El novelista Antonio Manzini
El novelista Antonio Manzini - Gianni Cipriano
LIBROS

«Donald Trump parece una pesadilla creada por Stephen King»

Hay vida en la novela negra italiana más allá de Camilleri, como demuestran Antonio Manzini y su comisario Rocco Schiavone, cuyas andanzas llegan a su tercera novela, «Una primavera de perros»

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Antonio Manzini (Roma, 1964) es el último nombre en llegar a la escena del crimen italiano. Tiene un antecesor tan renombrado como el señor Camilleri, que a sus años aún sigue matando y tan fresco, sigue batiendo récord de ventas. Manzini ha aportado juventud a la escena criminalística italiana, a la novela negra que se pasea entre ruinas romanas y lleva envenenando a unos y otros desde los tiempos del imperio. Acaba de publicar su tercera novela de la serie protagonizada por el comisario Rocco Schiavone, «Una primavera de perros» .

–¿Se considera el heredero de Camilleri? ¿Le gusta esta comparación o identificación?

–No, aunque la comparación es todo un halago. Camilleri fue mi profesor en la escuela de arte dramático, trabajamos juntos en muchos montajes teatrales hace años y guardo como oro en paño todo lo que me enseñó.

Que me comparen con él es sin duda un regalo muy hermoso. Pero no me considero su heredero.

–¿Con qué autores clásicos le agradaría que lo comparasen?

–Con ninguno. Seguramente yo saldría perdiendo, es como si tuviera que ir con mi equipo a jugar al Camp Nou. Firmaría un tres a cero en los despachos.

–«Pista negra», «La costilla de Adán», «Una primavera de perros»… tres casos para Rocco Schiavone. ¿Cómo evoluciona el personaje a través de estas historias? No parece que vaya a redimirse...

–La de Rocco no es una historia de redención, sino de supervivencia. Vive la vida peleando con uñas y dientes, y «serenidad» o «felicidad» me parecen palabras demasiado grandilocuentes, suponen una meta lejana e inalcanzable para él, tan lejana que ni siquiera se la propone. 

–En sus novelas, ¿qué cuida más, la trama o el estilo literario, que, en su caso, parece que discurre como si fuera una ráfaga?

–Van de la mano, lo uno está al servicio de lo otro. Cuando hay momentos en que la trama puede resultar complicada, intento compensar siendo lo más directo posible, valiéndome de las pocas armas que conozco y que ayudan al lector. Hay quienes ponen el acento en el nudo dramático y quienes le dan un énfasis más moderado. Yo soy más de los segundos. De ahí que las palabras o la sintaxis que utilizo deban guiarse por la idea principal de la escritura.

–¿A qué cree que se debe el auge de la novela negra?

–A querer relatar la sociedad en la que vivimos, con sus méritos y defectos, sus vicios y virtudes. De este modo, el lector se identifica no sólo con la psicología de los personajes, sino también con el mundo en el que viven éstos.

–Siempre que se habla de novela negra se distribuye por zonas geográficas: novela negra americana, italiana, nórdica… ¿Cree que los tiempos y los espacios geográficos definen estos estilos o, por el contrario, son etiquetas más que otra cosa?

La corrupción es el peor crimen que puede cometerse. Y robar al Estado, a las personas honestas, es cargarse la cosa pública

–Las diferencias surgen del sustrato cultural que ponen de manifiesto estos libros. Una novela española contendrá una historia personal y colectiva que nada tendrá que ver con una danesa o italiana. Puede haber similitudes, pero, en resumidas cuentas, como francés que era, Zola nunca podría haber ideado «El maestro y Margarita», al igual que Cesare Pavese difícilmente podría haber escrito o tan siquiera imaginado la «Pastoral americana», de Roth. La novela negra, policíaca o como queramos llamarla es ya una etiqueta en sí, y bastante tenemos con eso. Son libros, novelas que, como es natural, se diferencian entre sí por sus ámbitos no sólo geográficos, sino también culturales.

–¿Se imagina a Schiavone en los territorios nórdicos de Mankell, o sería mucho imaginar para su personaje, mucho viajar?

–Claro que me lo imagino. Aunque dependería de si el libro lo escribo yo o lo hubiese escrito Mankell.

–Usted ha elegido a un hombre como protagonista de sus novelas; por otro lado, igual que la mayoría de los autores de novela negra. ¿Nunca pensó en una comisaria?

–Mi próximo libro sin Rocco tiene a una mujer como protagonista. No es policíaco, ni una novela negra ni nada de eso. No, nunca me he imaginado a una comisaria porque creo que no se me da tan bien describir la conciencia interior femenina. Me siento más a gusto en la piel de un hombre, me sale solo. Y tener un protagonista con el que te dedicas a tropezar, en lugar de correr o pasear, no es un buen punto de partida para un libro.

–¿Y si le digo que la novela negra me parece que se rige por unos códigos un tanto machistas, un tanto tópicos, y que usted no es la excepción?

–Le preguntaría qué entiende usted por «códigos machistas». El protagonista es un hombre y tiene pensamientos de hombre. ¿Ha estado alguna vez en un vestuario con diez hombres después de un partido de fútbol? Ahí sí hay un buen acervo machista. Superficial, anticuado, pero también muy irónico. Creo además que en los libros que escribo, más allá de las típicas observaciones banales sobre el mundo femenino que apestan a machismo –aunque es la mente del protagonista la que habla–, hay un amor y un respeto inmenso por las mujeres. Si no he llegado a trasmitirle eso, entonces es que lo he hecho fatal.

–¿Quiénes matan mejor, los hombres o las mujeres?

–Las mujeres con un lado masculino muy marcado.

–Usted dice que odia todo lo que odia Schiavone. ¿Es Schiavone su «alter ego»?

–No, sólo compartimos las tocadas de cojones porque en realidad son las mías. Por lo demás, somos muy distintos, radicalmente distintos. Y el uno no es mejor ni peor que el otro, simplemente somos diferentes.

–¿Definiría usted a Schiavone como un corrupto, o más que corrupto es un cínico elevado a la enésima potencia?

Quienes mejor matan son las mujeres con un lado masculino muy marcado

–Si por «corrupto» entendemos a alguien que aprovecha su posición dentro del ámbito de la ley para ratear y hacer negocios inoportunos, sí. Pero si por «corrupto» entendemos a alguien que se deja corromper para obtener o hacer favores, no. Rocco es un ex delincuente, no está limpio, roba de donde puede, aunque nunca lo veréis robar a gente indefensa. Él siempre va a por los fuertes, ya sean políticos, delincuentes o empresarios que no respetan la ley; siempre va a por los malnacidos, para que nos entendamos.

–Desde una Italia acostumbrada a ciertos niveles de corrupción y mafia, ¿cómo se ve la España de estos días, corrompida de los pies a la cabeza?

–Pues puedo decirle que me da pena porque conozco muy bien el problema y le aseguro que nunca me acostumbraré a ello, como espero que les ocurra también a mis compatriotas. Para mí, la corrupción es el peor crimen que puede cometerse. Y robar al Estado, a las personas honestas, es cargarse la cosa pública. Lo más tremendo es que esos criminales, por lo menos en mí país, son quienes luego menos cuentas rinden a la justicia. En Italia las cárceles están llenas de camellos, ladrones, atracadores, pero no verá a un solo político en ellas, y también hay poquísimos empresarios. Y de curas ya ni hablamos. 

–Por extensión, ¿cómo ve Italia tras un gobierno de regeneración?

–Vaya, tenemos un gobierno de regeneración y yo sin darme cuenta...

–Perdone que le pregunte tanto por política, pero es un mundo que cada día se parece más al de la novela negra. ¿No le recuerda Donald Trump a Berlusconi?

–Tiene el mismo punto circense, los mismos problemas capilares, la misma rabia xenófoba, pero la diferencia es que Berlusconi es un personaje de la comedia del arte más retrograda, el líder de un pequeño país de cincuenta millones de habitantes que ha recibido el apoyo de los oligarcas italianos, mientras que Trump podría convertirse en el presidente de Estados Unidos, la persona que controla a los oligarcas que a su vez controlan paisuchos como el mío, y eso me da miedo. Trump parece una pesadilla creada por Stephen King, el payaso de «It», y es destructivo, peligroso y mortífero, en el sentido etimológico de la palabra, mors-fero, «que porta muerte».

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