ARTE

Picasso / Lautrec: la supremacía del instinto

El pintor español tomó del francés todo lo que pudo. En eso se basaba su genio. Una exposición ahora en el Museo Thyssen de Madrid da fe de ello

JOSÉ MARÍA HERRERA

Henri de Toulouse-Lautrec murió en 1901, con 37 años. Desde los 15 fue un enano lisiado y deforme. Dos accidentes ecuestres lo redujeron a la impotencia social y lo empujaron al arte, con el que supo devolver el brillo al deslustrado escudo familiar. Tristemente para su aristocrática parentela, perteneció a una generación de artistas convencida de que la representación plástica del mundo debía cambiar tan rápidamente como él . Esto le indujo a prestar menos atención a las cosas aceptadas que a aquellas otras limítrofes con lo conveniente o claramente censuradas por la sociedad: burdeles, garitos nocturnos... Aunque sus dibujos y pasteles rezuman ironía y sarcasmo, su mirada revela también admiración por quienes, huyendo de formalismos, consiguen extraerle el jugo a la vida.

Toulouse-Lautrec fue el cronista del París cosmopolita de finales del XIX y también uno de los creadores del arte moderno . No era un observador omnisciente que contempla desde fuera, sino un espectador integrado en la narración. Esto le permitió captar con extraordinaria fidelidad la efervescencia y el hedonismo desatado de la época e incorporar al gran arte motivos extraídos de los ambientes marginales y la vida bohemia. La distinción entre alta cultura y cultura popular comenzó a borrarse entonces, dando la razón a quienes afirman que Montmartre, centro del entretenimiento nocturno de París, hizo por la igualdad de clases mucho más que cualquier revolución .

Picasso , del que se ha dicho que no fue un artista, sino una fuerza de la naturaleza , llegó a París desde Barcelona en octubre de 1900 ansioso por visitar tales ambientes. Lamentablemente, a Toulouse-Lautrec le quedaba menos de un año de vida. No tuvieron oportunidad de conocerse . El malagueño estaba familiarizado con su obra por las revistas ilustradas y seguramente habría entablado con gusto relación con él. Aquel aristócrata sarcástico aficionado al igual que él a los placeres de la existencia («Uno es horrible -decía sin complejos- pero la vida es hermosa»), tenía todo para despertar su interés. De hecho, tomó de él cuanto pudo. A fin de cuentas, la capacidad de absorción fue uno de los rasgos característicos de su genio.

El arte no puede ser casto

Niño prodigio, el Mozart de la pintura, Picasso asimiló toda la tradición pictórica, desde las cavernas a la vanguardia . Ningún artista ha poseído una cultura figurativa tan vasta como la suya. Sus facultades excepcionales y su enorme conocimiento no cuajaron probablemente en una obra redonda (Berger le reprochaba no haber estado a la altura de sus facultades), pero nadie puede negar que produjo cosas asombrosas. Incapaz de encontrar inspiración fuera de sí mismo, en el progreso de las artes o el poder de la razón, rindió sus mejores frutos cuando se sumergía en su yo profundo, ese nivel casi biológico y a menudo salvaje donde, suspendidas las convenciones sociales y culturales, imperan el deseo y la violencia.

«El arte no es casto -dijo en cierta ocasión-, debería prohibírsele a los ignorantes inocentes, no poner jamás en contacto con él a quienes no están suficientemente preparados. El arte es peligroso. Si es casto, no es arte» . Bacon, que sabía de esto y profesaba una fe ciega en la supremacía del instinto para conducir la vida y la actividad creativa, estaba seguro de que Picasso había ido por este camino más lejos que cualquier otro artista. No se equivocaba, desde luego, aunque, como demuestra con una interesantísima selección de obras la nueva exposición del Thyssen , Toulouse-Lautrec lo precedió en ello.

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