.

Enrique Ponce Efe

Urdiales suele dar su mejor versión en Bilbao, donde es muy querido. Flaquea de salida el feo segundo, muy protestado, al que apenas le pican; luego, se viene arriba y da buen juego. Diego dibuja muletazos con naturalidad y clasicismo, que fluyen suavemente y encantan al público. Estocada desprendida: oreja. También cae y es protestado el quinto, se aplaude que no le piquen. Se luce El Víctor, con los palos. El toro deja estar pero no transmite nada. Traza algunos muletazos con buen estilo a un toro parado y la gente acaba aburriéndose. Mata sin estrecharse, a la tercera.

Viene Ginés Marín de cortar orejas en Almería. Su facilidad y estéticas son evidentes. ¿Qué le falta para afianzarse como primera figura? También flaquea y pican poco al tercero, que tardea, se distrae. Ginés empieza bien pero el toro se acaba enseguida y se frustra la faena. Mata bien. Recibe con buenos lances al último, bien armado. Saluda Antonio Manuel Punta, en banderillas. Traza muletazos estéticos a un toro suavón y bondadoso pero pierde la oreja por la espada.

Tres buenos toreros, sin toros; quiero decir, sin toros con la fuerza y la casta que deben tener, aunque alguno resulte manejable. Son los toros que «se dejan», según la horrible expresión actual. No es una excusa sino una realidad. Pero son los diestros los que han elegido –o aceptado– estos toros. Así, todo se queda a medias, aunque se corte algún trofeo. A mí me hubiera gustado ver a estos tres matadores con los toros de Torrestrella que se lidiaron el día anterior. Evidentemente, a ellos, no. Así, desde luego, están más cómodos pero creo que se equivocan: ellos no pueden lograr un triunfo rotundo y el público se aburre.

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