Crimen de Laura Luelmo

Un monstruo al acecho en el corazón de la tierra

La muerte de la joven profesora zamorana saca del anonimato y la tranquilidad a El Campillo, en plena cuenca minera onubense

El asesino confeso de Laura Luelmo en los juzgados de Valverde del Camino EFE

Miguel A. Jiménez / M. Humanes

Escribía Cervantes que la memoria era la enemiga mortal de su descanso. Nadie, de hecho, puede vivir recordando todo de forma tan vívida como cuando se produce un acontecimiento, más si ese acontecimiento es traumático . Al final, el tiempo va desplegando su velo, va difuminando las sensaciones, alejando los sentimientos, el dolor, la rabia, la indignación. Es ley de vida, una ley más terca que la humana. Inexorable. La que nos permite sobrevivir, pasar página. En El Campillo también ocurrirá, aunque ahora parezca imposible.

El Campillo, apenas 2.000 almas en la Cuenca Minera, dos millares de personas humildes, trabajadoras y serias , dedicadas exclusivamente a su tareas, a su familia y a preparar una Navidad con olor a chimenea. Hasta que hace unos días el horror golpeó el corazón de la tierra. Laura Luelmo, una joven profesora zamorana, aparecía muerta en un paraje agreste de los alrededores del municipio días después de que su familia denunciara su desaparición.

Laura Luelmo, joven, bella, llena de ilusión, había recorrido media España para realizar una sustitución en un instituto de la vecina localidad de Nerva , el Vázquez Díaz. Alquiló una casita en El Campillo, en el número 13 de la calle Córdoba, a pocos kilómetros del centro en el que habría de impartir sus primeras clases, después de pasar las primeras jornadas en un pequeño hostal . No dio tiempo a que hiciera amistades, a que la conocieran, a integrarse en el pueblo. Tampoco hizo falta. Cuando se conoció su desaparición, todo el pueblo, la comarca entera, se sumó al dispositivo de búsqueda como si conocieran a Laura de toda la vida. Muchos lloraron cuando la encontraron muerta, semidesnuda, en medio del campo. La solidaridad está muchas veces por encima de los apegos , de las familiaridades.

Imagen del pueblo de la cuenca minera M.A.J.

Había tenido la mala suerte de cruzarse en el camino de Bernardo Montoya , un ex convicto de 50 años que pasaba sus primeros días de libertad en la casa frente a la que había alquilado Laura. Se «encaprichó» de ella nada más verla y ella sintió el escrutinio al que la sometía su vecino, aunque eso no evitó el fatal desenlace. El miércoles 12 de diciembre, según se desprendería de las investigaciones llevadas a cabo por la Guardia Civil, Bernardo Montoya la acorraló en la puerta de su c asa y la obligó a entrar en su domicilio, donde la habría agredido sexualmente. Según desvela la autopsia Laura fallecería entre 48 y 72 horas después , de un traumatismo craneoencefálico, aunque su cuerpo presentaba más golpes y los investigadores han hallado sangre en el domicilio de Montoya.

Aún quedan cabos por atar en la historia de Laura Luelmo . La declaración que Montoya prestó tras ser detenido, en la que confesó su asesinato, pero aseguró no haberla violado y haberla abandonado en el monte el mismo día de su desaparición, se ha ido deshaciendo. La versión que los investigadores van descubriendo es aún más inhumana, más cruel, más desalmada . Y con cada nuevo hallazgo, el pueblo de El Campillo enardece de ira e indignación.

No es algo que se les pueda reprochar. Hasta hace unos días, no se conocía un suceso semejante en su pacífica existencia. El pueblo preparaba su Navidad, una zambomba flamenca, campanilleros y una degustación de dulces caseros que han sido suspendidas , porque como asegura la concejala de Igualdad y Educación, Teresa Aguilar, «estas van a ser las Navidades más tristes de El Campillo». Hasta el pasado 12 de diciembre, nadie sabía de la presencia de Bernardo Montoya en la casa que su padre compró cuando huyeron de Cortegana, el pueblo en el que vivía junto a su familia. Allí estaban hartos de soportar las tropelías de Bernardo y de su hermano Luciano, que actualmente cumple condena en Toledo por asesinato. Mató a una vecina de Cortegana a puñaladas . Bernardo, por su parte, había asesinado a otra mujer, de 80 años, en 1995. Más tarde, en 2008, ya en El Campillo, trató de agredir a una joven en un parque del pueblo. Se salvó gracias a su perro.

Vecinos del pueblo cerca del lugar de los hechos M.J.A.

También la casa donde vivió Laura apenas tres días había pertenecido a la familia Montoya, hasta que la vendieron a su actual propietaria, la compañera de la joven maestra asesinada. El patriarca de la familia, «una persona tranquila» que ha renegado de su vástago, había seguido yendo a El Campillo los miércoles, cuando se celebra el mercadillo. «Venía aquí –un bar de la calle Sevilla, una de las principales del pueblo-, a tomarse algo con los funcionarios del Ayuntamiento, en plan grandeza, para ganarse al pueblo», relata un habitual del establecimiento.

Además de él, nadie tiene constancia de que Luciano o Bernardo Montoya anduvieran por el lugar. «Cuando nos hemos enterado de que él estaba ahí, se nos ha puesto el cuerpo malo», asegura Rosa, una vecina de una calle paralela a la calle Córdoba, que confiesa que tanto ella como su hija de 30 años están viviendo la situación «con muchos nervios y rabia». Y miedo, mucho miedo. Hasta el punto de que algunos vecinos han recibido el ofrecimiento de contar con tratamiento psicológico, como una joven estudiante del instituto en el que impartió clases de Dibujo , brevemente, Laura Luelmo, y que además fue su vecina. «Lo ha rechazado», comenta Juani, su madre. «Dice que a pesar del miedo es perfectamente consciente de lo que está pasando y que siente una gran impotencia».

La impotencia se convirtió en ira abierta el pasado 19 de diciembre, cuando, mientras Bernardo Montoya acompañaba a la Guardia Civil en el registro de su domicilio, varios vecinos saltaron el cordón policial y trataron de llegar hasta el detenido, llegando incluso a lanzar piedras o a saltar sobre el vehículo de la Benemérita que trataba de sacar a Montoya del pueblo. No es el comportamiento habitual de la gente de El Campillo , que ha demostrado su generosidad durante los días en los que se ha desarrollado la búsqueda. Incluso la alcaldesa de la localidad, Susana Rivas, ha pedido «respeto» frente a «la imagen distorsionada e irreal» que en las redes sociales se da sobre el municipio y sus vecinos y ha deseado que «se desarrollen las medidas y reformas legales para que nadie más tenga que pasar por el sufrimiento» padecido en El Campillo.

Trajín de efectivos

Efectivamente, muchos no pueden dejar de pensar que esta muerte se podría haber evitado. «Sabiendo lo que había pasado y que ahí vivía una persona que es un asesino la Guardia Civil tenía que haber entrado en la casa el primer día», asegura Miguel, de 68 años, que contempla junto a Nerea, de 23, e l trajín de efectivos policiales y de periodistas que desde hace días han transformado la vida del pueblo. «Hay que endurecer las penas, porque es incomprensible que se haya puesto en libertad a una persona que sólo dos meses después ha vuelto a asesinar», lamenta, mientras Nerea traslada el sentimiento de terror que ha invadido especialmente al género femenino: «Este es un pueblo tranquilo, donde las mujeres si hemos tenido que salir de fiesta y volver andando a casa de madrugada lo hemos hecho sin ningún tipo de problema, pero ahora…». Ahora toca esperar a que la ley del tiempo devuelva a El Campillo la calma de la que siempre ha hecho gala.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación