Guns N’ Roses, dioses del rock en Sevilla

La banda estadounidense/Guns N’ Roses brindan un concierto histórico en el Benito Villamarín ante 43.000 personas

Los Guns N’ Roses hicieron vibrar al público del estadio Benito Villamarín F. R. Murube

Fernando Rodríguez Murube

Tuvieron un inicio de show demoledor: ‘It´s so easy’, ‘Mr Brownstone’, ‘Chinese democrazy’ y ‘Welcome to the jungle’. Si en la primera mano llevas estos tres ases, es difícil perder la partida. El espectáculo era abrumador, una escenografía a la altura de su prestigio y un ambiente caldeadísimo -el mercurio superaba los treinta grados- que prometía una noche inolvidable para las 43.000 almas que se dieron cita en el estadio Benito Villamarín .

Los legendarios Guns N’ Roses y todo su plantel de estrellas ya estaba sobre el escenario. Habían aparecido con quince minutos de retraso (aún de día), pero qué demonios importaba, habían llegado pisando fuerte, fortísimo.

El concierto, que llegó casi a las tres horas de duración y gozó de un sonido sencillamente extraordinario, tuvo momentos de absoluto contacto con la excelencia. Uno de esos instantes mágicos llegó de la mano de una gratísima sorpresa, el ‘Back in black’ de los AC/DC, que rugió a las mil maravillas.

El histórico tridente de oro que conforman Axl Rose (voz y piano), Slash (guitarra solista) y Duff McKagan (bajo) estuvo perfectamente acompañado por el explosivo Frank Ferrer en la batería, Richard Fortus (guitarra rítmica), Dizzy Reed y Melissa Reese (teclados). Aunque a sus sesenta años obviamente ya no se muestra tan atlético como antaño, el veterano y controvertido Axl Rose sí exhibió, salvo algún altibajo, su sublime prodigio vocal, potente y versátil como pocas gargantas (cambiando de agudo a grave y viceversa con una facilidad pasmosa), y derrochó sobre el escenario las múltiples virtudes por las que está considerado uno de los artistas más carismáticos, importantes e influyentes de la historia de la música en el último siglo. Incluso regaló, para regocijo de los miles de fans que abarrotaban el estadio, algunas de sus características carreras de extremo a extremo.

Slash, sin duda alguna uno de los mejores guitarristas de la historia, puso en marcha varios solos con la misma seguridad con que Marlon Brando entraba en escena o Michael Jackson se deslizaba por el escenario en una de sus inverosímiles coreografías: sabe que nunca nos aburrirá; acaricia y exprime su amplia variedad de guitarras personalizadas con la misma naturalidad con que otros toman un café. Su mera presencia, ataviado con su archiconocido sombrero de copa negro , hechiza.

Ante tamaño recital, presenciando el alucinante virtuosismo del londinense, solo quedaba paladear cada nota y agradecer a los manes del rock que hayan sido tan generosos a la hora de dotar a este artista de prodigiosas cualidades para triunfar en su instrumento: sensibilidad musical, temperamento y dominio técnico y del escenario excepcionales. El repertorio, lleno de himnos cincelados en los anales de la historia del rock -aún así se permitieron el lujo de dejar en el cajón éxitos mundiales como la sublime balada ‘Dont’t cry’-, pivotó en torno a su soberbio álbum debut ‘Appetite for destruction’ (1987), del que interpretaron hasta ocho de los doce títulos del LP; y del doble ‘Use your illusion’ (1991), del que brindaron seis de sus joyas.

‘Live and let die’

En medio del brutal estruendo que reverberaba en todo el estadio desde el escenario mientras sonaba la potentísima ‘Live and let die’ un sevillano que frisaba la cincuentena y peinaba canas hacía a su amigo, de similares características y edad, una reflexión preñada de nostalgia tan sencilla como sincera: «Cómo hemos cambiado, lo del 92 no tiene nada que ver con esto». Se referían al concierto que Axl y compañía ofrecieron hace justo 30 años en el mismo Benito Villamarín y que a la postre fue un auténtico fiasco. Poquísimo público aquel día, hasta el punto de que tuvieron que abrir las puertas del estadio para que el recinto ofreciera un aforo decente.

Habían cambiado los dos amigos, uno de ellos incluso acompañado de su hija veinteañera, habían cambiado los propios Guns N’ Roses (nada que ver el fibroso Axl Rose de aquel caluroso día de junio, en plena Exposición Universal, con el de anoche, mejor que en los últimos años pero evidentemente más cascado) y, por supuesto, ha cambiado Sevilla, que lejos de tener que abrir las puertas o regalar entradas, ahora es una apuesta segura para las grandes promotoras, como lo demuestra la concatenación de sold out que está registrando la ciudad en estas semanas ( Fito y Fitipaldis, Red Hot Chili Peppers, los propios Guns N’Roses , el histórico de Manuel Carrasco el próximo sábado en La Cartuja ante 74.000 personas, Alejandro Sanz, Camilo, Marc Anthony y el más que probable de Rosalía el 9 de julio). Sin duda, uno de los momentos más emocionantes de la noche vino de la mano de ‘Civil war’, un sentido y brillante alegato antibelicista que dedicaron al pueblo ucraniano , presente toda la noche gracias a dos banderas con los colores del país del Este de Europa que flanqueaban el inmenso escenario.

Ya en la recta final, el termómetro del placer estalló con ‘Sweet child o’ mine’ , jaleada hasta la extenuación desde las primeras notas por una gozosa multitud -no es para menos, hablamos de uno de los riffs más reconocidos y reconocibles de todos los tiempos-November rain’ y la genial ‘Knocking on heaven’s door’ , el clásico de Bob Dylan que los Guns N’ Roses rescataron en los noventa para hacerla eterna, y la arrodadora ‘Nightrain’. En los bises, Patience’, ‘You’re crazy’ y ‘Paradise city’ cerraron una apoteósica noche que pasa desde ya a la historia de la ciudad de Sevilla.

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