La chirigota de Carlitos Pérez guarda algo especial. Es Cádiz puro. Un viaje al pasado aunque sea media hora. Una rara avis, especie endémica gaditana pero, sino en extinción, sí que de privilegiada protección. La música del pasodoble es un caramelo que parece haber legado el eterno Santander en su discípulo. Desde la introducción del pito, al compás marcado por las baquetas en la madera y la preciosa melodía cuando entra la octavilla en el trío. Electrificante.
A ello se le une un grupo muy reconocible con viñeros de postín protagonistas de muchas de las chirigotas de nuestra mejor colección. La primera letra alude a esa nostalgia de tiempos ya pasados, en Tosantos con los pavos en la plaza, sonando las sirenas de astilleros, las cañas de pesca en el Puente Carranza. La segunda copla reflexiona sobre un asunto apenas tratado, referido a esos varones que se cambian de sexo para acogerse a las supuestas ventajas legales que tienen las féminas. Si sufrieran el machismo a diario, seguro que se le quitarían las ganas.
No despegan en los cuplés, la pieza que les puede perjudicar de cara a ese ansiado pase a semifinales. A las dificultades para tener sexo con su mujer en el futuro y al horizonte espléndido que les espera a los sevillanos. En el popurrí se nota que la conexión no es similar a la de preliminares, donde había muchas ganas de Carnaval. ¿Se acuerdan de aquella época? Eso sí que provoca nostalgia.
Así fue su actuación en preliminares:
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