El día que las 23 Academias de la Lengua contaron cómo nació la patria del español

Los Reyes presidieron la sesión solemne en conmemoración de los 70 años de la Asociación que reúne a las instituciones, que nació en México en 1951

Los Reyes y Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, al terminar el acto Ignacio Gil
Jesús García Calero

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Pocas veces una sesión solemne como la que ayer reunió, bajo presidencia de los Reyes, a las 23 Academias de la Lengua del hemisferio hispánico, pudo ser más elocuente. No solo por los discursos de aquellos que saben cuidar del idioma, sino porque la RAE invocó de un modo extraño y dramatúrgico las voces que por todas las esquinas del mundo han hecho del español una patria más ancha y acogedora de lo que somos , siquiera, conscientes.

En presencia de los Reyes y otras autoridades del Estado (la presidenta del Congreso, los de los tribunales Constitucional y Supremo, la de la Comunidad de Madrid y de La Rioja, la ministra de Ciencia e Innovación) y delante de los embajadores de las repúblicas americanas, Santiago Muñoz Machado abrió el acto como director de la RAE recordando los 70 años de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) fundada en México en 1951.

La lucidez de 1870

Pero todo dio un giro cuando Muñoz Machado pidió a diferentes académicos que interviniesen en el estrado. Primero, Arturo Pérez-Reverte , que leyó un fragmento del reglamento aprobado el 24 de noviembre de 1870 –hace ya 151 años– que regulaba la fundación de Academias Americanas. Palabras lúcidas: «Los lazos políticos se han roto para siempre: de la tradición histórica misma puede en rigor prescindirse; ha cabido, por desdicha, la hostilidad, hasta el odio entre España y la América que fue española; pero una misma lengua hablamos, de la cual, si en tiempos aciagos que ya pasaron usamos hasta para maldecirnos, hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia, aprovechamiento y recreo. Hoy, pues, que la Academia nada monopoliza, y acaso nada más que su literaria tradición representa, con estos únicos, pero valederos títulos, llamando a todos y oyendo a todos, debe y puede pugnar porque en el suelo americano el idioma español recobre y conserve , hasta donde cabe, su nativa pureza y grandilocuente acento».

El texto revela el paso decisivo en la construcción de una identidad común, funda de algún modo la diplomacia cultural, y continúa: «Con tan sencillo medio entendió y se propone la Academia Española realizar fácilmente lo que para las armas y aun para la misma diplomacia es ya completamente imposible. Va la Academia a reanudar los violentamente rotos vínculos de la fraternidad entre americanos y españoles; va a restablecer la mancomunidad de gloria y de intereses literarios, que nunca hubiera debido dejar de existir entre nosotros, y va, por fin, a oponer un dique, más poderoso tal vez que las bayonetas mismas, al espíritu invasor de la raza anglosajona en el mundo por Colón descubierto».

Después, el salón de actos de la RAE se llenó de las voces y acentos de todas las esquinas del mundo hispano. Uno a uno, Muñoz Machado dio paso a representantes de las primeras Academias creadas, desde Colombia (1871), cuyo director, Juan Carlos Vergara, leyó el acta fundacional en que se decidió nombrar a 12 académicos en nombre de las 12 chozas que habían construido los españoles en el lugar en que sería fundada Bogotá . Siguió Susana Cordero, presidenta de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, que hizo lo propio con una carta en la que se constataba el ánimo de cooperar en el cuidado del idioma, que no debía emanciparse, y se invocaba, ya en 1908, el hecho de que e n el ámbito hermanado por la lengua española aún no se ponía el sol .

Esa visión de los académicos de 1870 fue ganando fuerza, la fuerza de la razón expresada en la lengua que nos une a los dos lados del océano y de la historia. Así, uno a uno, siguieron otros representantes levantándose para dar testimonio de la construcción temprana de una patria mayor que las repúblicas americanas y el reino español , la patria de la lengua. El peruano Marco Martos Carrera relató cómo sin haberse apagado el último cañonazo en Ayacucho ya estaba la Academia Española dando pasos para un trabajo común.

Después, el representante argentino y el de la Academia Norteamericana, que recordó que el castellano fue el idioma del descubrimiento y colonización inicial de los Estados Unidos, desde California a Florida, donde 1.500 ciudades y varios Estados conservan sus nombres en español.

Lo mismo ocurrió, antes de que hablase Don Felipe, con los representantes de las Academias de México, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Puerto Rico... Cada voz sumaba un acento en la sala, una expresión de afecto por las palabras que nos permiten conversar y compartir los valores comunes, las visiones de la vida y de la muerte que también son hermanos, desde los poros del idioma, que se ha visto enriquecido con casi 800 palabras del nahuatl, y otros cientos de los vocablos del aimara, quechua, guaraní, maya y cuantas lenguas originales perviven y se cuidan (como chocolate, cigarro, alpaca...), lo mismo que desde el portugués y el inglés, cuyo contacto es más reciente. El representante de la Academia de Puerto Rico, José Luis Vega, añadió notas agridulces de experiencia en el contacto con la frontera del poderoso vecino del norte, el inglés y demostró porque el español sigue siendo el mayor patrimonio cultural de la isla.

La dramaturgia que puso en escena la RAE sirvió para contemplar el nacimiento de esa patria del español de la que ningún hablante se siente desterrado. El acto, además, sirvió para mostrar el futuro del idioma con los proyectos punteros de las Academias de Asale: el Diccionario Histórico y LEIA, que sellará la amistad entre el español y la inteligencia artificial en los dispositivos.

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