ANÁLISIS

Raíz y futuro

Derribos hemos visto muchos -incluso de edificios-, pero torres mas altas que éstas no se nos habían caído. Estaba cantado que tendría que ocurrir, aunque a veces lo insostenible se apuntala y aguanta lo que una existencia, una vida o un mandato. Pero es ahora cuando suenan las primeras notas y nos toca el asunto la fibra más sensible. El acoso y, literal, derribo, que sufre aquello que no puede huir, despertó siempre en mí especial compasión, ya se tratase de árbol, casa, fachada o recuerdo. Tan indefensos que sólo por voluntad nuestra subsisten. A veces también gracias a nuestro olvido.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Lo que está en juego es más que sólo aquello que en apariencia cae. También aquello que en lo que caedizo se sustenta. Pues derribamos, no lo duden, la apoyatura de nuestra memoria. Momentos entrañables que quedaron atrapados y protegidos en un rincón, en un portal, en unos escalones, quedan de pronto a la intemperie, vendidos, fragilizados como nunca. Y aquí, que pasó esto y aquello y lo otro, pronto no habrá pasado nada, tampoco aquello que pasó. Futuro abierto sin raíces.

Borrosos recuerdos guardo del poblado. Mi infancia supo cosas que en algún lugar conservo, belleza de un perfil incomparable a la par ajeno y nuestro, íbamos de paso. Belleza de quien tuvo y retuvo, luego, sugerente en aquella ciudad fantasma viva. Y proyecto.

¿Cuál? Alguno, espero, que no traicione con su vulgaridad innecesaria su memoria, que es la nuestra. Y por soñar que no quede: almadraba con los logros sociales alcanzados, universidad popular de verano y nuestra, ciencias del mar posible en campus disperso con -equipaciones culturales y de ocio para otros y el verano-, o un parque, -otra vez sí-, temático o afín sobre los mitos antiguos que nos fundan y sustentan. Las raíces, ya digo, y el horizonte.