Contramiradas

Juan Miguel Moreno Calderón, catedrático de Piano: «A la política le falta ternura»

Veinte meses después de entregar su acta de concejal, Juan Miguel Moreno Calderón vive feliz entre corcheas y bemoles. «La música es mi refugio», proclama

Juan Miguel Moreno Calderón, en su despacho del Conservatorio Superior de Música Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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Nos recibe en su territorio natural. Conservatorio Superior de Música . Son las 11 de la mañana del miércoles. Un joven hace escalas con su guitarra sentado en los peldaños del pasillo. El sonido susurrante de un instrumento de viento se escapa de un aula. El tiempo flota ingrávido. Nada que ver, desde luego, con el carrusel vertiginoso de Capitulares. Aquellos años en que el teléfono de Juan Miguel Moreno Calderón cantaba la Traviata desde las nueve de la mañana. Pero eso es una sombra casi olvidada del pasado. «La música me libera la mente y el espíritu. Es mi refugio», dice hoy apacible quien fuera concejal de Cultura durante ocho años.

–2 de septiembre de 2019. ¿Le suena?

–Sí, claro. Esa fecha no se puede olvidar.

–¿Camina más ligero desde entonces?

–Empecé otra etapa. Tuve un bache de salud y pensé que retirarme de la política era la mejor decisión. Creo que acerté. Y no fue una decisión fácil. Entre la recomendación de los médicos y la necesidad de reencontrarme a mí mismo, creo que hice bien. Esa fecha fue poner fin a una etapa muy enriquecedora donde he tenido experiencias muy gratificantes. Lo viví muy intensamente. Ahora estoy muy feliz por trabajar con mis alumnos. Para mí, venir cada mañana al Conservatorio es motivo de alegría.

La hemeroteca conserva intacta la foto de la despedida. Un circunspecto Moreno Calderón, arropado por el alcalde Bellido, anunciaba su renuncia al acta apenas dos meses después de tomar posesión. Los médicos le recomendaron poner fin a su andadura política si no quería agravar sus problemas vasculares. Hasta hoy. Su buen aspecto deja entrever que no guarda la más mínima añoranza de los laureles del cargo.

–¿Cuanto más poder más cautivo?

–La política es complicada. Yo le tengo un gran respeto y me gusta mucho. Pero a la política le falta ternura. Le sobra dureza y le falta ternura. El elemento humano. Querer encontrarse. Querer entenderse. Sería más llevadero. El poder te hace muy cautivo. En los partidos tienes muchas obligaciones.

–¿Y por qué se le pone tanta crispación y tan poca ternura?

–En mi experiencia de ocho años siempre tuve una actitud proclive al consenso. Y tuve la suerte de tener un entendimiento extraordinario con los grupos de la oposición y ser bien tratado por los medios de comunicación. Para mí, fue muy llevadero. Mi espíritu era muy pactista porque es mejor aglutinar y generar consensos. Siempre me inspiré en la figura de Adolfo Suárez. De joven me impactó mucho y ha influido en mi actitud personal. La ciudad lo que necesita es dar soluciones a los problemas. Me dan pena la crispación y las actitudes sectarias.

–¿De qué obra política se siente más satisfecho?

–Me gustó mucho echar a andar el Centro de Flamenco Fosforito, la expo 60 Años de Arte Contemporáneo o alguna de las ediciones de la Bienal de Fotografía. Muchas cosas. Y otras que me hubiera gustado haber abordado, como una reflexión profunda sobre el Festival de la Guitarra o la reforma del Alcázar de los Reyes Cristianos.

–Es usted el concejal de la derecha más respetado por la izquierda. ¿Cómo lo lleva?

–Quizás sea consecuencia de que mi espíritu siempre ha sido llevarme bien con todo el mundo. Cuando era concejal ni me acordaba de que teníamos mayoría absoluta. Veía a los demás grupos como compañeros con los que compartir las preocupaciones. Cuando uno actúa de esa manera, tiene la oportunidad de encontrar correspondencia. Sentirme querido por muchas personas de la izquierda me llena de emoción. Igual que tener a compañeros queridísimos del PP.

–¿Y ha recibido mucha metralla de fuego amigo?

–Las cosas que no son agradables tengo la tendencia a olvidarlas pronto.

–¿La cultura tiene ideología?

–Todo tiene ideología. Otra cosa es impregnar la cultura de ideología. Lo primero es definir qué entendemos por cultura. Un poema o una obra visual tienen un mensaje. Y ahí puede haber subyacente una ideología. Lo que no hay que ser es sectario. Y en eso hay que ser tajante. Hay que ser abierto y dejar que cada uno se exprese como quiera. Si no, se llega a situaciones de totalitarismo como en la Unión Soviética, en España durante el franquismo o como pasó en el III Reich con lo que se entendía como «arte degenerado». A Nieto se lo dije desde primera hora. Y me dijo: «Adelante».

–¿Y cada partido tiene a sus artistas cortesanos?

–Eso lo vemos todos los días. Solo hay que acordarse de los de la ceja. O los que son movibles: que hoy están con unos y mañana estarán con quién esté en el poder.

–¿El arte subvencionado es arte?

–La Iglesia, por ejemplo, durante muchos siglos fue mecenas y evidentemente promocionaba un tipo de arte que ha quedado como obras geniales en la historia. Cuando Mozart estaba en Salzburgo con el Príncipe Colloredo componía muchas misas. Y cuando se fue a Viena y se liberó hacía lo que él quería. No hay que ser dogmático. Las cosas son más sencillas y naturales. Lo peligroso son las actitudes sectarias. Esos dirigentes son muy tóxicos. Todo el mundo tiene derecho a pensar como quiera y la cultura es el punto de encuentro.

–La Unión de Artistas Visuales de Andalucía ha criticado la exposición de arte medieval cristiano en el Centro de Creación Contemporánea C3A. ¿Y usted?

–Para criticar una cosa, primero tengo que conocerla. Desconozco la necesidad de espacios de esta exposición. Yo iría al fondo: Córdoba tiene carencia de espacios expositivos. Y otra: ¿qué queremos que sea el C3A?

–¿Todavía no lo sabemos?

–Seguramente la Unión de Artistas Visuales sí sepa cuáles son los objetivos fundacionales. Pero el C3A se dilató mucho en el tiempo y yo recuerdo que llegaron a decirse cosas tan curiosas como que también había que poner gastronomía. Hasta que se abrió se dieron bandazos de todo tipo. Ya parecía que había una línea trazada de arte contemporáneo.

–Con 18 años fue profesor de piano, con 25 catedrático y con 26 director del Conservatorio. ¿Donde iba tan rápido?

–De chico me fijaba en Rafael Quero, que era profesor de piano y director del Conservatorio. Y yo decía que quería ser como él. Vino antes de lo que imaginaba.

–¿Cuál es su próxima estación?

–Ya está enfocada a mis hijas, a hacer cosas que no he hecho, como un libro sobre pianistas del siglo XX, y a reencontrarme con el piano más. Sinceramente, no tengo aspiraciones políticas ni económicas. Vivo feliz con la vida sencilla que llevo.

–¿De qué le cura el piano?

–De lo mismo que le dije en aquella entrevista de 2009: del escepticismo.

–Dígame una obra maestra insuperable.

–La Novena Sinfonía de Beethoven justifica la grandeza de la humanidad. Encierra valores de una persona inconformista que tuvo que luchar contra la situación peor para un músico, como es perder el oído. Es algo que me sobrecoge. Lo que hizo fue un antes y un después en la historia de la música.

–¿Sigue sin gustarle el rock?

–No es que no me guste. Tenemos el tiempo que tenemos en la vida y uno selecciona. Escucho jazz y flamenco, pero no lo voy a ocultar: mi pasión grande es la música clásica. He ido a conciertos de rock cuando era concejal y, bueno, algunos me parecían entretenidos.

–¿Qué es lo que ha ganado en Madrid?

–Ha sido una victoria tan rotunda que hay que hacer una reflexión, primero la izquierda, por cómo ha hecho la campaña. Quizás no ha sido la mejor. Y el PP tiene una oportunidad enorme de agrupar al centro derecha.

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