El segundo entierro de Harry Lime

A Holy Martins le sorprenderá en su visita a Viena el cadáver de Harry, punto de partida de esta obra del cine «noir»

En el largometraje participaron Joseph Cotten y Orson Welles ABC

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Cuando Anna pasó de largo, ni siquiera se dignó a mirarle, sino que mantuvo la mirada fija en el final del paseo del cementerio. Holly Martins descubrió que la sombra de Harry era algo que le perseguiría siempre. ¿De verdad pensó que Anna dejaría Viena y se marcharía con él a Estados Unidos? Acababan de enterrar, por segunda vez, a Harry Line , y esta vez parecía la definitiva. El mayor Calloway se había alejado en el jeep de las fuerzas de ocupación británica, elegante, serio, desconfiado, como siempre, pero ahora, con la muerte del sargento Paine sobre su conciencia.

Holly decidió que ya nada le retenía en la antigua ciudad imperial. Regresó a sus novelas de «pulp fiction» sobre el Oeste. Pocos meses después, una de ellas, «La soledad del pistolero» logró un éxito inesperado. Estaba escrita con los mismos tópicos y lugares comunes que las anteriores, pero algo había en la escritura de Martins que había cambiado por completo: la sordidez, el descaro, tal vez fuera, destacó uno de los críticos más influyentes por entonces, la lúgubre visión que de la condición humana contenía la novela.

Lejos quedaban los días de Viena. Pero las palabras de Harry, subidos los dos viejos amigos en la noria del Prater, continuaban presentes sin descubrir, el bueno de Holly, qué ocultaban de lo sucedido: «Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, matanzas, asesinatos... Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento . En Suiza, por el contrario tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!».

La pregunta le obsesionaba desde que contempló cómo Anna en el cementerio conservaba el amor hacia Harry a pesar de haber descubierto sus criminales acciones: ¿Harry quería ser los dos: los Borgia y Leonardo? Una tarde, sentado en The River, en Nueva York, se encontró con un titular en «The New York Times»: informaba sobre la fuga de un antiguo alto cargo del MI6 británico a la URSS . El nombre le recordaba a alguien que había conocido los días dramáticos de Viena: Kim Philby . Philby, tras entrar como militante del Partido Comunista, en los años treinta, había viajado a Austria, para aprender alemán y encontrarse con la entrada de Hitler, y tras la Guerra, regresó a Austria en alguna misión secreta. Era un doble agente. Holly, decidido a cerrar la historia, viajó a Viena, descubrió un café, El Tercer Hombre , que regentaba un músico, Antón Karas. No quiso preguntar el origen de tal nombre, lo sabía.

En la primera vez que dieron por muerto a Harry Line, lo recogieron tres hombres. De dos conocía quiénes eran, los tipos oscuros que respondían como barón Kurtz y Popescu, pero nunca se llegó a saber quién era el tercero. Martins intuía saberlo ahora: Philby. El complot de los soviéticos y la penicilina adulterada, el mercado negro, el comienzo de la Guerra Fría , la tensión entre las cuatro naciones que controlaban Viena y el juego de los soviéticos por envenenar la situación habían tenido un tercer hombre: Philby, que había manejado las ansias de grandeza, dinero y rebeldía de Harry contra el mundo, contra todo el mundo, el Borgia y el Leonardo a quien seguiría amando Anna Schmidt .

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