Granada

Cierra la última Sala X de Andalucía

Tras 25 años, cierra en Granada el último cine porno y deja de proyectar películas de una industria surgida con el destape

Antigua imagen de la fachada de la Sala X Leo Rama

Leo Rama

Deslumbrada después de más de un cuarto de siglo de actividad bajo luminarias de neón, la Sala X de Granada ha cerrado para siempre. El penúltimo cine porno de España –solo se mantiene abierto uno en Valencia– termina una etapa para empezar otra. Tras la persiana echada, de la que cuelga un cartel de alquiler del local que ocupaba en la céntrica calle Sócrates de la capital , se erige ahora una escoba rígida donde antes lo hacía una Venus de Milo que daba paso a la catarsis.

Los últimos tiempos, con sus avances tecnológicos , han hecho mella en una industria en auge, la de la pornografía , que ha experimentado profundos cambios para adaptarse a los nuevos modelos de consumo . El paradigma actual es distinto de aquel que propició la apertura democrática una vez superado la etapa del destape de las postrimerías del franquismo : el cine S –un híbrido entre la pornografía dura y la mera sugerencia erótica que pobló las salas durante la Transición – mutaba en el anagrama X.

Corría el año 1982. España se preparaba para acoger su primer mundial y más de medio centenar de solicitudes pedían permiso para colocar, no sin estrictas condiciones legales, una pequeña gran pantalla donde proyectar películas con contenido sexual explícito. Toda una novedad en un país deseoso por conocer lo prohibido . Varias décadas más tarde, los cines porno han pasado de ser una anécdota cotidiana a ser una excepción anecdótica, cuasi marginal, en cualquier ciudad, hasta desaparecer.

Sex Shop ubicado en la nueva Sala X Leo Rama

El cuarto oscuro

«Todo pasa», confiesa con pena el que hasta era dueño de un negocio «normal», aunque «ya desfasado». El problema, a fin de cuentas, es «matemático». «Los números no cuadran», lamenta el gerente de la Sala X de Granada , nacida a principios de la década de los 90 y obligada a bajar la persiana 25 años más tarde «por la crisis»: «Al final se ha tenido que cerrar y lo siento». Esta empresa debía hacer frente a seguros sociales, IVA del 21%, facturas, derechos de autor y un alquiler «altísimo».

Y todo a cambio de los 8 de euros de entrada que sus pocos clientes –mayoritariamente hombres– pagaban por ver la misma película que continuamente proyectaba este cine en su única sala : un habitáculo con butacas que daba paso a un cuarto oscuro. «Por discreción», el gerente prefiere no hablar del asunto. «La película era muchas veces lo de menos», reconoce el otrora propietario, que equipara el servicio de la sala al de un «centro de día»: « Hay mucha gente que está sola y allí iban y charlaban y se hacían compañía ».

Pero «la gente, si tiene gratis el porno, no paga», sostiene el propietario, a quien no se le escapa el impacto de las nuevas tecnologías, no solo en este sector. «Lo mismo ha ocurrido con los periódicos… ¿Por qué se venden menos ahora?», pregunta de forma retórica: « Hoy en día abres el móvil y tienes todo lo que quieras , pero antes no había Internet, no había nada, y la gente era más inocente».

Nuevos tiempos

«Ahora los jóvenes están en otras cosas», comenta el dueño. Buena parte de sus clientes eran universitarios que acudían simplemente por el reclamo de su oferta estrella: una caja de 140 preservativos a 37 euros que «se vendía de lujo». «¡A precio de follamigo!», bromea un vecino del barrio, donde pocos –ni siquiera muchos de los negocios aledaños– conocen con certeza lo que ocurría más allá del fucsia chillón que revestía el recibidor de este «club social para gays», señala un trabajador de la zona.

«Cada día hacía más ofertas, pero no era viable, no daba dinero», insiste el dueño, para quien la sala era una afición más que un medio de vida: «Hemos estado aguantando porque yo le tenía mucho cariño, lo hacía por amor al arte». Ahora, la Sala X inicia una nueva etapa como «sex shop» en busca de la rentabilidad económica en su nuevo local de la la calle Buenos Aires de Granada , donde la réplica de la efigie griega seguirá indicando el camino catártico a los curiosos que atraviesen sus paredes rosas.

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