Viernes de jubilado

Javier Martínez Ruiz

A Javier nunca le gustó la política de primera línea, aunque hubiera sido un lujo para Córdoba tenerlo en ella

Infografía del videojuego sobre la 'Divina Comedia' de Dante Alighieri ABC
Javier Tafur

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Se me ha muerto como del rayo otro amigo. Se le ha partido el corazón en esa edad de plenitud en la que ya no somos jóvenes pero aún no nos hemos enterado de que empezamos a ser viejos. Es cuando la muerte aprovecha para pillarnos por sorpresa. Si bien debiéramos estar preparados. 54 años, no más, son los que un hombre necesita para saber si ha alcanzado su medida .

Sobrevivir es cosa de contumaces. No aporta ninguna brillantez a nuestra ejecutoria. Solo permite que nos repitamos y nos pongamos pesados. Morir pronto, morir a tiempo, morir jóvenes es cosa de elegidos, según nos transmiten la literatura y la mitología. Morir pronto, además, a la larga, ni siquiera es significativo, todos morimos demasiado pronto. De aquí a un siglo todos estaremos muertos. Y de aquí a dos, todos llevaremos más tiempo muertos que vivos. Como decía Walt Whitman, «la vida es lo poco que nos sobra de la muerte».

Me estoy acostumbrando a escribir necrológicas, como si ya fuera un superviviente. El obituario es un genero agradecido y estrictamente saludable para el que lo escribe. E incluso puede resultar estimulante para la familia del muerto, puesto que de alguna manera fija su memoria en lo que ya es inmutable. Pero no debe justificarse solo por la cercanía del fallecido, sino también por la semblanza que merece su singularidad.

Javier Martínez fue un hombre singular. Profesional sin tacha , economista ejemplar , cabalmente honrado, defendía a sus clientes cordobeses ante la pérfida Hacienda con la solvencia de quien sabía de números más que los inspectores. También prestó servicios al pueblo de Córdoba en general, formando parte de consejos de administración de empresas municipales, a las que siempre aconsejó con rectitud y acierto, pese a que no tuviese mucha fe en ellas.

Lo sabe bien su buen amigo José Antonio Nieto , con quien compartió amagos políticos juveniles en el CDS de Suárez , y por quien actuó en esta suerte de política periférica, sin interés personal alguno, solo porque la amistad obliga. Nunca le gustó la política de primera línea, aunque hubiera sido un lujo para Córdoba tenerlo en ella.

Nadie pudo apartarlo del ejercicio liberal de su profesión ni del sentido crítico de su personal albedrío. Con el que mejorábamos el nuestro sus contertulios del Círculo Taurino o del Puerto Rico . Porque Javier no se conformaba con ser un excelente asesor fiscal. También era en sus ratos libres teólogo y filólogo, historiador del arte y semiótico, viajero incansable y gurmé ocasional.

Leía la Biblia con el discernimiento y el provecho de un escolástico. Y pese a que no fue creyente o tal vez por ello, reunió en su biblioteca particular cientos de ediciones de la 'Divina Comedia' de Dante . Y lo que resulta más milagroso: las leía y las comentaba. Por eso comprendo el tremendo vacío que habrá dejado en la vida de Isa, su viuda, eximia y delicada como Beatriz, a la que deseo que no desfallezca y se haga fuerte en «el amor que mueve el sol y las otras estrellas».

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