DESDE LA PLATEA

Silencio, son las ocho

Callar y escuchar para arañar repertorios, para buscar las vueltas, asimilar las obras y aprender de los grandes

María José Lora

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El concurso viene dispuesto a devorar al aficionado, cuando debería ser al revés. Ser el aficionado el que lo devore. Y es que alguno de los grandes ya han dejado su impronta en las tablas. Silencio. Son las ocho. Aunque uno se declare seguidor activo de semejante espectáculo con derecho a opinar y resolver, no puede más que callar y aprender. Ya pusieron sus cartas sobre la mesa, sus trayectorias, ecuaciones para llegar al alma, meses de ensayos, esos quebraderos de cabeza hasta llegar a destino: el más sincero premio, llevarse al público.

Así, por empezar a rellenar las primeras páginas de preliminares. Como buenas ovejas, seguimos al pastor rebelde de Martínez Ares. A esos seres descarrilados, que se salen del molde, que vienen a maniobrar para dejarte en la cuneta, al límite, casi en el éxtasis: «Si por la parte de Santander soy chirigotero, por Aragón llevo este veneno...» Quién pudo dormir después de ese primer pasodoble a todo el rebaño de rebeldes que ha parido el Carnaval. Amalgama de voces, sensaciones, sonidos... Pura magia y belleza. A caja negra, como aquellos camaleones... Simpleza y efectividad. Una obra sublime que habrá que asimilar y reconducir en la cabeza. Ninguna oveja negra llegó tan lejos en el rebaño. Posiblemente una de sus mejores obras, pero habrá que esperar...

Y también pisó con fuerza el pregonero, con su sonrisa inconfundible, marca de la casa, carisma y desparpajo. Ese 'Grinch de Cai' defendió con un tipo arriesgado un repertorio brillante, muy a su estilo. Lo que esperaba el aficionado. Y supo a gloria. San Pedro, válgame Dios. «Qué bonito está mi Cai. Po será pa ti», reza el estribillo. Ya lo dicen ellos mismos: «¡Qué porquería!». Irónicamente hablando, claro. Y se volvió a repetir ese encuentro entre dos grandes en una misma fase, caprichos del sorteo. 'Titi y Caimán' hace 30 años. Ahora, más de lo mismo.

Y como un espejismo volvió a coger la batuta García Cossío y a tirar del carro, echándose al lomo un tablao flamenco con una apuesta bastante arriesgada, sentados, pose y quejío. Se echaba de menos esa 'pataíta' de Jose Mari. El Selu, otra oveja que regresa al rebaño, y que ha cosechado todo tipo de críticas y alabanzas en su primera aparición, quizás un poco fríos, pero todavía queda concurso.

Probablemente, el aficionado no devore inmediatamente a sus más amados autores, sino que será con el tiempo, con la escucha, con la espera, con los días... Ya que de no hacerlo no experimentaría la magia de callar y aprender de los mejores, esos grandes que aportan ese sello característico a la fiesta en sí, dándole esencia y autenticidad. Guardar silencio para arañar repertorios, para buscar las vueltas y asimilar las obras. Todavía queda mucho pero hay que callar y esperar, que son las ocho otra vez.

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