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Alejandro Calderón retoca una obra en su estudio - Óscar del Pozo
DE PUERTAS ADENTRO

Fantasías animadas en la buhardilla de Alejandro Calderón

No son muchos los metros cuadrados en los que el joven Alejandro Calderón desarrolla su labor pictórica. Pero suficientes para que en ellos se despliegue todo un universo casi mágico en el que la luz que entra por las pequeñas ventanas es capital

MADRID Actualizado: Guardar
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Esta tarde somos cuatro personas en el estudio que Alejandro Calderón tiene en Madrid: mi compañero de vídeo, nuestro fotógrafo, el artista y yo mismo. A todos, menos al pintor nos cuesta moverse por el espacio. El resto, golpeamos constantemente con la cabeza en su cubierta abuhardillada. Él no. Él se mueve como pez en el agua: zigzaguea, hace requiebros, esquiva los golpes y a nosotros mismos con total naturalidad. Calderón despliega su taller de pintura en el que es el salón de su casa. Y allí reparamos en dos ventanas (una en un lateral, frente a la cámara que le graba trabajando; otra en la pared que se salva del desnivel). Ambas proporcionan una luz inusual, tamizada; una luz que introduce en la estancia el cielo de Madrid que se otea desde las mismas y que enmarcan.

Hora de pintar

«Me encanta trabajar aquí –confiesa el artista–. Por la mañana, entra una luz envidiable por una de las ventanas, que justo a las doce del mediodía me informa de que ya es hora de ponerse a pintar. Y por la tarde, es un rayo de luz directo el que me acompaña por la otra. La sensación de estar pintando y ver cómo se va desplazando ese haz hasta que desaparece con el atardecer es impresionante. A mí es algo que me relaja, que me es muy agradable. También es una sensación muy mística».

«Da igual el estilo, pero necesito música para “descentrarme”. Al escucharla, ya no pienso en el exterior: mi mente está ocupada solo por el cuadro y los acordes»

Me gusta preguntar a los artistas cómo influye su lugar de trabajo en sus obras. Algunos me han respondido cosas que no me había parado nunca a pensar. Cuestiones tan peregrinas pero tan lógicas como que, si tienes niños, no puedes usar productos tóxicos. O, que si el suelo es de madera o el espacio es alquilado, uno no debe ponerse a dar golpes usándolo de parachoques. En el caso de Alejandro Calderón no hace falta: Esa misma luz de la que habla está presente en sus lienzos, en sus tonos, en el «ánima» de sus personajes: «Noto que hay cierta alegría en las obras, cierta sensación de ensueño, de fantasía, de carácter ilusorio, que tiene su origen en la atmósfera que aquí se respira».

Detalle de los objetos acumulados y manipulados por el artista
Detalle de los objetos acumulados y manipulados por el artista- Ó. del Pozo

Calderón, joven artista que nos acompañó en el estand de ABC en ARCO en 2016, llegó aquí hace tres años. Él nació en Madrid, pero se crió en Extremadura, aunque volvió a la capital para estudiar la carrera, «y entonces decidí quedarme». En esa época universitaria llegó a tener otros dos estudios; alguno compartido; alguno incluso por la ahora tan concurrida zona de Oporto, pero que hubo de abandonar porque el dinero no daba más de sí. Entonces decidió trabajar en casa. Y así estuvo dos o tres años. Cuando por fin el creador pudo volver a contar con un taller, tan acostumbrado estaba a introducir las herramientas de trabajo en el salón de casa, que decidió fundir vivienda y estudio en su actual dirección en Malasaña. Un quinto piso, sin ascensor, en el que algún día un optimista dibujó en amarillo un animoso «¡ÁNIMO!» en los últimos peldaños antes de alcanzar la puerta. El artista jura y perjura que no fue él.

Pero este espacio se le empieza a quedar pequeño a su propietario, que ya se plantea la necesidad de buscar otro lugar. «Sé que necesito un techo que no me limite, un espacio con cierta amplitud para meter los caballetes. Sin embargo, es necesario que el nuevo lugar tenga la luz que disfruto aquí, porque temo que algo se termine escapando de la obra. Si me apuras, prefiero algo más pequeño, pero con la misma luminosidad».

Un orden concatenado

Algo más pequeño sería todo un reto. Le preguntamos a Alejandro si uno se convierte obligatoriamente en un ser ordenado cuando las limitaciones espaciales aprietan o si el siempre ha sido así. «Yo soy ordenado y preciso, en mi vida personal y trabajando. Necesito tenerlo todo preparado, muy a mano antes de meterme en faena. Además, cuando te dedicas a la pintura, esto tiene que ser así, porque la labor se despliega en diferentes fases y unas no pueden atropellar a las siguientes».

Detalle del salón, con sus ventanas, su pared intervenida y su cubierta abuhardillada
Detalle del salón, con sus ventanas, su pared intervenida y su cubierta abuhardillada- Ó. del Pozo

En función de las fases de ese proceso de trabajo al que se refiere el artista, el salón se convierte en un escenario diferente. La actividad de Alejandro parte de la manipulación de objetos, esos pequeños juguetitos –de construcciones a caballitos y playmobils; de tapones a objetos de la vida diaria– que adquiere en los chinos y que pueblan algunas alturas, si no invaden un rincón del salón. Esos objetos son recontextualizados, lo que da pie a nuevas imágenes (algún experimento fotográfico con los mismos se puede encontrar entre los dos sofás de la buhardilla), que son las que finalmente traslada al cuadro: «Hay momentos en los que estoy tan centrado en estos objetos, en las nuevas combinaciones a las que me dan pie, que ocupo toda la habitación. Así me puedo pasar días. Eso para mí, es un auténtico caos».

«Noto que hay cierta alegría en las obras, cierta sensación de ensueño, de fantasía, de carácter ilusorio, que tiene su origen en la atmósfera que aquí se respira»

Acabada esta fase, al artista le toca recoger y comenzar a preparar los soportes sobre los que va a trabajar: «Entonces saco borriqutas, saco maderas y telas, y esto se convierte en otro entorno, un espacio en el que preparar los fondos y facilitar los secados». De nuevo nos volvemos a imaginar el protagonismo de esas ventanas... Si Calderón se va a servir de lienzos, entonces intervendrá los mismos desde la pared. Y en el muro liberado de la techumbre inclinada se observan los estarcidos de haber colocado las telas sobre el mismo y haberse excedido pintando sus bordes, como si de plantillas se tratara que van creando en su superposición un bello palimpsesto. Si la superficie elegida es la madera, es el caballete el apoyo al que recurrirá. En la estancia, ahora mismo, son dos los que nos acompañan.

Calderon, en un momento de la entrevista
Calderon, en un momento de la entrevista- Ó. del Pozo

«Como pintor, mi labor se basa en traducir mi mundo del día a día en pinturas, para lo que me sirvo de objetos cotidianos que pasan a formar parte de un nuevo ámbito ilusorio, de fantasía, trabajando con la sombra y la teatralidad. Creo que mi generación se reconoce bien en la obra y se siente identificada con los mensajes». En la actualidad, Alejandro continúa trabajando en la serie «Ilusorios», que le llevó a celebrar su reciente individual en la galería Utopia Parkway, y cuyas últimas conclusiones introducirá en breve en una muestra colectiva en la galería Estampa. Las obras ya acabadas ofrecen más concrección en sus formas, más tendencia a la reducción de elementos. Las que se sirven de la madera como formato brillan especialmente por su carácter escultórico: nuevos bloques de juguete que contienen a aquellos que han sido plasmados y recreados a través del pigmento sobre su superficie.

«La sensación de estar pintando y ver cómo se va desplazando ese haz hasta que desaparece con el atardecer es impresionante. A mí es algo que me relaja, que me es muy agradable»

Miramos el reloj. El haz de luz de la tarde del que habla Calderón se encuentra a mitad de su recorrido. Al artista aún le deben de quedar algunas horas de trabajo, que nosotros le estamos invadiendo. Para no interrumpir la entrevista, el pintor ha renunciado a la música con la que suele trabajar («da igual el estilo, pero la necesito para “descentrarme”. Al escucharla, ya no pienso en el exterior: mi mente está ocupada solo por el cuadro y los acordes»). Nos despedimos y nos imaginamos la estancia llena de vida, gracias, de nuevo, a esa luz trashumante; a esa música bañando la escena a un volumen bajo; a esos objetos que, cuando Alejandro Calderón no está, seguro que cobran vida, como ocurre en la imaginación de aquel que se sitúa delante de sus obras.

Detalle del escritorio del pintor
Detalle del escritorio del pintor- Ó. del Pozo
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