OPINIÓN CARNAVAL

Terapia

Y que una entrada de gallinero vale una décima parte que una sesión de terapia

Reyes Calvillo

Me he levantado a las cinco y media de la mañana, casi a la misma hora que Santiago Nassar «el día que lo iban a matar».

No he podido dormir en condiciones durante la mitad de la noche, a pesar del correspondiente lorazepam, que todavía me acompaña algunas vigilias, porque un huésped del hostal ha tenido a bien llamar a su esposa (quizás ex esposa, 'casi-algo' o novia en vías de separación) para contarle que no había salido en toda la noche, que llevaba dos días sin beber y que aún la quería. También intentaba hacer una descripción un tanto lúgubre y decadente del lugar, que resultaba más bien cómica e incluso lastimera: A ver, illo, la habitación está más que apañada para pasar varias noches y tiene un balcón enorme a la calle. Estos dos metros cuadrados podrían costar 400 euros al mes en 'Idealista' y llamarse «coqueto apartamento costumbrista mejor-ver-en-persona».

El chaval considera óptimo poner el altavoz y no callarse durante lo que me parecen horas, así que asumo que, a pesar de mi esfuerzo titánico por haberme ido directamente desde el teatro hasta la cama sin pararme en ningún bar, no voy a dormir mucho esta noche.

Tras una hora y media de carretera, llego al trabajo y me sorprende que me digan que «traigo buena cara».

Comienzan las bromas de rigor sobre el motivo por el que no he pegado ojo en toda la noche en Cádiz.

«Ojalá, que decía Silvio». Siempre es un buen momento para seguir creando el personaje.

Al salir del trabajo y tras chocarme con un Ford Fiesta plateado, el cual tampoco conduce el amor de mi vida y no será el detonante de un guión de Nancy Meyers, encuentro aparcamiento y salgo disparada a la consulta de mi psicóloga.

Voy tarde.

Llego tarde.

Como a todo.

Me pregunta cómo ha ido la semana y me sale decirle que «ayer estuve en terapia»

Se sorprende.

Si bien mi primer psicólogo fue quien me lanzó, sin compasión ni piedad alguna, a la realidad del carnaval, esta mujer conoce bastante poco de la fiesta e incluso siento que le abruma la magnitud de la misma cuando se la cuento.

Repito: «Ayer estuve en terapia»

Silencio, como cantaba Camarón.

No sé cómo explicárselo, así que cojo el móvil y le pongo 'El Grinch de Cádiz'

«¿Ves? El año pasado le dieron carga con algunas cosas de su grupo y ha usado eso mismo para hacer humor. No solo se ríe de sí mismo, sino que devuelve de forma elegante esos comentarios negativos. ¿Puede hacerte daño algo o alguien cuando tú mismo lo transformas en tu arma y lo resignificas?»

(APARTE: O algo así, que yo le dije)

«Además, El Grinch tampoco odiaba la navidad, solo necesitaba saber por qué estaba siempre enfadado consigo mismo»

Silencio, como cantaba Camarón.

«Y un abrazo» Me responde

(Calvillo mira al suelo y el parpadeo suena como una cristalería de vitrina estrellándose contra el asfalto)

Y salgo de allí pensando que quizás, en nuestras contradicciones, todos deberíamos abrazar a nuestro propio Grinch.

Y que una entrada de gallinero vale una décima parte que una sesión de terapia.

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