EL NORTE DEL SUR

Esos lugares

Librerías: de Luque a la República de las Letras, de la Casa del Libro a las ya desaparecidas

El cliente de una librería ojea una novela ARCHIVO
Rafael Aguilar

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ESOS lugares en los que perderse para no hacer nada y para descubrirlo todo, para sentirse muy pequeño por lo inabarcable de lo que está alrededor de uno y a la vez para saberse tocado por la fortuna de poder ser otras personas y de vivir en otros sitios y otras vidas con el único esfuerzo de comenzar a leer por la primera línea. En los estantes nutritivos de la República de las Letras, con esa admirable Sylvia Beach domiciliada en la plaza de Chirinos que es la madrina de cualquier lector inquieto; en la cartesiana Luque, tantas veces mudada y tantas reencontrada y desde hace un tiempo con señas en Jesús y María, a un pasito solo de la cervecería El Correo, con sus plumas estilográficas en los escaparates y las novedades de la literatura nacional y extranjera sin que le quiten el sitio que merecen a los autores locales; en el océano de la Casa del Libro tan ancho y profundo como lo era el de la malograda Beta junto a San Hipólito; en la añoranza de los mostradores y los estantes predilectos de no hace tanto: en la semilla fructífera pero a la postre de tan poco tallo de Anaquel en la plaza de La Compañía, que desde que cerró, hace ya años, aquello está más en soledad, más triste y menos amable, como lo está la calle Rodríguez Sánchez, que perdió un poco su condición ilustrada desde que echó el candado para siempre la recoleta Universitas, justo en frente, o casi, de la Academia Británica, y a dos portales de una tienda de instrumentos musicales.

Librerías: el mundo entero al alcance de unos cuantos de euros —siempre asombra que con algo más que calderilla la imaginación pueda ir tan lejos— y que ayer giró, una vez más, en torno a Pablo García Baena, quizás el guardián más preciado y celoso de la letra impresa que hay en esta ciudad y a quien la Junta de Andalucía acaba de distinguir con el título de Autor del Año de 2018 cuando andan aún frescas las noticias sobre su reciente nombramiento como Honoris Causa por la Universidad de Córdoba. Esos lugares por los que pulula gente a veces extraña, ensimismada, callada, a lo suyo y a la que con frecuencia les da un poco igual lo que sucede en la calle porque la que ellos habitan está jalonada no por cruces ni pasos de peatones ni semáforos sino por puntos, comas y espacios en blanco que abren el camino hacia todos los destinos posibles: ayer por la mañana, y sobre la mesa de una de las tiendas de libros de la ciudad, se agotaban los ejemplares de la última novela de Paul Auster, «4321», un monumento de fabulación acerca de los caminos diversos y a veces opuestos a los que cualquiera se expone por decidir una cosa o su contraria en un momento determinado de su vida. A la salida del local, junto a una pila de revistas de promoción de novedades editoriales de distribución gratuita, los clientes tenían a mano unos cuantos ejemplares de la publicación «Manolete Ríe», que da cuenta de la exposición de Orive sobre las caricaturas del matador cuya memoria derrama lágrimas y no carcajadas por el sainete en el que se ha convertido la propuesta para declararlo Hijo Predilecto.

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