FOTOMATÓN

Chavales, podéis estar orgullosos de 'Papu'

Cristóbal Cantos Secretario general de Asaja-Cádiz

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Lleva toda la vida al frente de Asaja y su continua defensa del campo y de los agricultores y ganaderos le ha hecho un personaje público en Jerez, la provincia y Andalucía. Se le nota especialmente satisfecho tras la inauguración y el estreno hace una par de meses del Citea, un edificio inteligente ubicado en el Parque Tecnológico Agroalimentario de Jerez y que se ha convertido, no sólo en la nueva sede de Asaja, sino en un referente y centro de actividades para todos los profesionales del campo. Cristóbal Cantos está casado, tiene tres hijos y cuatro nietos. El último en llegar fue bautizado ayer, precisamente, para satisfacción de toda la familia y de su orgulloso abuelo, quien asegura que sólo se iría a vivir lejos de Jerez «si fuese para estar junto a mi familia». Y es que, en la actualidad, tiene repartida su descendencia entre Sevilla y Madrid. ¿Es diferente la relación que se tuvo con los hijos y la que se mantiene con los nietos? Cristóbal no duda a la hora de responder: «Sí, por supuesto. Con los primeros yo estaba obligado a educarlos, y con los nietos lo que hago ahora es lo contrario, consentirlos y malcriarlos». Se le dibuja una amable sonrisa en la cara cuando habla de los pequeños, y cuenta que no le llaman abuelo, sino papu, «que es una mezcla entre abuelo y papá». La agradable conversación con el jefe de Asaja deriva en los Estados Unidos, donde su hijo mayor, que se encuentra estos días en Boston por cuestiones de trabajo, hizo el master y vivió durante tres o cuatro años. «Es un país lleno de contradicciones, me daba miedo que mi hijo se quedara allí porque, aunque me encanta su liberalismo y como se envuelven en su bandera cada vez que tienen un problema, me asusta su inseguridad en todos los ámbitos y la marginación y grandes desigualdades que existen». Asegura que le gustaron mucho San Francisco, Silicon Valley o Napa Valley, y que está enamorado de Nueva York, pero que no soportaba que, por ser fumador, lo mirasen «como a una escoria social». El tema del tabaco es delicado. Cristóbal Cantos sostiene que sigue siendo fumador «aunque ya he dejado de practicar». Abandonó los cigarros el pasado uno de enero, coincidiendo con la entrada en vigor de la nueva Ley Antitabaco, y no ha vuelto a encender ni un pitillo. Es la tercera vez que se pone a ello. «La primera», relata, «me lo prohibió el médico, estuve cinco años sin fumar, y el día que me dijeron que estaba curado lo primero que hizo, con gran enfado de todos, fue encenderme un cigarro». La segunda vez fue «por solidaridad» y después de que su mujer sufriese un infarto «pero volví cuando me di cuenta de que me estaba engañando y que ella estaba fumando de nuevo». Ahora, que lo ha dejado por tercera vez, parece que definitivamente puede que intente distraerse recuperando antiguas aficiones como el aeromodelismo. «Los construía con madera de balsa, que pesa menos, y los volaba; todavía tiene que haber alguno por mi casa», comenta. El problema es que sin tabaco puede que se le acentúen las manías. De hecho, cuando le pregunto si es maniático suelta una risa que lo delata, y señala: «Yo creo que no, pero mi mujer dice que tengo el síndrome de Diógenes». Según confiesa en tono jocoso, «colecciono muchas cosas que creo que me van a ser útiles algún día y después resulta que no». En algo tiene que invertir el tiempo una persona a la que no le gusta la televisión. Cristóbal se ha aficionado mucho a internet, bromea diciendo que es «casi un adicto al pirateo», y define la red como «una ventana abierta al mundo». Uno de sus entretenimientos favoritos, de hecho, es recorrer ciudades de los cinco continentes con el programa Google Earth, y leer sobre las distintas culturas existentes en el planeta. Cristóbal Cantos es también muy aficionado a la mitología, aunque confiesa que ya ha olvidado muchas cosas. En cuanto a la música, tiene predilección por los cantantes italianos de las décadas de los 60 y 70, aunque tampoco hace ascos a un disco de Los Beatles. «Creo», defiende, «que fue la época de mayor creatividad y creación musical, y que la música contribuyó a cambiar y mejorar un poco el mundo». Nos despedimos, me acompaña hasta la puerta del Citea, me comenta algunos de los muchos proyectos que tiene en mente, y vuelve para seguir entre reuniones y papeles intentando mejorar la vida de los agricultores. Y me cuenta un chiste, pero es mucho más divertido si se lo cuenta él en persona.