Los 88 peldaños de la gente feliz

Peldaño 53: «Se consigue más con un kilogramo de amor que con una tonelada de ira»

En este capítulo de «Los 88 peldaños de la gente feliz» te explico cómo con paciencia y bondad se puede conseguir cualquier cosa

Unsplash
Anxo Pérez

Anxo Pérez

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Ni el mar más hondo, ni el pico más alto, ni el paisaje más hermoso podrá superar la belleza de un pequeño corazón lleno de gran bondad.

Durante mi estancia en Ohio, en EE.UU., siendo todavía un adolescente, tuve dos familias de acogida. La segunda es la protagonista del Peldaño 10 de La Inteligencia del Éxito. Esa familia era adorable y ahora verás por qué. La primera no lo era tanto. Pero antes de hablarte de ambas, he de contarte una historia absolutamente maravillosa. Su autor la creó hace 2.600 años. No fue otro que Esopo.

Un día, el viento se acercó al Sol presumiendo de que nadie era tan poderoso como él.

—La lluvia cae con menos fuerza, la nieve apenas hace ruido y hasta los terremotos difícilmente consiguen sacudir el aire, pero yo... yo... yo soy capaz de crear torbellinos y tornados», alardeó el viento. «Y con ellos puedo conseguir cosas con las que ni siquiera tú, con todo tu esplendor, podrías soñar.

—Qué interesante —contestó el Sol evitando el juicio—. Te propongo un reto. ¿Ves aquel hombre que va caminando por ese sendero? Quien consiga retirarle su abrigo y su gorro, será el más fuerte.

El viento sopló y sopló; de la derecha, de la izquierda, por arriba, desde abajo, pero cuanto más fuerte soplaba el viento, más fuerte se agarraba el hombre a ambas prendas. ¿Qué hizo el Sol? Simplemente le regaló su sonrisa haciendo brillar su luz y su calor, y con ello consiguió que el hombre se desprendiera del sombrero y la gabardina voluntariamente.

Antes de contarte la siguiente historia, si denomino a la primera familia como la Familia Viento y a la segunda como la Familia Sol , seguro que ya te vas haciendo una idea de por qué.

Cuando llegué a casa de la Familia Viento me pidieron que cada vez que me duchara, me secara dentro de la ducha, ya que si lo hacía fuera, el agua que caía sobre la toalla de pies humedecería el suelo y podría dañarlo (según ellos). Yo, temeroso de poder defraudarlos, por supuesto sólo deseaba cumplir con lo que me habían pedido, pero había un problema: los hábitos no se cambian de un día para otro. El primer día hice lo que me pidieron, el segundo y el tercero también, pero era obvio que más tarde o más temprano en algún momento me olvidaría, y eso sucedió al cuarto. Al volver del colegio, ambos padres estaban con los brazos cruzados esperándome, listos para descargar conmigo toda su frustración. Me sentí tan miserable.

Unas semanas más tarde, una especie de inspectora determinó que la familia no era apta para alojar a un estudiante de acogida en su casa y me trasladé a la casa de la Familia Sol. ¡Todo su hogar era luz! Pero lo que más les hacía brillar era su forma de ser y de tratar a las personas. Ojalá tuviera un Peldaño entero sólo para describirlos y contarte todo lo que aprendí con ellos. Al igual que la primera familia, ellos también tenían sus reglas, y el día que tocó lavar ropa me pidieron que por favor no pusiera en el cesto mis calcetines del revés, ya que si no, luego había que hacer doble trabajo para ponerlos del derecho una vez lavados. Yo, por supuesto, de nuevo tenía toda la intención de complacerlos, y de hecho acabé habituándome a ello. El problema fue que antes del éxito hubo varios fracasos . Conté cinco.

Cuando fallé la segunda vez, la mamá me dijo esto, que resultó ser exactamente lo mismo que la primera: «Cuando pongas tus calcetines en el cesto, ¿te importaría ponerlos del derecho?». Yo, al darme cuenta de que no era la primera vez, respondí con una falsa confianza un «sí, claro», mientras sentía cómo todo mi cuerpo se sonrojaba al unísono. Ahora viene lo importante. ¿Sabes qué me dijo la tercera, la cuarta y la quinta vez? Esta frase: «Cuando pongas tus calcetines en el cesto, ¿te importaría ponerlos del derecho?». ¡No cambió una sola palabra y no alteró lo más mínimo su tono! El nivel de frustración con el que me lo dijo la primera vez era cero, y el de la quinta... ¡tambien! Yo... no daba crédito. Nunca volví a equivocarme .

Paciencia, bondad, amabilidad, moderación, pero sobre todo amor. Tanto transmitido con tan poco. Ella había hecho brillar su sol en lugar de soplar su viento, y con ello no me había dado una lección sin trascendencia sobre cómo doblar calcetines, sino una lección inolvidable sobre cómo vivir mi vida.

#88PeldañosGenteFeliz

Se consigue más con un kilogramo de amor que con una tonelada de ira.

@Anxo

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación