LOS CAÑOS. Tres agentes inspeccionan a un grupo de jóvenes en la playa barbateña. / ANTONIO VÁZQUEZ
Janda

Ronda de noche con los 'boinas verdes'

Cada fin de semana los agentes de la USECIC de la Guardia Civil patrullan las zonas de marcha de la costa para evitar acampadas, trapicheo de droga y peleas

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Cae la noche sobre la comarca de la Janda, en la costa suroeste de la provincia, y lejos de echarse a dormir, municipios como Conil, Vejer o los Caños (perteneciente a Barbate) viven de noche con un ritmo parecido al diurno: las decenas de miles de personas que llegan de veraneo se echan a la calle a disfrutar de la fiesta y la marcha nocturna de las vacaciones estivales.

Desde el 15 de junio, un Plan especial de Seguridad coordina a los diferentes cuerpos de seguridad, tanto del Estado como locales, de la Janda para evitar que la mezcla de miles de personas, alcohol y en muchos casos drogas se convierta en un cóctel explosivo. Dentro de este dispositivo especial hacen su trabajo los miembros de la USECIC, el acrónimo de Unidad de Seguridad Ciudadana de Comandancia de la Guardia Civil.

Su nombre oficial -reconocen- no es fácil de pronunciar, no sólo en estas latitudes. Quizá por eso la gente los conoce como los boinas, por las características gorras que lucen ladeadas sobre la frente y que, junto a su uniforme de campaña, imprime mayor autoridad si cabe a esta unidad que cumple una labor de respuesta rápida y apoyo a otros cuerpos de seguridad. Dentro del Plan de seguridad de verano, su actividad es constante: son reclamados tanto para el desembarco de pateras como para la detención de delincuentes. Y para las fiestas, conciertos y ferias locales, los ayuntamientos se los rifan. Y es que su fama les precede.

Los fines de semana, sin embargo, patrullan el litoral desde Zahara de los Atunes (Barbate) hasta Castilnovo (Conil), un entorno donde el consumo y el trapicheo es moneda de cambio y la fiesta atrae los viernes y sábados a decenas de miles de personas.

Bajo el faro de Trafalgar

La noche comienza en el faro de Trafalgar. Un lugar mágico, idílico, y que muchos jóvenes eligen para realizar botellones. Con un foco en la mano, un agente del Instituto Armado rastrea la playa en busca de acampadas ilegales, otra de las infracciones más comunes en el litoral durante el verano, después de la tenencia de droga y la conducción sin carné. La luz de la linterna barre la arena y sobre ella, otra luz, la del histórico faro, sigue haciendo señales desde hace siglos. Es viernes y aún es temprano (medianoche) por lo que el ambiente resulta relativamente tranquilo, explica el sargento que dirige al equipo, que esta noche está compuesto por doce personas. A diferencia de las patrullas de guardia, los USECIC salen en patrullas de no menos de ocho agentes, que forman un grupo compenetrado. De ahí, quizá, su eficacia.

«Para grandes concentraciones dos personas no son suficientes, y aquí pueden llegar a juntarse cientos de personas con bebidas; nosotros les informamos primero de que está prohibido el consumo de alcohol en la vía pública», explica el sargento. Si llevan drogas, se les retira y se les impone una denuncia.

«Esta zona está dejada de la mano de Dios», se quejan los dueños de un chiringuito cercano. Por eso, la presencia de los guardias civiles ofrece tranquilidad para las familias que veranean en los campings cercanos, reconoce un hombre con sus hijas.

A un kilómetro de allí, dos de los todoterrenos que forman el equipo montan un dispositivo de verificación en la carretera, que viene a completar los controles de alcoholemia: el filtro pretende cortar el camino a los camellos que quieran introducir droga desde Barbate a Conil.

El menudeo de drogas es, sin duda, uno de los delitos más comunes en este litoral, donde la fiesta nocturna se sazona con todo tipo de sustancias ilegales.

Sólo en los Caños, en una noche tranquila como la del viernes, los miembros de la USECIC han llegado a registrar más de una veintena de infracciones. Con todo, la pedanía «ha cambiado muchísimo», confirman los guardias civiles. Las familias y grupos jóvenes de clase media han ido ganando terreno a los hippies que hicieron famosos la playa. Ahora éstos apenas ocupan un tramo de acera.

Además del perfil de los vecinos en los Caños otras cosas han cambiado en los últimos años, sobre todo de noche: «Cada vez encontramos más cocaína y éxtasis, y menos hachís», explican los agentes, que dan la primera batida deteniendo cuanto vehículo sospechoso cruza el poblado.

La rutina de los agentes es sencilla, pero eficaz: identificación y comprobación de datos, y luego registro. Lo requisado se introduce en un sobre con los datos del denunciado: luego será pesado y procesado... Pero para eso quedan aún varias horas de patrulla.

Desde el paseo se oyen los timbales que llaman a la fiesta playera. Abajo, junto a la jaima de los Caños, un restaurante y bar con acceso a la arena, más de un centenar de jóvenes se reúnen en pequeños corros haciendo botellón al ritmo de las guitarras. Hace frío y humedad, pero no parece importarles.

Linterna en mano, los agentes recorren algunos grupos, especialmente los que al verlos aparecer hacen movimientos extraños, casi siempre para intentar ocultar los porros bajo la arena. «Aquí de ochenta personas, cincuenta seguro que manejan algo», confirma un joven sevillano. Con todo, «la pedanía no es la ciudad sin ley que muchos cuentan», afirma. «Pero no se puede beber en la playa y debemos evitar que esto se convierta en una macrofiesta», explica uno de los miembros del Instituto Armado. Donde sí se generan problemas, sobre todo reyertas y peleas, es en los botellones que se organizan espontáneamente en los aparcamientos de las dos discotecas cercanas. En los Caños, los USECIC son los únicos encargados de patrullar las noches de fines de semana.

«Respeto a los 'boinas'

La noche avanza y los todoterrenos Nissan continúan su ronda de noche con destino a Conil, donde a estas horas (son ya las tres de la madrugada) el ajetreo de personas es tan alto o más que de día, especialmente en la zona de las carpas de verano.

Miles de personas hablan, bailan y beben en una gran explanada, rodeadas por cientos de coches que escupen decibelios de música. Ocupan casi todo el paseo marítimo y se extenderían por la playa de los Bateles si no fuera por la labor de la Policía local y la Protección Civil. A esto se refería el sargento cuando hablaba de grandes aglomeraciones, donde los USECIC son necesarios no tanto para limpiarlo de drogas -«eso sería imposible», reconocen-, sino para evitar peleas. Un sencillo paseo consigue amedrentar a quienes tienen ganas de bronca.

Aun así, también se producen registros. Los cacheos, sólo si se resisten a colaborar, aunque esto no suele ser lo común. «Yo a los boinas los respeto, ¿sabes?», repite sin parar un joven de apenas 18 años, que ha sido pillado metiendo arena en una papelina, para hacerla pasar por droga a algún incauto. Son las cinco y media de la mañana y el turno de calle de esta patrulla ha terminado. Con todo, los agentes continuarán su labor algunas horas más en el cuartel de Comandancia, donde tendrán que registrar las más de 25 denuncias de esa noche: bellotas de hachís, papelinas de éxtasis, cocaína y dos navajas. No ha habido detenidos.

A la ronda de noche lo relevara otro grupo de boinas, porque la fiesta suele extenderse hasta bien entrada la mañana, cuando las discotecas cierran: empiezan entonces las fiestas afterhours, montadas en pleno campo, como la desarticulada el pasado fin de semana junto a la N-340.

mgarcia@lavozdigital.es