Pretérito imperfecto

Odio, según se mire

La ley del embudo se aplica a la libertad de expresión

Concentración de ayer en el Bulevar Valerio Merino
Francisco Poyato

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Si usted cambiara el sujeto o el complemento directo en las letras de las supuestas canciones del rapero Pablo Hasel por destinatarios distintos estaríamos hablando en este corral de comedias de la doble moral de un delito de odio y no de libertad expresiva. Si usted alterase las referencias que pueblan los mensajes de Pablo Echenique en su cuenta de Twitter —por cierto, esta y otras multinacionales de las redes sociales también se apunta al carro del sesgo moralista y censuran según qué cosas—, tres cuartas de lo mismo.

Me explico. Que el presunto artista y sí delincuente enaltezca el terrorismo de ETA, los Grapo y Al Qaeda en sus ripios e incite a la violencia contra la Corona, la Policía o los que no piensan como él, y se mofe de la muerte de un torero corneado o llame «zorras» a algunas mujeres, por poner algunos ejemplos, es libertad de expresión para los mismos que están todo el día diciéndonos cómo vestir, hablar, sentarnos, mirar, llevar a nuestros hijos a según qué colegios, ser hombres o mujeres o dar paso en un ascensor.

Los inclusivistas del lenguaje y otros ‘artistas’. Y si a algún fulano le da por criticar al feminismo radical, cuestionar la ley sobre la transexualidad o desbarrar contra el ancho campo del movimiento okupa..., por seguir con los ejemplos, está cometiendo un delito de odio en toda regla y purgando a colectivos sociales.

Podemos ponernos estupendos apoyando a un ‘creador’ que ha sido condenado cuatro veces por la Justicia por sus ripios incendiarios, rociar de lejía a un cámara de televisión y agredir a un testigo en un juicio, pero nadie ose lanzar un dardo envenenado sobre el mundo del cine, el trinque público de la cultura oficial o acercarse a dar los buenos días al ‘comandante Iglesias’ y señora en su casoplón de Galapar. Cordón policial y victimismo tuitero. Seríamos unos ‘kale-borrokos’ sociales y fascistas, odiadores profesionales.

Como ven, el odio y la libertad de expresión va por barrios, y lo peor es que en el Gobierno parecen tener muy claro que el Código Penal debe tener el mismo sesgo y a ser posible que los jueces que lo apliquen estén bajo la misma cuerda para que el control absoluto y la pérdida de libertad real —que subyace en el trasfondo— sea una figura bien abrochada. Los medios de comunicación privados no deberían existir tampoco, según el ‘comandante’ de Galapagar , porque fomentan el odio hacia el sistemático antisistema. Un conglomerado público a lo ‘Gramma’ o el cooperativismo militante de su elogiado ‘Gara’ serían los modelos a seguir. No hay más que observar en qué se han convertido los informativos de RTVE para hacerse una ligera idea.

Entonces, la retirada cruz de las Descalzas de Aguilar y su aposento en el vertedero sería, para aclararnos, un alarde de creatividad sin atisbo de odio y perjuicio hacia una creencia. Las pintadas en las iglesias de Córdoba, un muro de expresión artística. Y el cuadro de la Inmaculada de Murillo con la vagina al viento expuesta en la Diputación, una muestra del «debate público-político sobre el papel de la mujer en el seno de una sociedad... patriarcal», como recoge una reciente sentencia. Odio, según se mire.

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