Viernes de jubilado

La Bella junto a la bestia

El caimán de la Fuensanta no tiene porvenir digno más que de la mano de su Virgen, que lleva en la otra la campanita, para prevenir a los niños

Una joven observa al caimán colgado en los muros del santuario de la Fuensanta Valerio Merino
Javier Tafur

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Si no hubiera sido por el recuerdo que en estas páginas le ha dedicado mi buen amigo y fino historiador Juan José Primo Jurado , el caimán habría desaparecido de la velá desvelada de este año en la Fuensanta . Nadie parece echarlo de menos, ni los niños, ni los rojos, que en el mejor de los casos son como niños.

Bien está que la Virgen se erija en protagonista, frente a los embates de las sectas reptilianas, que durante tantos años han asediado el Santuario. Bien está que haya misas y procesiones y que en ese reducto de la fe tan nuestro se esté desarrollando una cofradía -hacía falta- que devuelva la Bondad de Cristo a las calles de Córdoba. Bien está que sea así porque las vírgenes siempre vencen , ya sea por su propio pie o por la intervención de un San Jorge matadragones. Y bien está que los rojos que patrocinaban a esas sectas estén ahora, gracias a Dios y a Bellido, en horas bajas municipales.

Pero el caimán sigue en su sitio, donde solía, aunque ciertamente cada vez más disecado en su condición de icono material visible, a punto de la descomposición definitiva, como avisaba un taxidermista en 2017. Pese a la lógica trágica del tiempo, el exvoto indiano, traído como ofrenda exótica a la Virgen milagrosa de la Fuensanta, sigue colgado del muro lateral del Santuario esperando , no ya la resurrección de la carne, ni siquiera en el papel de los cómics, sino al menos la mirada compasiva, nada ideológica y estrictamente cultural, de sus vecinos, cordobeses todos.

El caimán de la Fuensanta tiene menos futuro que el lagarto de Jaén, que reventó. Pero aún reventado y sin restos conservados, el lagarto maleno tuvo el privilegio de ser declarado, allá por 2009, Tesoro del Patrimonio Cultural Inmaterial de España y, como tal, candidato a formar parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Ya quisiera nuestro caimán alcanzarle la mitad del grado, que acaso no merezca su vecino. El lagarto no existe ni colgado, es puro mito, pero recibe coplillas y hasta se hace inspirador de un brebaje, semejante a la queimada, cuyos componentes sugieren efectos afrodisíacos, incluso sin necesidad de incorporarle el preceptivo conjuro.

Nuestro caimán, en cambio, está literalmente a verlas venir. Su miseria se ha agravado con la devoción sobrevenida de los laicistas, que han intentado hacer de él un cocodrilo domesticado por el capitán Garfio, esa especie de comisario político del País de Nunca Jamás. Cuando bien sabemos que el caimán de la Fuensanta no tiene porvenir digno más que de la mano de su Virgen , que lleva en la otra la campanita, para prevenir a los niños, también a los adultos, con catequesis amable pero rigurosa, de la permanente acechanza del maligno, que va caracterizado como lo que realmente es. Porque el bien y el mal existen y pelean todos los días. Aunque siempre quede al cabo la esperanza de que la bella redima a la bestia.

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