Coronavirus Córdoba

Así se vive el coronavirus en el Centro comercial | De tiendas con Casandra

Algunos pequeños establecimientos de cercanía siguen ofreciendo atención a sus clientes pese a la caída del negocio

Un hombre pasa delante de un graffiti urbano en el centro de Córdoba en la jornada del Martes Santo Valerio Merino

Rafael Verdú

En la oportuna balada «The Sound of Silence» , Paul Simon y Art Garfunkel cantaban que «los mensajes de los profetas están escritos en las paredes del metro». El dúo de Queens se refería -aunque la oscura letra de la canción admite varias interpretaciones- a la sobreabundancia de la publicidad , ya notable en los años 60. Véase si no la serie «Mad men». Atendemos más a la palabra del «dios de neón» que a la conversación de quien tenemos al lado mientras los mensajes comerciales moldean silenciosamente nuestras vidas. Antes, en la televisión, la radio, la prensa y hasta en las luces de la ciudad; ahora también en las redes sociales y a través de los nuevos modos de comunicación del siglo XXI.

La publicidad sigue estando ahí, aunque a pocos les importe. No hay metro en Córdoba, pero sí infinidad de lugares -tiendas, comercios, grandes almacenes, quioscos, marquesinas- donde la cartelería grita el mismo mensaje de siempre a un comprador inexistente. El centro comercial de Córdoba está vacío. Sólo aguantan los estancos , que no pueden hacer publicidad; las farmacias , que no la necesitan; y un puñado de colmados , que bastante tienen con lo suyo.

Fernando, quiosquero de Las Tendillas, con la revista de Semana Santa de ABC Valerio Merino

Los anuncios del Centro Comercial de Córdoba prometen cosas en las que nadie repara. Les ocurre algo así como a Casandra, a quien los dioses dieron el don de la profecía para luego maldecirla haciendo que los griegos desoyeran sus pronósticos. La sacerdotisa vaticinó la caída de Troya y nadie la creyó. Aquí las trompetas del Apocalipsis sonaron el 14 de marzo, y pasó algo parecido. «Al principio la gente se lo tomaba a cachondeo», dice Fernando, quiosquero en la plaza de las Tendillas . Ahora ya no. «Ahora se respetan todas las normas» hasta para ir a comprar las revistas de crucigramas , el «best-seller» del confinamiento, dice desde dentro de su garita. La prensa escrita, por cierto, «se está vendiendo bastante bien, un poco menos que antes pero aguanta el tirón. Y sobre todo sube los fines de semana».

Conciertos que no serán

Los pasquines de Las Tendillas siguen anunciando actuaciones que nunca fueron (Paulina Olivares, John Godfrey, las Kalendas, Kitai y hasta un «concierto meditativo», lo que quiera que sea eso) y otras que nunca serán ( David Bisbal, El Barrio o Camela ). Abunda la cartelería cofrade que pregona procesiones y aún se promocionan los autobuses turísticos, aunque nada de eso se verá esta primavera . Los bancos, que entienden las crisis de otra manera, siguen a su aire: «Negocio negocio negocio negocio», reverbera un cartel junto a un banco -de los de sentarse- donde un vagabundo dormita ; «Tu casa se merece algo mejor», reza otro en Gondomar. ¿No nos lo merecemos todos?

Frutería en Claudio Marcelo V. Merino

En el centro comercial de Córdoba se ha hecho notoria una paradoja que tiene algo de justicia divina -de la del «dios de neón»-. Todos las grandes superficies del Centro han echado la persiana, y es de suponer que a la mayor parte de sus trabajadores, con la excepción de la farmacia y el supermercado de El Corte Inglés , ahora con una oscura entrada. Frente a ellos, algunos pequeños comercios de cercanía, los que conocen bien a sus clientes, siguen al pie del cañón. Resisten con pocas ventas y muchas ganas. Como un frutero de la calle Claudio Marcelo , que ahora aprovecha las tardes para repartir su mercancía por los domicilios. «Se ha notado mucho la caída, pero es mejor esto que no tener nada», asegura. Por las mañanas, la gente se lleva las naranjas «porque piensan que la vitamina C es buena para las defensas». Las vitaminas son buenas para muchas cosas, pero ningún alimento previene del contagio por Covid-19 . Otros productos de la huerta, como los tomates o las lechugas, están ahora más caros, pero no por culpa de la crisis sino por estar fuera de temporada. «Por lo demás hay de todo y el abastecimiento está garantizado», asegura el dependiente.

Manuel, el Martes Santo en su tienda de comercio justo Valerio Merino

Unos metros más adelante Manuela regenta una tienda de comercio justo, donde se puede comprar chocolate, café o té, mermeladas, verduras, legumbres a granel... No hay judías mágicas como las de Jack que nos lleven hasta el cielo para escapar del coronavirus, así que sus clientes, asegura Manuela, siguen comprando lo mismo. La diferencia es que lo hacen en mayores cantidades para evitarse los viajes al colmado. «El ticket medio ha subido pero la gente viene mucho menos», sostiene.

El comercio Laquentra V. Merino

También en el centro comercial, un pequeño negocio de comidas caseras, Laquentra - «ingrediente» en latín, dicen en la cantina-, sigue abierto sin desmayo. Sergio , su propietario, explica que « cualquier autónomo puede tener abierto su negocio , incluso una ferretería, lo que no se puede es vender en la tienda». Por eso él, junto a su mujer, ofrecen solo la comida para llevar . Con el confinamiento, sin embargo, necesitan una semana para vender lo que antes sacaban en un día. Si de ordinario hacían una docena de enormes y jugosas tortillas de patatas, ahora cocinan un par.

Escaparte de una librería del centro durante la crisis del coronavirus Valerio Merino

También han cerrado del todo las librerías . Lo que hay en sus estantes no se considera producto de primera necesidad, ni ahora ni antes y seguramente tampoco después. Novedades que ya no lo son se orean huérfanas en los escaparates, algunas con títulos demasiado sugerentes para la época que nos ha tocado vivir. Como «Contra los zombis» , del nobel de Economía Paul Krugman , o «Al más fuerte» , novela histórica de Robert Fabbri . La mejor es, sin embargo, la última obra de Bernardo Atxaga . Publicada un mes antes de la crisis, su título golpea como una espantosa premonición cumplida: «Casas y tumbas» .

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