La Graílla

Los libros fugaces

Cada vez que el lector dobla una página debe ser consciente de que no avanza y suma, sino que pierde y resta

Feria del Libro de Córdoba Rafael Carmona
Luis Miranda

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Las páginas de los buenos libros deberían estar ordenadas en orden decreciente . Cada vez que el lector dobla una hoja para buscar en la siguiente cómo sigue la historia o cómo termina una frase sería consciente de que no avanza y suma, sino que pierde y resta en un camino que le dará emociones y belleza, pero que le llevará como un río por puentes y meandros al mar del final y de la despedida de una ciudad y de unas voces que sólo durarán lo que el libro. Hay unos días en que los personajes son como amigos que parecen sentarse para conversar con el que les dedica el tiempo y no hay más que asomarse a la ventana para ver el mismo paisaje en que viven, pero llega un momento fatal en que el libro se acaba. Cuando la cuenta atrás llega al cero y las tapas se cierran con golpe perfectamente serio, casi todos los lectores venerarán la memoria de Edmond Dantès y de Urania Cabral con la misma persistencia con la que resisitirán la tentación de volver a verlos.

Noviembre empieza con la certeza de que a la derecha de una fecha de nacimiento se escribirá alguna vez otra con una cruz, y en ese intervalo habrá que leer todo lo que sea posible y hasta apartar lo que se haga indirigible. Para pasear las calles de Mágina junto a un adolescente atolondrado muy parecido al que fui algún día tuve que conformarme con hacer una sola vez con Tom Joad el viaje de esperanza y averías mecánicas desde Oklahoma hasta California. Hay días en que los libros que se terminaron son como amigos que se quedaron en el camino y como ciudades por las que nunca se volverá a pasear y sólo cuando vuelve el recuerdo de su charla y de su luz se cae en la cuenta de que nada se tiene que disfrutar mejor que lo fugaz.

No invitan nunca a la complacencia de regresar como el niño ve una y otra vez las mismas películas, sino que alimentan la esperanza de que haya otros igual de extrordinarios. Hasta la atmósfera inclemente de Pascual Duarte y la hoguera en que Cipriano Salcedo purgó la culpa de no traicionar a su propia conciencia se aparecerán con un recuerdo feliz al asomarse a la tierra extremeña y al Campo Grande de Valladolid .

Al lector le queda de vez en cuando el dolor de corazón del que cae en el pecado de la gula y comprendió tarde que despachó sin masticar bien algunas páginas que merecían una digestión más reposada. Como los libros los termina de escribir quien los lee, porque les pone los matices del color de la mirada que tiene en cada momento, quizá al volver a Macondo la voz de los Buendía suene distinta y cuente unas historias que el que ahora ve caerle las canas en el hombro no recordaba de aquel otoño en que no había cumplido los veinte años. Si la literatura es como el río de Demócrito y no se puede leer dos veces la misma historia, en este mes de las ánimas habrá que pedir para que tras el purgatorio lleguemos a una biblioteca sin paredes en la que esperen todos los personajes y todos los paisajes que tantas tardes secaron las lágrimas de este valle.

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