CENTRO NEURÁLGICO. La plaza del Arenal ha sido considerado, desde siempre, el epicentro de la ciudad.
Jerez

El escenario más jerezano al que llamaron Arenal

El Arenal fue plaza para festejos taurinos, lugar de ejecuciones o escenario de juegos ecuestres

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Si Jerez tuviese que elegir un símbolo, la plaza del Arenal sería el lugar perfecto. Un marco sin telones ni tramoya pero que, sin embargo, ha oficiado como fondo de la historia de la ciudad.

Viajando al pasado, habría que destacar que la plaza del Arenal -también llamada en otros tiempos como Real, de Fernando VII, Isabel II, de la Constitución, Alfonso XII, de la República o de los Reyes Católicos-, fue emplazamiento donde se soltaban toros para ser alanceados por los caballeros de nobleza, en los albores de la tauromaquia. Como desinencia de aquellos tiempos quedó el nombre de la calle Lancería, lugar donde los caballeros recogían las lanzas para luchar con el toro que esperaba en la plaza. Al margen de ser testigo de los primeros conatos taurómacos, también la plaza sirvió para ajusticiar a reos, ser escenario de batallas o lugar donde se organizaban torneos, juegos de cañas o carreras de caballos. Siempre la plaza como centro de la vida de la ciudad.

Pero el canto de guerra se acabó y ahora Miguel Rodríguez pasea tranquilamente todas las tardes por la explanada. El recorrido se acaba en el edificio de los Arcos, donde se sienta en un banquito para tomar un poco de resuello. «Ahora da gusto pasear por aquí. Sin coches ni ruidos», comenta Miguel. El edificio más antiguo de la plaza dibuja el rostro seco de Miguel que juguetea con su bastón. Cuenta el historiador Portillo que el edificio fue la antigua Carnicería Principal. También fue cuartel de Milicias, oficinas de recaudación de las aguas, lugar donde estaban las oficinas de la Falange y hasta sitio de ensayo de la Banda Municipal de Música. Ahora son dependencias municipales. Miguel toma aire en el mismo banco todas las tardes. Probablemente no sepa todos estos datos históricos del antiguo edificio, pero recuerda que su padre le hablaba del día en el que se inauguró el monumento al general Miguel Primo de Rivera.

Fue un 29 de septiembre de 1929. El mismo general, que en aquella época ocupaba la jefatura del Directorio Militar, estuvo en la inauguración de la portentosa estatua ecuestre. Se trata del monumento conmemorativo de más calidad de la ciudad. Realizado por el escultor valenciano Mariano Benlliure y Gil, este icono de Jerez es un conjunto escultórico en bronce. El principal motivo es el general Primo de Rivera, marqués de Estella, elevado sobre un pedestal en una figura ecuestre. A sus costados, se observan unos altorrelieves de gran calado. Tanto en la parte delantera como en la trasera se encuentran dos motivos alegóricos. Abriendo el monumento se observa la Victoria Alada mientras que en la parte de atrás se puede ver una representación de la Abundancia.

Esta obra del genial Benlliure originó una profunda remodelación de la plaza, destacando la solería de piedras -perdida en parte con la reciente remodelación- cuyos dibujos fueron diseñados por el pintor jerezano Carlos González Ragel. Miguel prosigue comentando que «recuerdo los arriates tan bonitos que había antes. Y esos pasillos interiores que comunicaban un lateral con el otro de la plaza. Me gustaba mucho más antes. Era otra cosa, la verdad», comenta con la mirada perdida. Desde aquel año 1929, las pautas estéticas de la plaza del Arenal quedaron fijadas. Ya nada sería como antes.

Ahora, la plaza del Arenal recoge el pulso cotidiano de la actividad matinal en Jerez. Los coches son ingeridos por el suelo cuando entran en el moderno aparcamiento, como devorados por la tierra de la calle Corredera y San Agustín.

Río Viejo

Un poco más allá está Manuel Álvarez con su pequeño bar. Lo heredó de su padre que a su vez se lo traspasó un tal Manuel Rueda, que era sargento de la Guardia Civil. Manuel comienza a tirar de la alfombra del tiempo y el polvo llega hasta un tal Espinosa de los Monteros que era comercial en las bodegas Domecq. «Él fue el primero que montó el bar, en el año 1913. Montó varios, en distintos puntos de Jerez, con nombres de las marcas de la bodega: Botaina, Rio Viejo, La Ina El caso es que sólo estamos ya el Botaina y el Río Viejo», comenta. Manuel es un hombre que se ha tirado toda la vida en la plaza del Arenal, de los pocos que recuerdan la plaza de toda la vida. «Bueno, mi madre la conoció antes de que se instalara el monumento a Primo de Rivera. Ella decía que entonces si que era un arenal, con bancos de mampostería y azulejos», afirma. Pero Manuel recuerda los tiempos en los que, según cuenta, «la plaza era carretera nacional. Entonces olía fatal por las mañanas porque venían los camiones del pescado para subir a Madrid. Recuerdo la gasolinera de Morillo y el olor a gasoil que se mezclaba con el del pescado».

El caso es que Manuel sigue con su mujer poniendo copas en la plaza del Arenal. Ha aguantado carretas y carretones, y una obra que duró más de dos años, viendo como en el bar sólo entraba polvo del gran socavón excavado. «Ahora ya han llegado tiempos mejores. Nos lo merecíamos», subraya.

Otros tiempos

La plaza del Arenal sigue tan firme como el pasar de los siglos. Tiempo del pasado donde se conservan los recuerdos más inmediatos de la ciudad. Cuando estaba -en el edificio donde ahora están los sindicatos- el Hospital del 18 de Julio y el Sindicato Vertical. Tiempo en que estaban los famosos Almacenes Aparicio, con su perfumería y su comercio de textil, donde medio Jerez iba a vestirse. Tiempo en el que estaba el tabanco de La Palmera, el de El Nono o El Bombo, que era el lugar donde se comían las mejores pavías fritas de la ciudad. Bares con serrín y colillas tiradas, veladores donde se disfrutaba del fresco de la tarde. Tabancos donde olía a soleras y a flor. La plaza donde estaba la barbería de Fermín y la espartería de Maravilla. La plaza donde se jugaban la vida los caballeros, donde corrían los caballos, donde se colocó el monumento al general y donde se ha vivido intensamente a la jerezana.