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Viaje al corazón de Neil Young, el genio hermético del rock

Llega a España la descarnada biografía escrita por Jim McDonough, el más descarnado retrato de un músico capaz de lo mejor y lo peor

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Solo existe una persona en el mundo de las grandes estrellas del rock más impredecible, irascible y hermética que Bob Dylan. Ese es Neil Young. El escritor Jimmy McDonough estuvo casi diez años diseccionando su biografía, para lo cual entrevistó a prácticamente todas y cada una de las personas que habían tenido contacto con él, desde padres y familiares a músicos, exnovias, amigos, representantes y fans; escucho cientos de horas de grabaciones, muchas de ellas inéditas, y conversó largo y tendido con el músico canadiense. Bueno, pues en una de las últimas páginas, el autor reconoce: «Young era un misterio sin resolver», y pone el ejemplo de una cebolla. Cuando crees que has llegado a la última capa, aún hay más.

Al menos «Shakey. La biografía de Neil Young» (Ed. Contra), nos detalla con una minuciosidad asombrosa su vida y obra, desde la infancia de un niño tímido y enfermizo hasta los años noventa. Todo ello sin concesiones: el autor de «Hey Hey, My My» se nos presenta en ocasiones sin escrúpulos, capaz de abandonar repentinamente compromisos adquiridos con músicos (especialmente sus compañeros de Still, Crosby, Nash & Young o su banda, Crazy Horse), promotoras e incluso mujeres, sin ningún remordimiento ni notas de despedida, creando una estela de dolor y rabia a su paso.

«No comment»

Jimmy McDonough contestó a un cuestionario de ABC por mail, y a la pregunta de si Young le había decepcionado como ser humano, respondió con un escueto «No comment». Elude la cuestión, pero en su libro aparece cualquier asunto, por escabroso que sea. Como la relación del artista con las drogas, responsables de algunos de los pasajes más desconcertantes de su discografía. «Se puede decir que eran los riesgos laborales de su trabajo», nos contesta McDonough, quien, sin embargo no escatima detalles para describir las sesiones de grabación bajo los efectos de la marihuana y las botellas de tequila, o aquella ocasión en que puso en aprietos el vídeo de un concierto porque bajo su nariz aparecía una ostentosa mancha blanca.

Pero también aparece el lado humano: su ruptura con la actriz Carrie Snodgress tuvo como consecuencia algunos de sus mayores hitos musicales en los setenta. «El cliché de que la miseria puede conducir a grandes obras de arte es una gran verdad», nos informa McDonough. Más desgarrador es aquello que tiene que ver con sus propios problemas de salud, con ataques epilépticos que en sus primeros años de carrera le podían asaltar encima del escenario. Y, sobre todo, con los de sus hijos: Zeke, con una leve parálisis cerebral, y Ben, que añade a esta enfermedad el hecho de ser tetrapléjico. En ellos vuelca toda esa atención que evita en la gente que le rodea. Durante un tiempo abandonó su carrera por Ben, con quien pasaba hasta 18 horas diarias haciendo terapia.

En cuanto al lado creativo, hablamos de un hombre hiperactivo y desconcertante, con más de cincuenta discos a sus espaldas, unos espectaculares y otros desastrosos, capaz de reinventarse y de abordar estilos opuestos, desde el rock más árido («Tonight’s the Night») al folk más amable («Harvest»), pasando por la electrónica («Trans») o el rockabilly («Everybody’s Rockin»). También de pasar de ser un hippie con una comuna en su casa a apoyar a Reagan. Incluso de embarcarse en los proyectos más disparatados, como películas improvisadas (pero muy caras) de ciencia ficción, como «Human Highway».

A pesar de las innumerables historias que aquí aparecen, su autor se guardó otras en su cartera, pero no hubo forma de que sacara alguna: «Hay muchas cosas que no he contado. ¡No lo voy a hacer ahora!»

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