Evaristo Guerra: el pintor del alma del color de Málaga

El artista malagueño ha inaugurado su última muestra en Rincón de la Victoria, con 20 lienzos en los que plasma su legado

Evaristo Guerra, en la Casa Fuerte Bezmiliana de Rincón de la Victoria Francis Silva

Isabel Ruiz

La luz y el color brillan en sus lienzos. Identitarios de Evaristo Guerra (Vélez-Málaga 1942) , quien pinta con el alma los paisajes de su Axarquía querida. Una carrera virtuosa que mantendrá un legado distinguido, digno de un museo propio en su tierra natal, donde ya se está gestando. Podría llegar tarde. Guerra lo sabe y se declara «enemigo de las coronas en lo alto de los ataúdes». Los homenajes, en vida. Quiere saborear su historia como si de un anónimo se tratase, vislumbrar sus cuadros en una pinacoteca que coincida el nombre con sus firmas.

Entre sus pinceles emanan los destellos malagueños, alumbrando los olivos y almendros de la zona. Teñidos de violeta, una realidad malacitana, que si no se vive no se cree. La tierra rojiza y el mar se entremezclan, como en la paleta de un pintor . Pero en el dogma de la escuela de Bellas Artes de Madrid, concretamente en la de San Fernando, no era posible. Debía ser verdoso. Como la esperanza que llevó al joven Guerra a formarse en su pasión, esa misma que se topó con su verdad y sus campos violeta, llevándole a abandonar las directrices de los maestros y hacer la pintura suya. «Te enseñan a pintar bien pero te roba la creación. Y me salí, ya no me interesaba».

Fiel a sus principios, amante de su tierra y profeta de colores. Su legado es ese y se puede disfrutar en La Casa Fuerte Bezmiliana de Rincón de la Victoria en Málaga hasta el 30 de agosto . Unos 20 lienzos conforman «El alma del color» , un tentempié sobre su obra que eclosionaba entre harinas y levadura en la panadería de su padre, en la que tenía el jornal garantizado. «Tú a los panes que es lo seguro» le repetían en el seno familiar.

Evaristo Guerra con el catálogo de su exposición FRANCIS SILVA

Entre libros conoció a sus maestros y con trescientas pesetas se subió a un camión de verduras con rumbo a su libertad artística, Madrid. Apenas tenía 18 años y un maletín lleno de sueños y unos pocos pinceles. El primer sello de su pasaporte pictórico fue el del Prado. «Me metí allí desde que abrió hasta que cerró. Sabía que tenía que estar allí». Se empapó, admiró y pintó. Ahí fue cuando su vida se encaminó hacia la profesión que tanto ansiaba.

No siempre le fue bien. «Me quedaba noches sin cenar por comprar un color. No sé si eso tiene que pasarlo un artista o no, pero yo la pasé y no me arrepiento». En su balanza vital siempre pesaba más el arte. Ahora, con la perspectiva de la edad reconoce que lo importante fue haber tenido siempre un lienzo, un puñado de colores, pinceles, aceite y su «cabeza, libre de creación».

Recuerda con cariño la ciudad que le vió nacer como artista. También crecer. No fue hasta el pasado año cuando hizo las maletas para volver a su querida Vélez-Málaga, pese a que nunca dejó de volver para no perder color. «Evaristo, vuelve para cargar pilas porque te estás volviendo gris» le decía un amigo coleccionista de Granada. Así lo hacía. Los tonos de Málaga le devolvían su esencia. Esa que la luz de la gran ciudad cegaba con sus destellos.

«Cuando uno está dentro del bosque no ve su verdadera dimensión», así que no lo vió hasta que le faltó. La belleza de los almendros floreciendo a finales de enero no llamó su atención hasta que volvió de la capital por primera vez. Fue entonces cuando se sentó y plasmó la magnitud de colores de la Axarquía y, poco tiempo después, creó su obra «Dos kilómetros para el pueblo» , que le valió en 1972 el Premio Nacional de Pintura para Artistas Jóvenes de la II Bienal de la revista Blanco y Negro, hermana mayor de ABC .

En la ermita transparente

El hombre que de chaval rogaba para que su pueblo lo conociera como artista firma la ermita de su tierra. «La capilla de la Virgen de los Remedios es una obra de arte única en España. No existe ninguna iglesia pintada por un sólo autor». 1.150 metros de color que retratan un trozo de su pueblo natal, introduciendo el lugar y sus gentes en los muros del templo.

Era el verano de 1995 cuando los matorrales, olivos, naranjos, encinas, almendros, y viñedos, junto a jornaleros de oficios que se van perdiendo como trabajadores de la caña de azúcar, alfareros o cabreros comenzaron a tomar forma, haciendo del santuario una ermita transparente, que deja ver a través de sus muros la Axarquía tras los ojos del pintor .

El entonces obispo de la ciudad, Fernando Sebastián, le dio el visto bueno a su obra, pero puso una objeción: «Usted es un pintor muy caro». Pero Guerra zanjó la duda: «¿No le han dicho que regalo mi trabajo?». Durante 8 años se puso manos al lienzo sin cobrar un céntimo, pero desde 2003, la Fundación Málaga, Turismo Andaluz y Cajamar han patrocinado la obra junto a la ayuda inicial del Ayuntamiento de Vélez-Málaga , por lo que el artista dedicó 9 meses al año a la terminación de su obra más emblemática, que culminó en 2009.

El pintor de Vélez-Málaga en la exposición de sus cuadros en Rincón de la Victoria FRANCIS SILVA

«Puedo describir los muros de la ermita, pero hay que verla» asegura el pintor veleño, quien ahora disfruta como «cicerón» de quienes acuden a admirar el templo. «Cuando estoy en Torre del Mar -perteneciente a Vélez-Málaga-, me llaman desde el Ayuntamiento para que haga excursiones» pero terminó proponiendo que se buscase a un guía especializado que explicase sus pinceladas. «Lo explica tan bien que parece que lo ha pintado él».

«Lo hace tan bien que me da miedo escucharlo. Es lo que se dirá cuando yo falte» . Hasta entonces, espera con emoción que el Ayuntamiento de Vélez-Málaga de el paso y adquiera un inmueble que mantenga el legado de Evaristo Guerra para siempre. El autor, nombrado en 2007 Medalla de Oro de la provincia de Málaga , ha reservado 250 lienzos para su futura pinacoteca que, aunque pertenecen a sus hijos, estarán encantados de que se expongan para colorear la mirada de los visitantes.

Su carrera artística le ayudó a forjar grandes amistades. Antonio Gala, Camilo José Cela, Manuel Alcántara o Juan Manuel de Prada son algunos de ellos, de esos «grandes escritores de este país que se han parado delante de mi alma, del alma del color». El poeta malagueño Alcántara, que falleció en abril de este año, tenía claro cuando un lienzo llevaba la firma de Evaristo Guerra sin ni siquiera verla y que aunque «hubiese salido de Vélez, siempre ha llevado Vélez detrás de él» recuerda el pintor.

«Su carrera artística le ha ayudado a forjar grandes amistades. Antonio Gala, Camilo José Cela, Manuel Alcántara o Juan Manuel de Prada son algunos de ellos»

«La amistad es algo muy fundamental y esa amistad es la que le he dedicado a los colores». Mimo y tiempo que le han hecho crecer como artista, perfilando un estilo único y personal, capaz de transmitir a través de sus pinceladas el alma de Guerra. Un alma inspirada en los grandes maestros pero también en su esposa. «No puedo estar enfadado con mi mujer porque si voy al estudio, me quedo en blanco. Entonces tengo que ir en buscarla y hacer amistades» reconoce.

«El arte es el autorretrato del alma», es lo que cree y lo que desea que pongan en su tumba el día que ya no esté . Un día que espera que tarde en llegar para continuar poniendo color a los campos en sus lienzos y ver en su tierra querida la pinacoteca de sus sueños. Mientras tanto no se separa de su caballete, que le ayuda a seguir creando obras que colgar en exposiciones como «El alma del color», inaugurada el pasado 19 de julio en La Casa Fuerte Bezmiliana de Rincón de la Victoria.

La muestra se puede visitar de forma gratuita hasta el 30 de agosto, de martes a sábado de 11.30 a 13.00 horas y de 18.30 a 22.00 horas . Los domingos, en horario de mañana de 11.30 a 13.00 en la Avenida del Mediterráneo número 149, Rincón de la Victoria .

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