Cronología de la caída del PSOE en Andalucía

Diez años han valido para acabar con una alianza que parecía inquebrantable, la Junta y el PSOE andaluz

Manuel Contreras

Unas horas después de que Juanma Moreno tomase posesión como presidente de la Junta, muchos socialistas se plantearán la recurrente frase de Zavalita: «¿En qué momento se jodió el Perú?». ¿En qué momento comenzó a perder el PSOE la Junta de Andalucía ? ¿Cuándo se desmoronó el sólido imperio que le ha permitido gobernar durante 36 años, una etapa con escasos precedentes en las democracias europeas? El desgaste del socialismo andaluz es un proceso complejo que no se puede ceñir a una fecha exacta ni a una causa determinada, aunque se puede hablar de un derrumbe definitivo a partir de 2009, cuando comienza una década horribilis en la que el PSOE conoció dos dimisiones de presidentes de la Junta y fue empeorando progresivamente sus resultados electorales hasta perder el gobierno. Una confluencia de factores ha ido debilitando progresivamente el entramado político y social que los socialistas andaluces diseñaron para, con el generoso apoyo de los fondos públicos, ganar una elección tras otra.

La primera razón que se puede argüir es el desgaste intrínseco de un régimen tan dilatado. Los andaluces menores de cuarenta años no recuerdan otra imagen que la de un presidente del PSOE en la Junta. La reiteración de los triunfos socialistas extendió entre la población un cierto convencimiento íntimo de que el sistema era indestructible, pero los problemas fueron agrietando el edificio hasta que se ha derrumbado.

Un elemento de desgaste básico ha sido la corrupción. Por supuesto el caso ERE , que ha revelado que durante una década el dinero destinado al fomento del empleo -el principal problema de Andalucía- se repartía discrecionalmente al margen de los controles administrativo con fines claramente electoralistas o por intereses particulares. Los detalles del sumario, con episodios truculentos como la compra de droga o los pagos a familiares, han minado la credibilidad de la gestión socialista y ha puesto en duda la honorabilidad de dirigentes que se consideraban intocables. El juicio, con la foto de dos expresidentes en el banquillo de los acusados , se interpretó como un proceso a la estructura de gasto de la Junta de Andalucía, hasta el punto de que una de las claves de las elecciones autonómicas fue esquivar el impacto de una eventual condena. Pero además del caso ERE, la gestión autonómica dejó un goteo de irregularidades y abusos que fue consolidado en la opinión pública la idea de una administración degradada y corrupta.

Pero los problemas de la gestión de la Junta no solo se proyectaban hacia el exterior, sino también al interior. La idea de que la administración socialista era un vivero de votantes del PSOE comenzó a quebrarse en 2010, cuando se consolidó entre los funcionarios, alentado por los ajustes de la crisis económica, un movimiento de protesta insólito en la Junta. El Gobierno andaluz capeó como pudo un temporal que amenazaba su propia superviviencia en las elecciones de 2012, pero aquel movimiento de camisetas naranjas, que logró poner en las calles de Sevilla a 50.000 personas, traladó a los andaluces la percepción de que la Junta no era el paraíso administrativo que se suponía, sino una estructura sobredimensionada donde reinaba el nepotismo -uno de los principales caballos de batalla del movimiento fue el polémico «decreto del enchufismo»- y al borde del colapso.

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Un segundo episodio de rebelión interna, esta vez localizada en lo que Susana Díaz gustaba definir como «la joya de la corona», fue la protesta encabezada por Jesús Candel, Spiriman , que comenzó en Granada como reacción a la fusión hospitalaria pero se extendió por toda Andalucía gracias al altavoz de las redes sociales. La protesta provocó el cese de toda la cúpula del SAS, aunque se fue apagando a medida que Spiriman incrementaba la agresividad de sus mensajes.

Además de las grietas que iban surgiendo en la administración andaluza, otro gran elemento de desgaste del socialismo en Andalucía fue la inestabilidad del propio PSOE. Tradicionalmente Andalucía fue la Covadonga del socialismo español, el santuario desde el que Felipe González inició la reconquista y donde se salvaguardaba la esencia del partido. Este cuadro comenzó a desdibujarse en 2000, cuando Rodríguez Zapatero se impuso en las primarias por ocho votos al candidato del aparato, José Bono , y el PSOE comenzó a funcionar sin que le marcaran el paso desde Andalucía. Zapatero siempre vio a Chaves como un reducto del viejo PSOE que debía desmontar, y en la Semana Santa de 2009 aprovechó los primeros compases de la década horribilis para forzar la salida de Chaves de Andalucía y neutralizarlo en una Vicepresidencia Tercera de su Gobierno sin fuste político. A partir de entonces comienza un insólito culebrón de pactos y traiciones insólito en el PSOE. Tras el waterloo electoral de Zapatero, Susana Díaz, entonces vicepresidente de Griñán , secunda la candidatura de Carmen Chacón, que perdería ante Rubalcaba en febrero de 2012. El apoyo de Díaz, ya presidenta, es clave para que Pedro Sánchez se impusiese a Eduardo Madina como secretario general del PSOE en la consulta a las bases de julio de 2014, sustituyendo a Rubalcaba, pero la propia Díaz orquesta el motín del comité federal que defenestra a Sánchez en octubre de 2016. El gran duelo entre ambos, ya enemigos declarados, llegaría en el 39 Congreso, en junio de 2017, donde Sánchez vence con claridad a Díaz. La tradicional armonía entre las sedes de Ferraz y San Vicente se convirtió en un recuerdo del pasado, y la militancia ha asistido atónita a esta década de juego de tronos. El baile de alianzas y traiciones de Susana Díaz ha dejado muchos muertos en el armario y ha provocado un desapego en gran parte de la militancia, un factor que explica la abstención socialista el 2 de diciembre.

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