Agustín Fernández Mallo: «La poética de Álvaro Cunqueiro todo lo cruza e invierte, todo lo metamorfosea»

«Naturalmente, existen no pocas reencarnaciones que de algún modo resuenan en mi cabeza, pero voy a elegir a un autor no muy a menudo recordado, Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo 1911-Vigo 1981), aquel inventor de grandes fábulas en las cosas más pequeñas, y de microcuentos que contiene colosales hallazgos. Un excéntrico en el mejor sentido del término: hizo verosímiles materiales en apariencia imposibles. Visionario, se adelantó unos cuantos años a lo que luego fue llamado realismo mágico -él prefería llamarlo realismo fantástico-. Creador hasta la manía de territorios míticos y mágicos, podía describirnos un océano en un plato de sopa sin violar el principio de realidad, o, como Whitman, explicarnos la historia de un país a través de una brizna de hierba.

“La mitad del ser humano es sueño. O más.”, dijo, y en ese “o más”, dejado caer así, como quien no quiere la cosa, se cifra su vasto territorio de realidad alucinada. Como Borges, o como el mallorquín y también excéntrico Cristóbal Serra, se consideraba heredero de "Las mil y una noches", es decir, de los reflejos intuidos, de la experimentación que convoca un sueño metido en otro sueño. No es difícil apreciar la influencia de Cunquerio en otros importantes, y tan diferentes entre sí, que vinieron luego: Torrente Ballester, Manuel Rivas o el segundo Cela, por ejemplo. Alguien que en "El año del cometa" dice que las monedas tienen sexo y se reproducen entre sí, sólo puede ser un escritor que cree en la transmigración de cuerpos humanos en alma de objetos y viceversa. Su poética es así, todo lo cruza e invierte, todo lo metamorfosea, muertos y vivos pertenecen al mismo estado de la materia. Nuestro David Lynch, para entendernos.