Ida Vitale
Ida Vitale - abc

Ida Vitale: «Al principio, la poesía siempre es un misterio, con el tiempo se comprende»

La escritora uruguaya, de 91 años de edad, obtiene el XXIV premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La poeta, ensayista y traductora Ida Vitale (Montevideo, 1923) no puede atender esta entrevista la primera vez que se le pide. Ni la segunda. Está terminando unas memorias y corrigiendo las pruebas de una antología poética, para la que tiene que escribir el prólogo. En medio, viajes y conferencias con su marido, el también poeta Enrique Fierro, algunos achaques menores y el quehacer diario en su casa de Austin (Texas), donde ambos viven desde finales de los ochenta. «Voy a toda máquina», se excusa. A sus casi 92 años. Al tercer intento sí hay suerte. La conversación se repartirá en tres días y duró más de cuatro horas, salpicada con todo tipo de anécdotas y cascabeleos de risa. La sensación es, en fin, que nunca es suficiente con Ida Vitale.

Su apellido le hace honor.

Y, precisamente, Vitale obtuvo ayer el XXIV premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que conceden Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca. Dotado con 42.100 euros, el galardón, considerado el Cervantes de la poesía, le fue concedido por un jurado formado, entre otros, por el presidente de Patrimonio, José Rodríguez-Spiteri; el rector de la Universidad de Salamanca, Daniel Hernández Ruipérez; la última premiada, María Victoria Atencia; el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva; la directora de la Biblioteca Nacional, Ana Santos Aramburu; la académica Carme Riera, y Luis Alberto de Cuenca, colaborador de ABC.

Generación del 45

Esta mujer, que usa las nuevas tecnologías con soltura (contestó al e-mail de felicitación de ABC en menos de cinco minutos), formó parte de la Generación del 45 uruguaya (como Mario Benedetti), fue alumna de José Bergamín, conoció a Juan Ramón (al que sigue considerando su principal maestro) y trabajó con Octavio Paz

Uruguaya de tercera generación, su abuelo Félix llegó con Garibaldi a mediados del siglo XIX, «en un velero que tardó tres meses en llegar de Italia», con «La Ilíada» en griego y en latín bajo el brazo. En casa de Ida había una buena biblioteca. «Cuando lees te viene la tentación de imitar, de hacer algo por el estilo». Y recuerda el momento en que –«quizá, yo qué sé»– despertó su vocación por la poesía, cuando en Sexto de Primaria le dictaron un breve poema de Gabriela Mistral –«Cima»; lo recita de memoria– que no entendió hasta años después. «Me atrajo que la poesía, al principio, siempre resulta misteriosa, aunque con el tiempo, y lectura a lectura, la vas comprendiendo»

En la universidad, su maestro por excelencia fue Bergamín, exiliado tras la Guerra Civil. Cuando Juan Ramón, enemistado, como se sabe, con toda la Generación del 27, visitó Montevideo, rememora Ida, lo primero que hizo delante de aquel brillante grupo de estudiantes que fue a verlo a su hotel fue hablar mal de Bergamín. Ida, la única entre ellos que salió en defensa de éste, recibió a los pocos días una carta de Juan Ramón. En ella, además de pedirle un poema para una lectura que daría en Buenos Aires, la felicitaba por haber defendido a su maestro.

Del moguereño le sorprendió, sobre todo, un gesto que tuvo cuando ella le dio a firmar un libro: «Abrió una página, agarró el lápiz y empezó a corregir. Tres veces. Abría y corregía. Era un obseso». Algo de eso confiesa haber heredado: si a Ida le cuesta entregar un manuscrito, es porque lo revisa y revisa.

Entre Bergamín y Paz

Y de Octavio Paz, ¿se acuerda de la primera vez que lo vio? «Estábamos en el Castillo de Chapultepec, los dos apoyados en el balcón, y yo me acerqué a saludarlo. Lo único que le dije es que el primer libro suyo que había leído, “Libertad bajo palabra”, me lo había prestado José Bergamín, sabiendo que en ese momento a Octavio la posición política de Bergamín, comunista, no le debía hacer mucha gracia». Más adelante, conversando sobre los gustos literarios del matrimonio recién llegado de Uruguay, el premio Nobel les preguntó cuáles eran sus escritoras favoritas: «Enrique dijo: creo que la más importante es Elena Garro». Ambos tragaron saliva: ¿cómo se tomaría Paz que le mentaran a su primera mujer, con la que vivió un matrimonio apasionado y un tormentoso divorcio? Y Octavio les sorprendió: «Estoy totalmente de acuerdo».

Ida quedó deslumbrada por México, al que llegaron gracias al embajador Julio Zamora Bátiz, hasta el punto de dolerse tras su vuelta a Uruguay: «Irnos fue un error garrafal. Pero en ese momento se fueron los militares y parecía que era nuestra obligación moral volver a echar una mano». Aguantaron tres años, antes de establecerse en Estados Unidos. «Yo tenía idea de que volvía al país que había dejado, y nunca un país vuelve a ser el mismo después de que pasan por él los militares. Cuando se te cae la botella de lejía, siempre hay algo que se mancha».

Ver los comentarios