Psicología

Sentimientos encontrados: retrasar una decisión no siempre es malo

Los sentimientos encontrados pueden provocar malestar e incomodidad, pero también nos permiten analizar con detalle la situación, evaluarla y no dejarnos llevar por el primer impulso

Qué son los sentimientos encontrados Adobe Stock
Melissa González

Melissa González

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Cuando decimos que tenemos sentimientos encontrados estamos en una especie de encrucijada en la que tomando la decisión que tomemos, sentimos que una parte va a salir dañada. Afortunadamente, este sentimiento no es un caso aislado, sino que todos los seres humanos, en algún momento (en muchos, a decir verdad), pasamos esta invasión de cansancio y agotamiento hasta que se toma la decisión final.

Hablamos de sentimientos encontrados no solo cuando coexisten emociones de amor y odio , sino también cuando nos asaltan al mismo tiempo otras emociones como miedo y atracción, enfado y compasión o tristeza y alegría, entre otras muchas. Aclara Laura Rodríguez, psicóloga del Centro Cepsim de Madrid, que solemos reconocer los sentimientos encontrados cuando ante una decisión aparecen emociones polares «que nos hacen dudar» porque se presentan con una fuerza similar.

«Por ejemplo, una persona quiere montar su propia empresa y le vienen dos sentimientos, uno es el miedo ante la incertidumbre y el otro es la ilusión por "lanzarse a la piscina" e invertir en el negocio. Es probable que esta persona se encuentre en un estado de ambivalencia y no sepa qué hacer, lo cual puede generarle angustia y frustración, pero también le hará detenerse a evaluar los pros y contras de su decisión», dice.

Cómo afrontarlos

Los sentimientos encontrados pueden provocar malestar e incomodidad, pero también nos permiten analizar con detalle la situación, evaluarla y no dejarnos llevar por el primer impulso.

Es importante recordar qué implica tener sentimientos encontrados y qué no implica. Significa, por una parte, la presencia de dos interpretaciones o valores opuestos frente a un mismo objeto, la sensación de que ambas emociones son percibidas como válidas y ciertas cuando se evalúa una situación. Sin embargo, los sentimientos encontrados no implican indiferencia porque de ser así las emociones nos darían igual, ni tampoco inconsistencia, ya que en ese caso no daríamos el mismo peso a ambas emociones.

Pero, ante todo, hay que normalizar la situación. Cuando nos enfrentamos a un estado de ambivalencia debemos, antes de afrontarlo, normalizarlo: «Estamos acostumbrados a creer que es imperativo tenerlo todo claro y que las emociones son blanco o negro, olvidando que existe una amplia gama de grises», dice la psicóloga. Lo cierto es que esa expectativa está muy alejada de la realidad emocional de las personas y, por eso, muchas veces caemos en el «no debería sentirme así». Por este motivo es fundamental señalar que no hay emociones mejores que otras y que «no debemos juzgar la emoción que nos llega».

Aceptándolo con normalidad asumimos que nuestro abanico emocional genera estados contrapuestos; después, podemos pasar a examinar con detalle lo que está ocurriendo. Laura Rodríguez anima a que imaginemos dos emociones en los dos extremos de un continuo e ir analizando lo que cada una de ellas nos va diciendo para llegar a entender lo que está pasando dentro de uno mismo.

«Como ejemplo, acabamos de tener una pelea con nuestra pareja y aparecen dos sentimientos encontrados: amor y odio. La emoción de amor va llevando a otras como la curiosidad por lo que el otro tenía que decirnos, la nostalgia por otros momentos vividos, la tranquilidad por el espacio compartido... mientras el odio lleva a otras emociones como el enfado porque el otro no comprende nuestro punto de vista, el miedo a que se rompa la relación, la soledad que nos produce esta idea, etc.», cuenta. Este abanico de sentimientos es el que nos permitirá abordar la situación, deteniéndonos a escuchar nuestras necesidades emocionales, sin tomar el primer impulso.

El componente social

Este tipo de sentimientos se dan porque somos seres emocionales que vivimos con una falsa ilusión de racionalidad en todo aquello que hacemos; cuando la emoción va por un lado y la razón por otro nos encontramos en una situación de ambivalencia y un conflicto interno.

Manifiesta la psicóloga Laura Rodríguez que este conflicto es «fuente de motivación» y permite «retrasar nuestras decisiones», considerar ciertos comportamientos, así como ser moderador en las relaciones interpersonales. «Esto indica que tiene un sustrato biológico y permite la supervivencia de la especia, evitando comportamientos violentos», aclara.

Por otra parte, este fenómeno también tiene un componente social y cultural , lo que implica que la vivencia de los sentimientos encontrados es diferente: mientras unos lo ven como angustia y malestar, en culturas más colectivistas se vive como algo natural que facilita encontrar un equilibrio. La sociedad nos exige ser resolutivos y los sentimientos encontrados enlentecen la solución a los problemas.

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