Municipal

Veinte años de nada: las negociaciones sobre las Caballerizas Reales de Córdoba

El Ayuntamiento da el paso de adquirir de forma forzosa (y pagar) el edificio de Defensa

Las Caballerizas, la Huerta y el Alcázar Archivo

Rafael Ruiz

En junio, hará 20 años de que la alcaldesa de Córdoba Rosa Aguilar y el equipo del ministro de Defensa Federico Trillo firmaron el primer acuerdo de cesión de las Caballerizas en lo que se denominó el segundo convenio de los cuarteles. Esta semana, se ha anunciado que el Ayuntamiento y el Gobierno dejarán de bailar ese eterno tango de negociaciones que nunca llegaba a nada para pasar a palabras mayores. El Consistorio expropiará Caballerizas Reales metiendo una bala en el revólver y haciéndolo girar.

La expropiación, una compra forzosa, es la salida a una situación varias veces explicada. El Ayuntamiento estaba dispuesto a pagar tres millones por Caballerizas y la huerta anexa y el Ministerio de Defensa no quería menos de seis millones . La cifra final la pondrá la Comisión Provincial de Valoraciones , que puede corregir al alza la tasación municipal, y en su defecto los tribunales de lo contencioso administrativo. El Consistorio no solo ha anunciado una compra. Además, lo que avanza es un pleito futuro .

La gran confusión

En torno a Caballerizas ha existido siempre una gran confusión . En los años noventa, el Ejército decidió trasladar a Écija las instalaciones históricas del Depósito de Sementales , una unidad de caballería que no cuadraba con los usos de un Ejército moderno que ahora suele usar vehículos a motor . A la despedida de los caballos fue el alcalde de la época, el popular Rafael Merino, que fue de los primeros que empezó a decir en serio que el Consistorio podía hacerse cargo de un monumento ubicado junto al Alcázar, en el cogollo mismo del patrimonio.

Aguilar asumió el reto y heredó las conversaciones abiertas con el equipo del entonces ministro, Eduardo Serra . La confusión viene porque el Ayuntamiento siempre quiso Caballerizas pero nunca tuvo muchas ganas de pagar por ella. Por varias razones. Defensa no puede hacer gran cosa con el monumento. No puede derribarlo para hacer pisos ni tiene intención alguna de convertirlo en una unidad operativa. Su venta a privados es objetivamente imposible. El Consistorio siempre aspiró a una cesión a muy largo plazo a cambio de suelo, por ejemplo, para la creación de unas instalaciones socio-deportivas para oficialidad y tropa, proyecto que nunca llegó a nada.

Picadero de las Caballerizas Valerio Merino

Caballerizas cayó en manos de Córdoba Ecuestre , una entidad que pretendía aglutinar al mundo del caballo. El Ayuntamiento se hizo cargo de las obras de restauración más urgentes que quedaron en manos de la empresa municipal Procórdoba, ahora extinta, que gastó los grandes recursos obtenidos con la venta de suelo del Plan Renfe. La idea siempre fue un Centro Internacional del Caballo que sirviese como elemento cultural y de ocio. Lo que ahora hace Córdoba Ecuestre pero multiplicado por mucho. Las obras se ciñeron a una parte muy pequeña del programa inicial. Un lavado de cara, evitar derrumbamientos, restaurar cuadras y picaderos, y dejar el resto para un futuro.

Cesiones y tensiones

El Ayuntamiento fue renovando una y otra vez el acuerdo de cesión (con esta última serán seis ediciones) aunque hubo un momento de verdadera crisis en la etapa de José Antonio Nieto . El PP quería activar Caballerizas Reales y, ya de paso, que no les costara un euro y, encima, que dejase algún dinerito en las arcas municipales. Se llegó a montar un concurso en el que dieron la cara las tensiones empresariales que se desatan cuando se sacan miles de metros cuadrados de uso público en una zona tan cercana a la Mezquita. El concurso no prosperó porque Defensa advirtió que el edificio no podía cederse a terceros pese a que volaron las presiones por los despachos oficiales y extraoficiales. Córdoba Ecuestre siguió en las instalaciones salvando el «set ball». El espectáculo ecuestre se ha convertido en un fijo de la agenda.

Hay que reconocerle a Isabel Ambrosio que fuese la primera en poner en pie la teoría de la compra en un acuerdo que fue anunciado con las urgencias preelectorales que se pueden sospechar. El pacto era político pero las distancias de valoración entre los técnicos, que mandan una barbaridad, eran enormes. Lo que la exalcaldesa aventó era puro humo, pero humo electoral. José María Bellido ha aceptado la idea de comprar en vez de alquilar sabedor que la factura puede ser elevada y que a Caballerizas le queda mucha obra para que se convierta en un complejo cultural y ecuestre como está mandado.

La parte débil

Esa es una de las cuestiones más débiles del acuerdo: qué quiere el Ayuntamiento hacer con Caballerizas una vez sea suya. El gobierno municipal actual no quiere ni oír hablar de que Córdoba Ecuestre salga de las instalaciones, entre otras cuestiones, porque sería un problema. La cuestión es que el Consistorio sabe que la única forma de asumir la factura de una intervención a largo plazo es por medio de un «partner» con recursos.

Urbanismo lleva años tramitando un plan especial que se llama Caballerizas-Alcázar y que es una oda al déficit público. Consiste en crear un potentísimo edificio cultural en Caballerizas dotándolo, por ejemplo, de una sala de exposiciones estable en la planta alta del pabellón que sirve de fachada. Propone también recuperar la conexión con el Alcázar por medio de los antiguos barracones de los soldados. Y, lo más complejo, crear zonas ecuestres en la huerta de Caballerizas. Un enorme espacio que tiene los restos arqueológicos tan superficiales que no se aconseja ni hacer un agujero para jugar a las canicas.

La parte más curiosa del proyecto consiste en hacer desaparecer parte del Paseo de la Ribera llevando los jardines del Alcázar hasta el Guadalquivir y crear un parking subterréneo bajo la avenida de Vallellano, en el relleno creado para levantar el Puente de San Rafel. Recientemente, Córdoba Ecuestre ha encargado una redefinición al arquitecto Rafael Obrero más modesta aunque con la gran pregunta que se hizo el escritor Josep Pla mientras observaba desde el avión las luces de Nueva York: «¿Y todo esto quién lo paga».

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