ARTE

Nadín Ospina y la hospitalidad bien entendida

El artista pop colombiano invade las salas del Museo de Antropología de Madrid para invitarnos a mirar con ojos «descolonizadores»

Hinchable de Ospina, a las puertas del museo

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La exposición de Nadín Ospina (1960) en el Museo Antropológico de Madrid es oportuna, tanto por las cuestiones que suscita cuanto por su ubicación, reinscribiendo al otro en el lugar más allá de la mirada colonizadora . Este artista colombiano lleva años desplegando una estética que tiene tanto de post-pop cuanto un tono crítico que no deriva en lo panfletario o la retórica de las consignas.

Como adecuadamente subraya Isabel Durán , su comisaria, Ospina propone encuentros que, «por inverosímiles que parezcan, suponen una confrontación con nosotros mismos». Efectivamente, con los marcianos «hermanados» con versiones del cacique de la cerámica quimbaya , hasta los indios americanos con los que jugábamos de pequeños, o diferentes seres monstruosos, asistimos a una fascinante escenificación que dialoga perfectamente con las colecciones del museo. Estamos ante un ejemplo del espacio expositivo como «zona de contacto» defendido por James Clifford , en un soberbio itinerario transcultural.

Una de las salas más logradas de la muestra es la que se articula en torno a la obra Retrato de familia (2015), una fotografía de la familia del artista (realizada hacia 1900) en la que el pater familias de origen alemán posa juntos a sus hijos, estando sentada en el centro su mujer, de rasgos indígenas. Ospina ha declarado que el descubrimiento de esa imagen fue absolutamente «revelador», confrontándole con su realidad cultural y con su identidad. El dogma de la pureza está desmantelado en esta lúcida exploración del mestizaje . Los cuadros de castas del virreinato del Perú, atribuidos a Cristóbal Lozano (1771-1776), y que forman parte de las colecciones de este museo, arrojan un horizonte interpretativo formidable para comprender la genealogía del sistema de exclusión y criba racial.

Monstruos y quimeras ocupan el lugar del «reflejo especular» de la familiaridad, devenida -valga la evocación freudiana- inquietante. En medio de esos seres mestizos, exóticos y extraños se encuentra el Rinoceronte que grabó Durero como ejemplo perfecto de la «anomalía» artística: un animal enviado como regalo y que peregrinó de país en país hasta naufragar en las costas italianas. La última vídeo-instalación recrea La balsa de la medusa de Gericault, actualizando los náufragos que ahora son alienígenas. No olvidemos que, por ejemplo, en EE.UU. se califica al inmigrante indocumentado como alien : un ser monstruoso, peligroso, indeseable. Ospina traza un relato-visual oportuno para recordarnos que tenemos que dejar atrás la hostilidad para desplegar la hospitalidad. En ello nos va la vida.

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