Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

«Échate p'allá»

La Policía habría actuado hace años en La Plata en otra ciudad con vecinos con más músculo o con otro Ayuntamiento

Rafael Aguilar
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

VALENTÍA. Lo que está haciendo Pedro García con los veladores es de valientes. Él sabe de sobra el coste político y social que tiene la decisión que ha tomado para poner un poco de orden en el desmadre de las mesas y las sillas en la vía pública, porque enfada y mucho a tanta gente o más que a la que contenta. A la vista de cualquiera ha estado en estos meses de atrás la cintura con la que los representantes de los hosteleros de la ciudad han despachado el empeño legítimo (y necesario) del Ayuntamiento para garantizar que la calle sirva, básicamente, para lo que fue concebida: para ir andando de un sitio a otro, para dar amparo a la conversación breve, para ser el contrapeso peatonal a la ciudad de los vehículos a motor.

Los portavoces de los bares y de los restaurantes se sintieron ofendidos porque la autoridad municipal les dijo de una vez que la acera había de primar a los viandantes sobre las sombrillas y ni cortos ni perezosos dieron un golpe encima de la mesa y se marcharon porque aquello les parecía intolerable. Hasta ahí podíamos llegar. Y pegaron un portazo.

De modo que mucho ha tardado la rotulación de la calle de la céntrica calle de la Plata con marcas que delimitan hasta dónde pueden ponerse las sillas y las mesas: la Policía Local habría actuado hace años en cualquier población con unos vecinos con músculo de verdad o con unos hosteleros con más sentido del civismo o con un Ayuntamiento más atento a las cuestiones elementales de la convivencia y menos a los debates estériles. Porque por ahí, por la calle de la Plata, no se podían dar dos pasos seguidos, y no es ninguna exageración. Como en tantos otros sitios de Córdoba. La vecina plaza de San Miguel es tan intransitable una noche de un fin de semana de primavera o de verano que hasta uno de los locales se ha puesto un nombre que lo dice todo: «Échate ‘p'allá’»; en la avenida de Barcelona no hay quien duerma hasta bien entrada la madrugada, con los accesos a los bares, que son multitud, atestados desde que el calor empieza a dar un respiro; y en María la Judía, en el Tablero, da pavor ver esos monitores de televisión en el exterior de las tabernas de diseño a toda pastilla en cuanto la noche se echa encima.

El pobrecito vecino al que le tocó en suerte un bar con ansias expansivas en los bajos de su edificio no ha tenido estos años quien le haga caso. La milonga era siempre la misma: que en la era de la economía en horas bajas la restauración era uno de los pocos puntales para hacerle frente al roto de la crisis y, que además los dueños de las tabernas tienen que llevar el pan a su casa. Lo de menos era, parecía, que en el primero, sólo a unos metros por encima de donde se cuecen las divertidas conversaciones de más allá de la medianoche, tratase de conciliar el sueño otro señor o señora para ir descansado a su trabajo, para el que madruga y mucho porque también tiene que llevar el pan a su casa. Que las cosas estén cambiando es mérito, hay que decirlo, del presidente de la Gerencia de Urbanismo.

Ver los comentarios