OPINIÓN CARNAVAL

Mírame a los ojos, hostia

«La verdadera grandeza de una sociedad radica en la capacidad de sus ciudadanos para tomar decisiones responsables.»

Albert Schweitzer

Nacho Frade

Enrique Goberna

Tú, autor, mírame a los ojos, ostia, ¡mírame a los ojos!: deja de escribir estupideces. Tú, aficionado, mírame también a los ojos, sí, a los ojos, hostia: no aplaudas la estupidez. Permítanme el remedo al cómico Ángel Martín, pero es un grito desesperado para intentar devolver la cordura a una sociedad a sabiendas de que es una batalla casi perdida.

En los últimos cinco o seis años he notado con perplejidad la persistente tendencia de las agrupaciones carnavalescas a sumergirse en un océano de chistes sobre el consumo de cocaína. ¿Es esto realmente necesario?

Entiendo que el carnaval es transgresión y no un seminario de pedagogía, pero no puedo evitar preguntarme si es prudente trivializar una droga que está afectando alarmantemente a la juventud en nuestro país. La repetición constante de estos gags consigue que nuestros jóvenes acepten socialmente el consumo de cocaína y lo que es peor, lo hagan como algo intrínsecamente ligado a un contexto lúdico.

En medio de esta oleada de chistes innecesarios, predecibles y desgastadísimos —en su inmensa mayoría malos de solemnidad— surge la pregunta: ¿realmente estamos siendo coherentes como sociedad? Por un lado, eliminamos la publicidad de tabaco y alcohol para proteger a nuestros hijos, pero por otro nos reímos de chistes sobre cocaína en coplas que escucharán, aprenderán y entonarán después.

No olvidemos que la repetición constante de ciertos comportamientos en los medios de comunicación influye en la percepción que de la realidad tienen nuestros jóvenes. Todo el que se sube a un escenario es un referente para cualquiera de esos niños. Ellos, en plena formación, absorben esta representación hasta integrar y asumir que la sociedad es como ahí se describe.

No pretendo convertirme en censor, nada más alejado de mi intención, pero quizá sería prudente detenerse un momento antes de escribir o aplaudir chistes sobre ciertos temas. Hoy a nadie se le ocurriría hacer bromas sobre una agresión machista o sobre el maltrato animal ¿Es realmente necesario hacer humor sobre el consumo de cocaína? ¿qué pensaríamos si fuera nuestro hermano pequeño, hija o hijo preadolescente quien perpetrase el chistecito, con su coreografía nasal, como se ha visto en no pocas ocasiones en el concurso? Apelo al sentido común de los letristas, al de los componentes de las agrupaciones y del público para que rechacen sin paliativos esta deriva.

Tal vez, en lugar de contribuir a la perpetuación y normalización de problemas sociales, podríamos emplear el ingenio y la creatividad de la que presumimos, en generar humor que nos haga reír sin perder de vista nuestra responsabilidad como sociedad.

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