Apuntes al margen

El rojo Caballo Rojo

El arroz blanco de Anguita y el banquete de Vázquez Montalbán en las cinco décadas de un clásico de la cocina

Restaurante El Caballo Rojo en Córdoba Valerio Merino
Rafael Ruiz

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Ahora que los músicos de moda reinvidican restaurantes como Lhardy, no parece cosa menor celebrar como merecen el medio siglo de El Caballo Rojo en su actual ubicación. Si ha habido una casa pionera en las cosas del comer a lo grande, ha sido la que fundó Pepe García Marín en 1961 en la calle Deanes y, hace justo cincuenta años, en su actual ubicación. Ha sido también una casa esencialmente política entendiendo tal cosa como que era el lugar donde las primeras atenciones, conciliábulos , maquinaciones empresariales de nivel.

La Casa Real siempre daba el mismo nombre para el servicio gastronómico de sus visitas a Córdoba, probablemente, por la confianza existente labradas durante muchos años. Y los mandatarios de nivel se les acercaba a las salas de Cardenal Herrero para que pudieran comprobar las excelencias de la gastronomía local. Los momentos están ahí. Desde la papa de Boris Yeltsin a la esquisitez de Miterrand o los conciliábulos de José María Aznar , que se venía a darle al palique con el fallecido Julio Anguita , supuestamente a jugar al dominó.

Una de las historias más divertidas sobre El Caballo Rojo , al menos de las publicadas, aparece en un libro de Manuel Vázquez Montalbán publicado en 1983 con el nombre de ‘Mis almuerzos con gente inquietante’. Una interesante crónica política de un novelista y periodista de enorme influencia que usaba citas para comer, una constante de su producción literaria. El autor de la serie del detective Pepe Carvalho , exdirigente del PSUC hasta que rompió con el partido y escribió ‘Asesinato en el comité central’ , incluyó al que era alcalde entonces de la ciudad y que vivía su primer mandato que revalidó en los comicios municipales del año 1983 en la súpermayoría absoluta.

Vázquez Montalbán explica su comida con Anguita en El Caballo Rojo -que posteriormente aparece en las novelas del detective hispano por antonomasia- como un disfrute para los sentidos. De su relación con el que luego fue secretario general del partido, no se puede decir lo mismo. El autor de ‘La rosa de Alejandría’ detalla, a raíz con todo lujo de detalles un almuerzo glorioso compuesto de chacina variada , el caldo de gallina de la casa, el rodaballo al azafrán y ese clásico de la casa que ha dado el salto a las cocinas: el cordero a la miel. Anguita no probó bocado porque lo suyo, afirma el texto, «es el arroz blanco y los huevos fritos».

Si se ha hecho una crónica precisa de la relación entre Anguita y su entorno se encuentra en esas páginas. Dice del exalcalde: «Sugiere inmediatamente la impresión de que él tiene razón y los demás no ». De sus correligionarios de aquella época, detaca su condición de anguitistas por encima de su cualididad de comunistas. «Ha creado una simpática secta de una religiosidad laica que le ríen las jartás de habas», dice.

Hubo una segunda comida en El Caballo Rojo pero Anguita nunca se presentó. Puso mil excusas por medio de su secretario -que tiene toda la pinta de ser Alfonso Ceballos, el que más sabe de la política de Córdoba así en general-, puso al llorado José Luis Villegas a hacer de intermediario y dejó al autor de «Galíndez» con cordero pero sin entrevistado. Vázquez Montalbán se vengó en el libro: «Anguita tiene la egocentría de un mal educado y la desarmante grosería de un niño mimado. Pero a pesar de todo, ciudadanos y ciudadanas de Córdoba, votadle en las próximas municipales. Con todos sus defectos, este hombre, entre desmayo del alma y desmayo del alma, de entre todos vosotros es el único capaz de hablar cara a cara con Alá».

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