Una imagen reciente de Aurelio Arteta
Una imagen reciente de Aurelio Arteta - Isabel Permuy
LIBROS

Arteta, la vejez a examen en «A pesar de los pesares»

Una obra valiente, eso es «A pesar de los pesares». Páginas en las que Aurelio Arteta reflexiona sobre la última etapa de la vida y no trata de disfrazarla con el traje imposible de la juventud

Madrid Actualizado: Guardar
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Una vida no examinada equivale a no ser vivida, afirmó Sócrates, y no lo es porque lo propio del hombre es caer en la cuenta, no un ciego vivir circular. Más bien, vivir de verdad es salirse del círculo: valorar, pensar lo que hacemos o hemos hecho. Reflexionar sobre las etapas de la vida, asistir con alguna lucidez al presente, también se nos antoja necesario porque raro es el momento en que la acción nos deja reparar en lo hecho.

Es inusual testimoniar la infancia, pero a partir de la adolescencia somos, como seres abocados a alguna lucidez, contemporáneos de nosotros mismos. Obviamente, de las etapas de la vida, la juventud posee varias de las características más exultantes, al menos de manera genérica: vitalidad, deseos, proyectos, salud y belleza.

Llegar a la decrepitud

Entre la infancia y la madurez, la juventud (que ahora pareciera durar toda la vida) es el momento de mayor afirmación, e incluso cuando niega lo hace desde una fuerza que parece desmentir su empeño. Nuestro tiempo ha privilegiado tanto la juventud que está a punto de perder su gracia: ya no hay nadie que no sea joven, así tenga cuarenta o setenta años. Hay que llegar a la decrepitud para ser viejo. Los antiguos respetaban la vejez porque era depositaria de la experiencia y, por lo tanto, tal vez de algún saber. Una vida larga y, si se daba el caso, examinada, convertía al viejo en un sabio, alguien digno de ser escuchado.

Estamos empeñados en escamotear la muerte, en hacerla tan joven que nunca se va a morir con nosotros

En nuestros días la vejez es respetada si se parece a la juventud, si disimula lo suficiente su realidad más verdadera. No es que se tema sólo a la vejez porque no queremos dialogar con ella, sino que en el fondo estamos empeñados en escamotear la muerte, en hacerla tan joven que pareciera que nunca se va a morir con nosotros. Así que ya no hay, apenas, Sénecas ni Epictetos que reflexionen sobre la vejez, y menos en primera persona. Pero la realidad es tozuda, insiste, y cada vez que despertamos de nuestro atracón de propaganda está ahí.

Tópicos y mitos

Aurelio Arteta (Sangüesa, Navarra, 1945), un poco antes de cumplir los sesenta años, decidió pensar por escrito en la vejez: en la de los otros y en la suya. No ha querido rastrear en los clásicos de manera metódica, hacer comentario de ellos, sino pensar por su cuenta (aunque siempre habrá débitos con lo trasegado) y testimoniar el acercamiento a esa edad a la que todos estamos abocados si queremos vivir mucho tiempo.

A pesar de los pesares. Cuaderno de la vejez tiene varias lecturas. Se trata de la reflexión de un filósofo que en sus inicios se adentró en el marxismo, y luego en la ética, y cuyos dos últimos libros asedian con lucidez el mundo de los tópicos ( Tantos tontos tópicos), en alguna medida como algunos antropólogos estudian los mitos, pero para sacudirnos, sacarnos del lugar y hacernos pensar, y tal vez sentir y actuar mejor.

Arteta nos enseña sus arrugas, hechas de tiempo, y nos permite descifrar las nuestras

Arteta quiere estar lejos del filósofo academicista, que «no vive lo que piensa, porque tampoco piensa lo que vive». De este modo, la reflexión es también aquí una confesión: Aurelio Arteta nos enseña sus arrugas, que están hechas de tiempo, y las lee al tiempo que nos permite descifrar las nuestras. También lo hace porque examinar esa etapa de la vida es una forma de añadir a los años, vida; intensificar lo vivido y lo que se está viviendo.

A pesar de los pesares es un libro valiente, que no trata de disfrazar la vejez con el traje imposible de la juventud. Su objetivo es -en alguna medida, al enfrentarse con las limitaciones y cambios y, hay que decirlo, también con el deterioro- vivir ese momento, que a veces dura más que la juventud. El filósofo se propone «transmutar lo vivido en materia para el pensamiento». Cierra su Cuaderno con una serie de capítulos en los que despliega un arte de vejez, que es en realidad una apreciación de la piedad, el amor y una sensibilidad activa.

Vivir un poco más

El libro recorre una multitud de temas, aunque no los piensa todos; por ejemplo, apenas toca la sexualidad o el humor como respuesta. También es algo limitado cuando habla del lugar del hombre en la naturaleza, excesivamente destacado, a mi gusto, por el solo hecho de nuestra acrecentada conciencia, sin detenerse a pensar la vida del mundo animal (más allá de nosotros). Al terminar de leer el Cuaderno, sin duda con admiración, he echado de menos una mirada que supere la vida humana, o mejor dicho, que la comprenda en un orbe mayor, y no estoy hablando de religión sino de cosmos.

Quiere estar lejos del filósofo academicista. La reflexión es también aquí una confesión

Arteta oscila entre el afán de objetividad y el testimonio de su singularidad como ser humano, lo que lo hace ser sólo él: una vida que tiene un nacimiento y por lo tanto una muerte. Pensar la vejez, algo que hizo admirablemente el gran Italo Svevo como narrador, es una forma de vivir la propia muerte, de quitarle a la muerte su victoria. Pensar para morir un poco menos, que es una forma de vivir un poco más.

A diferencia de Gil de Biedma, Arteta no piensa que envejecer y morir sean el único argumento de la obra. Ni siquiera lo fue en los libros del poeta. Nuestro filósofo cree más bien que es el argumento que informa a todo lo demás, porque hacemos y nos hacemos a causa de sabernos tiempo, y pensar la vejez es una forma de hacernos mejores y animarnos, en el exacto sentido de la palabra, a vivir más.

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