Viernes de jubilado

La celosía

En realidad, a nadie le importa. Para unos es un obstáculo y para otros un argumento

Retirada de la celosía de la Mezquita-Catedral en marzo de 2017 Valerio Merino
Javier Tafur

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Jugamos ahora el alto ajedrez de la celosía -que diría Lorca- y lo jugamos a cuatro bandas, que es una modalidad de este juego milenario donde el peligro viene siempre del jugador que cada cual tiene a su izquierda. Que la amenaza venga de la izquierda es cosa común en la sociedad contemporánea , pero tal vez en este caso tenga consecuencias paradójicas. Porque a ver quién es el guapo que elucida en este pleito quién está a la izquierda de quién y cómo organizamos las bandas.

Veamos los actores. Por un lado el Cabildo catedralicio , propietario del edificio, incluido el elemento incorporado en los setenta por Rafael de la Hoz Arderius (director general de Arquitectura con el ministro Vicente Mortes, falangista actualizado por el Opus Dei, factótum del desarrollismo franquista), bajo la autoría de otro arquitecto, Víctor Caballero Ungría , que es el que firma el proyecto, según establece la documentación conservada. Junto al Cabildo descubrimos a los cofrades, que ejercen de peones , aunque sean los verdaderos beneficiarios o perjudicados de la partida. Por otro lado, enfrentado sin duda, tenemos al Frente Popular, con el Gobierno de la Nación, su nueva ley de Patrimonio en ristre, las pululantes plataformas ad hoc y el anticlericalismo de base. En la tercera banda, sin saber a que lado, nos encontramos a la familia del ilustre arquitecto citado , representada por su hijo, que ha dejado en manos de sus abogados la difícil solución del mayúsculo embrollo causado por su devoción filial. Pareciera que los jueces se hayan sumado corporativamente a esta banda como asesores, para regocijo de la anteriormente descrita, cuando acaso necesitase más de la ayuda de psicólogos. Tal será su arrepentimiento. No vaya a ser que su egregio apellido pase al acervo popular como de la Hoz y del Martillo.

En la última banda militan al alimón el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía . El primero se juega una parte importante del futuro turístico de la ciudad a cuenta de una prescindible celosía que en buena hora fue derribada, para abrir una puerta, donde por cierto la hubo, que permita el paso a una Semana Santa espectacular , que incluso arrebate el protagonismo a Sevilla. La segunda, dada su actual composición ideológica, bastante tiene con mantener el tipo y la memoria histórica de Rosa Aguilar , consejera socialista y alcaldesa comunista, que fue quien avaló a la Iglesia y a las cofradías en su providencial demanda.

En realidad, a nadie le importa la celosía en sí misma, ni a los rojos ni a los azules, ni a clérigos ni a laicos . Ni siquiera al hijo de su señor padre. Para unos es un obstáculo y para otros un argumento. Nada más. La celosía es un elemento moderno, añadido por un arquitecto franquista, lo que debía ser piedra de escándalo para algunos, que pretendió con buen criterio devolver la luminosidad que penetraba por los antiguo vanos, que también eran puertas. Lo cierto es que la Mezquita-Catedral merece recuperar la luz y la accesibilidad sin que los insensatos las hagamos incompatibles.

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