Los Torreznos: un brindis por el arte

En un mundo de «curator», «collector» y «VIPs», esto es, con un zoológico (bienales, museos, ferias de arte y otros aposentos estéticos) repleto de pretenciosos, esta pareja aclara la cosa

Un momento del espectáculo ABC

FERNANDO CASTRO FLÓREZ

Los Torreznos no son, aunque suene extraño, nada grasientos, aunque cuando se «descamisan» muestren unas lorzas propias de la edad. No me refiero, como podrá deducirse, al producto (contundente) del «tapeo», sino a ese dúo de performers ( Rafael Lamata y Jaime Vallaurre ) que llevan años haciendo las delicias del personal. En buena medida, son ya unos «clásicos» y sus espectáculos convocan a los «habituales» que saben que tendrán una ocasión para disfrutar de humor inteligente y, sobre todo, de las más brillantes parodias del mundo «cultureta». Tras batallar en la precaria escena underground madrileña, comenzaron a ser reconocidos hace unos años, cuando Alberto Ruiz de Samaniego los incluyó en su propuesta para el Pabellón Español de la Bienal de Venecia y, tal vez, su exposición en el Centro de Arte Dos de Mayo certificó lo que todo el mundo sabía: son los más lúcidos herederos de esa línea de «arte de acción» que viene desde Valcárcel Medina y ZAJ pero que retoma aspectos del humor «ramoniano» o del disparate buñuelesco.

Piezas como «La Cultura», que presentaron en 2017 en la Feria del Libro de Guadalajara, son auténticos torpedos lanzados al transatlántico de la «pedantería». En «El arte» , que acaban de estrenar en la Sala Negra de Los Teatros del Canal , prosiguen con sus sarcasmos sobre el postureo estético. Utilizando únicamente diez sillas y con su «normativa indumentaria» (trajes negros) plantean una suerte de «pedagogía» hilarante para entender el mundo del arte en diez tesis. Lo más sorprendente es que lo hacen en inglés, aunque sería más oportuno decir que se expresan en lo que Hyto Steyerl llamó «latín internacional de discoteca». Incluso aquellos que no saben ni una palabra del idioma de Shakespeare entenderán estas lúcidas bufonadas de Los Torreznos. En un mundo de «curator», «collector» y «VIPs» , esto es, con un zoológico (bienales, museos, ferias de arte y otros aposentos estéticos) repleto de pretenciosos, esta pareja aclara, en una especie de imaginario juego de las sillas, la cosa: tiempo, energía, ritual, emoción, concepto, alma y otras zarandajas son ejemplificadas de la forma delirante imaginable.

No falta, a estas alturas de la jugada, la exhibición y el consumo de plátanos, en oportuna parodia de aquella «ocurrencia» de Cattelan en Miami-Basel . Tras más de una hora de divertidas explicaciones que generaron no pocas carcajadas, Los Torreznos se colocaron unas pelucas, a medio camino del troglodita o del heavy-metal, y se pusieron a discutir sobre la originalidad de una fotocopia de la Gioconda. La sombra de Duchamp es alargada, aunque en esta ocasión, por lo menos, la cosa no degeneró nunca en homilía «conceptual». Al final, con todo el desparpajo del mundo, invitaron al respetable a tomar, literalmente, asiento e incluso tomarse un vino. El brindis final fue rubricado por una larga ovación. Un par de artistas que, como se pudo comprobar, no pasan hambre y hasta invitan al respetable.

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