Mafalda y mucho más: los grandes personajes de Quino

El genial dibujante volcó su ingenio en una galería de personalidades que ya forman parte del imaginario colectivo

Muere Quino, el padre de Mafalda

Quino, con Mafalda Reuters

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Quino ha dejado para la posteridad no solo a Mafalda, sino a una rica galería de personajes que también tienen su hueco en el imaginario colectivo. Estas son sus creaciones.

Mafalda

Mafalda Quino

La voz de la conciencia social, la niña precoz de clase media que dejaba mudos a los adultos con sus preguntas, en forma de reproche inocente, fue el adorado tormento de Quino. Su pequeña le persiguió hasta el final de sus días por culpa de los millones y millones de fans. La hizo nacer, con 4 años, el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana y ya entonces, odiaba la sopa y amaba a los Beatles. Su destino era formar parte de una campaña de publicidad pero la agencia rechazó a la figura inanimada más famosa de la historia de Argentina. A través de Mafaldita, Quino gritaba «!Que paren el mundo!» o pronunciaba frases como, «La vida es linda, lo malo es que muchos confunden linda con fácil».

En su día, el Jurado del premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades resumió las virtudes de la muñeca que tiene réplica de cartón piedra en el porteño barrio de San Telmo: «Inteligente, irónica, inconformista, contestataria y sensible».

El hombre que la hizo nacer no la permitió crecer. «Sigue siendo niña y siempre será así», insistió cuando el mundo quiso celebrar su 50 cumpleaños. Cansado de su particular Pepito Grillo, Quino decidió, sin éxito, librarse de ella en 1973. Ese día, sin epitafio, la suprimió de sus tiras. Sin embargo, no dejaría de dibujar esa figura regordeta de melena negra que se animaba a decirle a cualquiera: «Yo que usted…» O la definitiva: «Si vivir es durar, prefiero una canción de los Beatles a un LP de los Boston Pops».

Susanita

Susanita Quino

Nació y vivió queriendo ser mamá. Millones de lectores pensaron que su destino era casarse con Felipe. «A mí, jamás se me ocurrió pensar algo así», dijo su creador. La razón era sencilla, «porque a mis personajes, no los siento como personas de verdad», admitiría Quino. Algo parecido a lo contrario pasaba con los lectores. Susanita era tan real como millones de niñas de su generación que se educaron convencidas de que su razón de ser en el mundo era ser mamá. Y por entonces, eso implicaba ser la más cotilla de todas y decir cosas como: «Y, digo yo, ¿al hombre de tu prójima se lo puede desear?». De paso, como pretenciosa que era, no ocultaba su desprecio por Manolito, por zoquete y por ser hijo de emigrantes. Superficial, preocupada por las apariencias y la moda, clasista y racista, se divertía jugando a tomar el te con Mafalda como si fueran damas de la alta sociedad. Hasta en el trazo, Susanita tenía cuerpo de señora pero… de barrio.

Felipe

Felipe

A Felipe Quino lo inventó con unos dientes de conejo y la imagen fresca de su amigo Jorge Timossi. El original, el de carne y hueso, se fue a vivir a Cuba enamorado de… la revolución castrista. Felipe, el de papel, es vecino y el mejor amigo de Mafalda. Quizás, el único niño que responde a la idea que se tenía de lo que podía ser un niño. Más bien simplón, soñador, con facilidad para ponerse colorado por la timidez y el despiste como brújula, a Felipe le dejaban desconcertado los comentarios y actitudes de su querida amiga. Puede usar una araña de yoyó y dormirse en una silla pensando en las musarañas. Lo que nunca pudo fue quitarse de encima el peso de la tarea del colegio. Algo mayor que su vecinits (estudia un curso superior) a él, le gusta leer El llanero solitario. En su mundo dice cosas como, «La mejor manera de vivir es darle importancia a todo lo que uno haga» o más realista: «Si yo fuera un agitador, la Policía engordaría».

Manolito

Manolito Quino

El materialismo se hizo carne en la figura de Manolito. El hijo de «Don Manolo» tenía signos de dólar incorporado a su ADN. Todo lo que pasaba a su alrededor atravesaba el filtro del dinero, el principal motor de su vida. Hijo de españoles emigrados a Argentina, Manolito era un zoquete en la escuela pero un hijo aplicado en el almacén de su padre. Con el pelo rapado a cepillo su aspecto y modales son toscos. Carece de sensibilidad para todo menos para el dinero. «Se habla mucho de depositar confianza pero nadie dice que interés pagan», es una de sus frases históricas. Su obsesión es ser rico y propietario de una inmensa cadena de supermercados. Su sueño, convertir a Rockerfeller en un fracasado arruinado. La música de los 60 y los Beatles, a diferencia de Mafalda y Felipe, le suenan a corcho. No las entiende ni quiere hacerlo. Lo suyo es el capitalismo básico y la sopa.

Miguelito

Miguelito Quino

Si Felipe es un año mayor que Mafalda, Miguelito es uno menor. Dice lo que piensa «sin filtro» y sin anestesia, aunque encaja bien los reveses. A veces interviene con preguntas fuera de contexto o absurdas que dejan al resto de la pandilla de piedra. «Pues, aquí estoy, esperando algo de la vida», es una de ellas. Si hubiera nacido hoy a Miguelito ya le habrían endosado algún diagnóstico tipo asperger o similar. Hijo único se enzarza en discusiones con su madre que suelen ser por culpa de «la tarea». Con su rostro cándido resulta ser un admirador de Mussolini, por influencia de su abuelo.

Libertad

Llegó como el último hijo de una familia numerosa. Nadie la esperaba pero sacó la cabeza y … la tenía llena de ideas más allá de las de Mafalda. El nombre ya la definía aunque bien podía haberse llamado utopía o antisistema porque su idealismo es infinitamente superior al de su amiga. Combativa y revolucionaria quiere y está convencida de que se puede, cambiar el mundo o darle la vuelta como un calcetín.

Guille

Debería ser Guillermo pero como buen argentino se quedó en Guille y más siendo el original un sobrino de Quino, cincuentón ahora, que en la actualidad vive en Chile. Guille es el hermanito de Mafalda, el único al que Quino permitió crecer y viajar tan pancho en el Citroen de la familia (Quino no sabía conducir). Hace lo que hacen los pequeñajos, travesuras, incordiar y hacer reír a «los viejos». Dicho esto, apunta maneras en el tema mujeres y enloquece con Brigitte Bardot, la musa de la época a la que Quino encontraba, antes de que perdiera el sentido por los animales, bellísima. Las gracias de Guille, Mafalda no las comparte y mucho menos su pasión por la sopa, el castigo eterno de la pequeña intelectual.

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