Siete detalles ocultos del viaje del hombre a la Luna

Rafael Clemente escribe en «Un pequeño paso para (un) hombre» un relato de hechos insólitos y poco conocidos sobre el programa Apollo

Fotografía tomada en el histórico 20 de julio de 1969 por Neil Armstrong de su compañero Edwin E. Aldrin AFP/NASA
Gonzalo López Sánchez

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Si un historiador tuviera que resumir el siglo XX con una frase quizás recordaría las palabras que Neil Armstrong pronunció el 20 de julio de 1969 sobre la superficie de la Luna, poco antes de dejar la escalerilla del módulo lunar «Eagle»: «Es un pequeño paso para el hombre, pero (un) gran salto para la humanidad». Ningún otro hecho tan relevante en un siglo tan convulso fue seguido por tantas personas, gracias a la televisión, y condensó en unos segundos el pulso de los tiempos. Una sola imagen reflejó el apogeo de la Guerra Fría, el despegar de la era de la exploración espacial y la revolución tecnológica que trajo. Sin duda, los primeros pasos de Armstrong fueron uno de esos «momentos estelares de la humanidad» con que Stefan Zweig resumió el río de la historia.

Rafael Clemente escribe en «Un pequeño paso para (un) hombre» (Libros Cúpula) una «historia desconocida» de la mítica llegada del hombre a la Luna . Sus páginas están repletas de detalles y facetas insólitas del programa Apollo, de la NASA, normalmente ignoradas por el gran público.

Por ejemplo explica por qué la famosa frase de Armstrong debe de llevar un paréntesis, porque el astronauta en realidad apenas pronunció el artículo «un». También recuerda episodios terribles, como el incendio en una cápsula de entrenamiento que le costó la vida a tres astronautas. O por qué el enorme cohete Saturno estaba repleto de cargas explosivas para destruirlo en caso de error o cómo lo protegían frente a intentos de sabotaje por parte de agentes soviéticos.

El libro recuerda cómo fueron los primeros pasos de esta gran aventura espacial, marcados por el valor de los astronautas y los cosmonautas y por la perspicacia de científicos e ingenieros. Cómo se pensaron las primeras misiones tripuladas, y la enorme cantidad de chapuzas e improvisaciones a las que se recurrió sobre la marcha. También se explica qué comían los tripulantes, cómo eran los ordenadores de las naves a finales de los sesenta y cómo se resolvía el problema de hacer las necesidades fisiológicas en el espacio.

Finalmente, el enorme esfuerzo y dinero puesto en la titánica empresa dio sus frutos, y los humanos lograron poner el pie en la Luna solo 12 años después de que se lanzara el primer satélite de la historia, el Sputnik .

«Cierto que la llegada a la Luna fue un resultado directo de las confrontaciones de la guerra Fría. Es evidente el componente político que la animó, muy por encima del interés científico o tecnológico», escribe Rafael Clemente. «La principal motivación fue el compromiso de un Kennedy que decidió enfrentar a su país a un desafío colosal, no porque fuera fácil, sino por todo lo contrario . Quizá ahí reside la épica del programa Apollo, tal vez la última gran exploración que nosotros o nuestros hijos o nuestros nietos tendrán ocasión de conocer».

Ya ha pasado medio siglo desde aquella aventura. Después del Apollo, nadie ha vuelto a la Luna. ¿Veremos a un astronauta (o taikonauta) poniendo una bandera sobre la superficie de otro mundo en un futuro?

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Un bolígrafo espacial, capaz de escribir boca arriba. Reemplazó a un lapicero retráctil cuyo precio ascendía a los 130 dólares por unidad ABC

El lápiz más caro de la historia

Una de las cosas que quedan claro al leer «Un pequeño paso para (un) hombre» es que, en el espacio, cualquier acción cotidiana es un problema. Algo tan sencillo y necesario como hacer anotaciones puede ser un incordio cuando se viaja en el interior de una nave espacial casi en ausencia de gravedad. Un bolígrafo convencional no funciona, porque la tinta no cae hasta la punta, y un lapicero normal puede ser un peligro, porque el grafito de la mina es conductor e inflamable y podría provocar daños en los equipos electrónicos.

Por este motivo, la NASA se tomó muy en serio el problema de los lapiceros espaciales. A comienzos del proyecto Gemini, cuyo fin era poner en órbita a los primeros astronautas estadounidenses , encargó a una compañía diseñar un lápiz retráctil.

Una empresa especializada en mecánica de precisión creó un sofisticado modelo. Le cobró a la NASA el montante de 4.328,50 dólares y le entregó un arsenal de 34 unidades, con lo cual cada lapicero le salió a los contribuyentes estadounidenses por unos 130 dólares .

El «boli» espacial

Las acusaciones por despilfarro resonaron durante años, así que la NASA tomó buena nota de lo ocurrido. Años más tarde Paul Fisher patentó un bolígrafo capaz de escribir boca arriba , gracias a un cartucho de presurización con nitrógeno, y le dijo a la NASA que el diseño le había costado un millón de dólares. Pero entonces, la agencia espacial se limitó a esperar. Su astuta decisión le permitió comprar centenares de bolígrafos espaciales cuando ya estaban en el mercado por el nada astronómico precio de cuatro dólares.

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Los astronautas del programa Apollo tenían una carta con 70 alimentos. Eran fácilmente masticables y no generaban migas NASA

Menús para astronautas

Los astronautas del programa Apollo tuvieron a su alcance una carta con 70 platos. Tenían para escoger un amplio surtido de alimentos liofilizados o deshidratados fácilmente masticables.

Ya en la Luna, el repertorio culinario de los astronautas del programa Apollo 11 se reducía considerablemente. Los tripulantes solo podían escoger entre dos menús. El primero incluía cubos de tocino, melocotón, galletitas de azúcar, zumo de piña y pomelo y café. El segundo menú constaba de estofado de buey, sopa de pollo, pastel de dátiles y zumo de uva y naranja. Aparte, los astronautas tenían aperitivos para picar, con frutos secos, barras de caramelo, pan y pavo en salsa.

Los alimentos estaban preparados para ser conservados sin necesidad de refrigerar ni calentar. Como mucho, el tocino o el pavo iban estabilizados con una cubierta de gelatina, mientras que las galletas y el pan recibían un tratamiento especial para evitar la formación de migas que pudiesen flotar por el habitáculo.

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Una bolsa diseñada para recoger los excrementos de los astronautas, y de nombre «Defecation Collection Device» NASA

La «caca» flotante

La incomparable gesta de enviar los primeros hombres a la Luna requirió hacerse cargo de detalles escabrosos y poco elegantes. Uno de ellos fue la eliminación de los residuos biológicos producidos por los astronautas a bordo de las naves espaciales.

Durante el programa Apollo la orina se descargaba al espacio a través de un conducto abierto al exterior. En cuanto el líquido salía de la nave, quedaba vaporizado.

La operación requería usar mangueras con boquillas intercambiables, donde los tripulantes introducían su fisionomía para orinar. «Algunos astronautas expresaron cierta desazón al pensar qué pocas piezas separaban el extremo del usuario del vacío del espacio », escribe Rafael Clemente.

Lo cierto es que la sencilla descarga de orina requería la alta tecnología de la época. De hecho, el conducto de la orina iba calefactado, para evitar que el líquido se congelase y taponase el circuito, y por ello iba recubierto de oro.

Con todo, cada vez que un astronauta iba al retrete se formaba una nube de cristales de orina que acompañaba a las naves durante un trecho. En alguna ocasión, algún tripulante habló de la constelación de «Urión» para referirse a estas volutas de orina espacial.

Una «caca» flotante

Otro problema mucho mayor fueron las heces. «Para los astronautas, ir de vientre nunca resultó una experiencia satisfactoria. Las heces se recogían en unas bolsas de plástico con borde adhesivo que se sujetaba a las nalgas. La operación no era fácil y «con frecuencia parte del material escapaba y flotaba en la cabina, pegándose a los trajes o a los paneles de mando», escribe Clemente.

En una ocasión, la inconveniente operación provocó el avistamiento de un objeto volador en la cabina del Apollo 10, como muestra esta transcripción recogida en «Un pequeño paso para (un) hombre», y que en un principio llevaba el sello «Confidencial»:

CERNAN. -¿De dónde ha salido eso?

STAFFORD. -Pásame una servilleta, rápido. Hay una mierda flotando en el aire.

YOUNG. -Yo no lo hice. No es mío.

CERNAN. -Creo que tampoco es uno de los míos.

STAFFORD. -El mío era un poco más pegajoso...

Riesgo de explosión

Cuando no había este tipo de problemas, las heces quedaban almacenadas de forma segura, y sin la posibilidad de que las bolsas estallasen a causa de la fermentación . Para ello, los astronautas tenían que hacer varias operaciones después de rellenar las bolsas para heces, cuyo nombre oficial era «Defecation Collection Device».

Los tripulantes debían introducir una pastilla germicida, amasar bien la mezcla y guardarla en un compartimento que no siempre cerraba herméticamente. Por si acaso, debían meter las bolsas en otros envoltorios, y contaban con sensores de presión que detectaban la posible ruptura de alguno de los envases.

En el módulo lunar, que se posaba en la superficie de la Luna, los astronatuas sencillamente dejaron abandonadas bolsas de basura y de heces. Además, podían hacer sus necesidades dentro del traje, gracias a un culote diseñado a tal efecto . Ningún astronauta reconoció haberlo usado.

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La computadora del programa Apollo tenía una memoria de 72 kilobytes, miles de veces menos que los smartphones actuales, pero fallaba mucho menos que ellos NASA

AGC, el HAL 9000 de la Luna

El ordenador de a bordo de las misiones a la Luna, el «Apollo Guidance Computer» o AGC , nació de un laboratorio que diseñó sistemas de dirección de misiles, el Laboratorio de Instrumentación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

En aquella época, los ordenadores ocupaban habitaciones enteras, pero este aparato no pesaba más de 35 kilogramos, no abultaba más que dos cajas de zapatos y consumía lo mismo que una bombilla mediana. Era todo un prodigio de la miniaturización de la época.

En gran parte fue así gracias a un anecdótico error. Antes de su desarrollo, los ingenieros de la cabina del Apollo le preguntaron a los responsables de instrumentación del MIT cuánto espacio necesitaban. En un principio, nadie tuvo una idea clara, así que dieron una cifra que les pareció conveniente: un pie cúbico. Años después, sin embargo, se lamentaron amargamente después de verse con una tarea casi imposible: «Tendríamos que haber pedido dos pies cúbicos...» .

Ordenador de vuelo

Este ordenador controlaba el sistema de estabilización, los encendidos del motor, hacía los cálculo para determinar la posición de la nave en el espacio y, en general, dirigía todas las fases del vuelo . La máquina era capaz de integrar las órdenes introducidas por los astronautas con los datos que recibía de multitud de sensores de la nave.

Entramado de cables de una memoria de ferritas Raytheon

«El criterio imperante era: "Cuando una tarea solo pueda ser ejecutada por un humano (la fase final de descenso en la Luna, por ejemplo=, la hará un humano; todo lo demás será cosa de la máquina"», escribe Rafael Clemente. Esta «decisión «no fue bien recibida por los astronautas, pilotos acostumbrados a controlar su avión directamente, para quienes la idea de cambiar la palanca de mando por un teclado de ordenador les resultaba, como mínimo, poco tranquilizadora».

Un prodigio tecnológico de los sesenta

Este AGC nació en una época en la que la miniaturización apenas había comenzado a gatear . Como muestra, un dato: el proyecto Apollo consumió más de 100.000 chips, equivalentes al 60 por ciento e la producción total de la industria de la época. El resultado fue un ordenador unas 2.000 veces más lento que un teléfono móvil moderno . Su memoria era de 72 kilobytes, cuando ahora los smartphones tienen varios gigabytes.

Una «costurera», enhebrando un módulo de memoria del ordenador de a bordo del programa Apollo Raytheon

A pesar de su escasa potencia, el AGC estaba diseñado para no fallar jamás , y era imposible que se pudiese borrar su memoria. Cuando sufría algún error, el ordenador volvía a iniciar las secuencias previas aprovechando «puntos de retorno», y además podía hacerlo de forma casi instantánea.

Un ordenador tejido

Curiosamente, la programación del ordenador se hacía enhebrando anillos metálicos de ferritas en una malla de conductores eléctricos. Su colocación se encomendó a un equipo de «costureras». ¿Cómo funcionaba? Básicamente, la presencia de un núcleo de ferrita en un determinado cruce de hilos equivalía a un uno binario, mientras que su ausencia era un cero.

Esto le daba mucha estabilidad al AGC, pero hacía que cada misión requiriese una programación que podía llevar varios meses. Además, cualquier cambio de última hora requería hacer modificaciones extremadamente complejas que se convertían en toda una operación quirúrjica.

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Neil Armstrong recoge herramientas en un compartimento del módulo lunar NASA

¿Quién filmó al primer hombre en la Luna?

La gesta del programa Apollo es tan sorprendente que hay quienes dudan de que el hombre realmente llegara a la Luna –la belleza y complejidad de la esférica Tierra favorece dudas similares y lleva a que todavía haya terraplanistas –. Hay quienes dicen que todo es una gran maniobra de propaganda y que las imágenes, incluyendo las impactantes tomas de naves suspendidas en el espacio , se rodaron en un estudio.

Pero, ¿cómo se tomó la primera película de un hombre caminando sobre la Luna? ¿Quién estaba ahí para registrar el histórico momento?

El responsable fue una cámara automática. Antes de bajar la escalerilla, Neil Armstrong debía de tirar de una anilla que abría un compartimento adosado al lateral del módulo lunar: el llamado «Modularized Equipment Stowage Assembly» (MESA). Allí se almacenaban herramientas para la exploración, como rastrillos, pinzas o bolsas de muestras, y se encontraba una cámara de televisón.

Con el despliegue del MESA, la cámara quedaba enfocada hacia el tren de aterrizaje y la escalerilla. Después de las históricas tomas, Armstrong retiró la cámara y la instaló en un trípode, a pocos metros de distancia, para retransmitir el resto del paseo lunar.

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El presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, saluda a los astronautas dentro de un vehículo de cuarentena, básicamente una caravana modificada NASA

La cuarentena de los astronautas

Todo el mundo estaba convencido de que no podía haber rastro de vida en la Luna, a causa de sus extremas temperaturas y el bombardeo de la radiación, pero, por si acaso, la NASA impuso una severa política de cuarentena para los astronautas que volvieron del satélite.

Después del regreso a la Tierra, cuando la cápsula Columbia quedó flotando en el océano, los astronautas del Apollo 11 tuvieron que ponerse una escafandra hermética y una mascarilla de filtro antes de saltar a una balsa.

Los operarios de la NASA pulverizaron un antiséptico por las paredes de la cápsula y en la escotilla, y rociaron a los astronautas con lejía. Un helicóptero les izó uno por uno y les llevó a un buque de rescate (el portaavoines «USS Hornet»). Las paredes de la cápsula y la balsa se embadurnaron con betadine. Pasados unos treinta minutos, la balsa y los utensilios usados se hundieron en el Pacífico.

A bordo del «Hornet», los astronautas se internaron en un vehículo de cuarentena, una especie de caravana de camping modificada. «Tras ellos, un técnico provisto de un espray de desinfectante roció todo el camino que habían pisado, como si se tratase de apestados. Mientras no se demostrarse lo contrario, había que ponerse en lo peor», escribe Rafael Clemente.

Después, los astronautas viajaron a Houston y se les internó en un alojamiento más cómodo. Finalmente, la cuarentena se prolongó durante casi tres semanas .«En las muestras no apareció ningún germen, los cultivos fueron negativos y tampoco dos docenas de ratones de laboratorio, inoculados con material lunar, desarrollaron patología alguna», recuerda Rafael Clemente.

Por ese motivo, poco a poco quedó claro que no había peligro ninguno. Pero no fue hasta el Apollo 15 cuando el protocolo de cuarentena se eliminó.

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El módulo lunar «Eagle», del Apollo 11, se eleva sobre la Luna. Al fondo, la Tierra NASA

¿Por qúe no se ha vuelto a la Luna?

Mucha gente no recuerda qué ocurrió después del famoso paseo de Neil Armstrong, en julio de 1969. Lo cierto es que un total de 24 astronautas volaron alrededor de la Luna y que 12 de ellos caminaron sobre su superficie. La última misión fue la del Apollo 17, que finalizó en diciembre de 1972, con Eugene Cernan, Ronald Evans, Harrison Schmitt y Ronald Evans a bordo. Desde entonces, nadie ha vuelto a ir a la Luna. ¿Por qué?

Rafael Clemente lo deja entrever en «Un pequeño paso para (un) hombre»: «Pocas semanas después del aterrizaje del Apollo 11, la NASA anunció las primeras cancelaciones de primeros proyectos . El presupuesto no daba más de sí. Empezaron los despidos de personal técnico, tanto en el área de Cabo Cañaveral como en las empresas subcontratistas, repartidas por todo el país».

Ya en enero de 1970, se hizo oficial la anulación del último Apollo, que hubiera sido el 20.

En total, la aventura lunar le costó a Estados Unidos unos 24.000 millones de dólares de la época , que hoy serían seis veces más, según Clemente. Por este motivo, los planes de regreso a la Luna pasan ahora por iniciar una intensa colaboración internacional y con empresas privadas.

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