FESTIVAL DE SEVILLA DE CINE EUROPEO

Los peajes de la mirada europea

«Notturno», «Siberia» y «La vida era eso» protagonizan la segunda jornada en la sección oficial

Willem Dafoe protagoniza «Siberia» de Abel Ferrara ABC

Alfonso Crespo

Lo que espía Gianfranco Rosi entre fronteras —las de Irak, Kurdistán, Siria y Líbano — es una corriente inmutable, que la vida sigue pese a todo, incluso cuando la guerra supone un ruido de fondo cotidiano . Hay en « Notturno » imágenes potentes, como la de una madre que tantea las huellas invisibles del hijo asesinado en las paredes de la que fue su celda, pero cuando el documental deja de lado la palabra —el canon «lanzmanniano»— siempre acecha la tentación preciosista, el montaje sinfónico que no sabe de ideologías desde los días del más bien nazi Walter Ruttmann.

Al pasear la cámara por el desastre, Rosi, por contraste, nos hizo recordar a Jocelyne Saab y su herida libanesa, a la posibilidad de un cine militante e implicado en primera persona. Dos ficciones completaron esta segunda jornada en la sección oficial.

«La vida era eso»

En «La vida era eso» , que se alinea, con evidente autoconsciencia, con un reconocible tono menor —«el paradigma Solas», digamos—, cada uno de los terremotos del guión (el drástico paso al «off» de una de las protagonistas o la asunción de la necesidad de un viaje iniciático por parte de la otra) no deja ni una muesca en la materia de la película.

Es decir, nada de «aventura» en el sentido del viejo Antonioni , y eso que el maestro también suspendió la identidad de su actor principal por tierras almerienses en «El reportero» , sino una correa corta y literaria que ata la película, como si mediante un puñado de primeros planos sostenidos David Martín de los Santos pudiera transmitir algún un tipo de revelación por arte de magia.

Abel Ferrara

Los tejemanejes europeos de Ferrara lo volvieron a arrastrar al festival, y en «Siberia» , doble alucinado de su anterior «Tommaso» , eleva un edificio fílmico sujeto a un cimiento bastante disparatado: cuanto más ilógico en la expresión, más explícito en el contenido. Difícil no querer a Ferrara, por su pasión por filmar y ensayar imágenes y transiciones.

Gracias a este viaje a la psique atormentada de su nuevo alter ego —aún Defo e , otro hombre entrañable— se puede apreciar, por ejemplo, lo que separa a Ferrara de Lynch ; no ya el sentido del humor, más acusado en el de Montana, sino la naturaleza de la posibilidad cómica: Lynch, inocencia salvaje norteamericana, aún es capaz de acoger un «antes de Freud», una risa franca ante lo que excede la norma, mientras que Ferrara sonríe melancolizado, cargando con una inmensa culpa de la misma forma que el piano arrastraba a los mulos putrefactos en «Un perro andaluz».

«Siberia» , curiosamente, resulta demasiado modélica, un tratado sobre el doble, la potencia falsaria de la imaginación y la alquimia como posibilidad de agenciamiento cinematográfico, y queda en juego vistoso.

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