OPINIÓN

Rencorosos

En el carnaval y su concurso el rencoroso anda a sus anchas paseando. Normalmente son autores de élite

Nandi Migueles

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A lo largo de mis cuarenta años de carnaval me crucé con todo tipo de gente en este mundo tan peculiar de egos y farándula. La mayoría son o eran, personas maravillosas, gente educada y amable, simpática y agradecida de conocernos mutuamente. Pocos son los roces desagradables en todos estos años de convivencia que he tenido que soportar. Tal vez alguna dolorosa e inconcebible deslealtad con su proporcional y enorme desengaño y algún que otro tramposo sin ningún tipo de vergüenza, hayan sido los que me hicieron profundas muecas en la culata de mi corazón. Eso fue quizás lo más fuerte que me he topado durante este largo camino carnavalesco. Todo me ha ido bastante aceptable, salvo excepciones, con este gremio de artistas como a cualquiera le puede pasar en su vida con las relaciones humanas dentro de su ámbito.

Pero la cosa cambia cuando eres jurado. Solo a esos que le das el primer premio seguirán prometiéndote amor eterno e incondicional, otorgándote besos de hermanos y amplias sonrisas con fuertes abrazos.

Tengo casos de ese año que estuve en ese difícil palco, para enmarcar y que por desgracia he visto perdurar hasta hoy día. Personas que te llamaban hermano o te comían a besos y cariños, pasaron a quitarme el saludo, privarme de sus achuchones y borrarme de su lista en el rebaño de sus preferidos.

Por suerte son mayoría los que me aprecian y son ellos los que realmente me importan. El sacarlos a flote aquí no es más que una advertencia o consejo para los que piensen que están rodeados de amigos en este mundo tan singular.

En el carnaval y su concurso el rencoroso anda a sus anchas paseando. Normalmente son autores de élite.

El rencor se les nota en sus letras, en sus ademanes o en una simple entrevista con la prensa. Siempre andan subidos a ese pedestal donde impera su razón e inalcanzable nivel literario. Disparan a diestro y siniestro buscando la provocación y el efecto de quien los escucha. Normalmente en su vida particular van perdonando la vida a los que hacemos carnaval por afición o entretenimiento.

El rencor no es más que el resultado de una defensa acérrima contra el ataque a su ego y vanidad. Soy el mejor y siempre lo seré. No me importa las creaciones de los demás ni me paro a oírlas siquiera. Viven perpetuamente en el mito de la caverna donde su perspectiva individualista les hace creer que son la columna vertebral de nuestra fiesta y todo lo que no sea mi obra es la mediocridad. En su repertorio hacen su propio catecismo y no admiten más sacramentos que los suyos. Lo mismo escriben contra la derecha que contra la izquierda por el miedo a encasillarse en un bando y perder los beneficios que puedan obtener por ambos lados. Presumen de valientes, pero se comportan como cobardes cuando no ganan, vomitan contra todos aquellos que no comulgan con su doctrina. La palabra humildad la fueron olvidando al tiempo que su éxito fue creciendo o decreciendo. Se creen en la posesión de la verdad en todos los sentidos, en el carnavalesco porque lo mío es lo mejor y en su vida personal porque se consideran los más cultos y elegidos para la gloria.

Son fáciles de identificar porque ganan casi siempre, pero ¡ay! de aquellos jurados que no les den el primer premio, serán pasados a cuchillo para el resto de su vida.

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