Pretérito imperfecto

PCR taurina

El orbe taurino parece haber visto en la embestida del virus una opción para remover postulados y buscar nuevos terrenos

La rejoneadora Lea Vicens, antes de un festejo en Priego de Córdoba Álvaro Carmona
Francisco Poyato

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El orbe taurino parece haber interpretado la embestida del coronavirus como una oportunidad para remover ciertos postulados, recios como torres, y buscar nuevos terrenos en los que salvar una Fiesta a la que esta pandemia , como al resto de artes y creaciones, ha dado un auténtico estoconazo. No venía la tauromaquia por buenos derroteros en una encrucijada, además, repleta de perniciosos ataques ideológicos y con lastres económicos, lógicos en la coyuntura presente. Defensa a ultranza de sus principios y vocaciones sí. A la calle con rabia, también; pero con una dinámica interna inamovible. La batalla de los toros está fuera, pero empieza por dentro.

Y es por ello que el coronavirus ha dejado una situación tan extrema que ha forzado, en gran medida, lo que tanto se ha echado de menos durante mucho tiempo: una respuesta corporativa, una alternativa organizada, un proyecto adaptable a las circunstancias y un escudo frente al cierre fantasmagórico, la evasión al paro de centenares y centenares de personas y la muerte agónica de explotaciones ganaderas de reses bravas con un abolengo y un peso económico muy importante. No es la invención de la pólvora, pero arroja luz y patrones hacia el futuro que está por venir. Requiere de la absoluta y sincera implicación -siempre tan difícil- de todos los estamentos taurinos, jerarquizados en círculos inconexos, renuentes a las cesiones desde un estatus legítimo pero incompatible con los tiempos que corren. Van a tardar en volver las tardes de las vacas gordas -si es que vuelven-.

Sólo hay que levantar la cabeza y mirar alrededor para comprender un poco mejor la profundidad de la cornada en el fútbol profesional , el teatro, los grandes espectáculos de masas, el cine, el baloncesto profesional o las giras de las estrellas musicales y los conciertos de pequeño formato. Indudablemente, el balompié anda a años luz de todos, y bien rápido que Javier Tebas y la patronal de clubes que rige reorganizaron el gran cotarro futbolero con test continuados y protocolos exigentes que no les hiciera perder su principal vía de ingresos en estos momentos: la televisión. Da igual, en cierta manera, que las gradas estén desangeladas, o los bares perimetrados, pero «the show must go on» (Freddie Mercury dixit).

Y esa ha sido, precisamente, la piedra de toque del proyecto liderado por la Fundación Toro de Lidia , encabezada por Victorino Martín hijo, en un acierto pleno a corto plazo y aún mayor al medio y largo si sabe aprovecharse. Una bocanada de aire fresco esta «Gira de la reconstrucción» televisiva y presencial -crucial la participación de Movistar, en este sentido- en una veintena de plazas, pero que ha fijado un modelo de «manos a manos» o cruce de estilos y la posibilidad de volver a las plazas con una ramillete de figuras dispuestas a tirar del carro y a que la Fiesta Nacional, la ancestral cultura española y un arte de insuperable trascendencia, sigan en pie como ese diestro herido frente a un morlaco que sigue buscando el momento de su triunfo. Un formato extrapolable a la normalidad, sostenible en lo económico y capaz de doblegar el repliegue que se estaba produciendo hacia los grandes cosos como únicos foros de tauromaquia plena.

Termino con Córdoba , donde el nuevo empresario de Los Califas ha dado más que un paso adelante con el festejo del 12 de octubre y al que sólo con esa iniciativa, que revela sus pretensiones hacia una ciudad mítica en la historia del toreo, hay que agradecer su esfuerzo para empezar a recuperar un largo camino hacia el lugar que siempre ocupó esta ciudad y del que estamos muy lejos.

Toda una PCR taurina .

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