PRETÉRITO iMPERFECTO

Mía

Es la cosificación de todo lo que nos rodea: unos pantalones, un videojuego, un móvil...o una chica

Una adolescente mira por la ventana de su vivienda en Córdoba al contraluz VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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Del trágico rosario estadístico que arma el rostro frío de la violencia de género hay una cuenta que rezuma más escalofríos si cabe. En el último año, el número de chicas menores de edad insertas en Córdoba en el sistema de vigilancia o supervisión policial se ha multiplicado por tres, pasando de ocho a veintitrés.

El total de cordobesas de todas las edades con riesgo detectado de sufrir alguna agresión alcanza ya las novecientas. Los datos pueden resultar al incauto parcos en su mera extensión cuántica, pero ahondan con preocupación en esa densa mancha de aceite que avanza y atesora, además, un amargo regusto a efecto del nido violento en las nuevas generaciones. Es la métrica de la dimensión a futuro del drama.

Unas generaciones que, a priori, están siendo educadas desde los tres años en el mejor contexto socioeconómico en décadas, en programas escolares y docentes que trabajan la concienciación, que reciben charlas de agentes policiales que hablan muy claro, que viven en una sociedad en la que la sensibilización y predisposición ante esta lacra está cambiando. No con el ritmo, tal vez, que debiera, ni con la sensatez y serenidad necesarias que huyan de otras batallas ideológicas. Que la mayoría de input informativos se han multiplicado, que los tamices públicos y legislativos se estrechan (como los presupuestarios) o que, a priori, residen en unos hogares donde los enfoques familiares son diferentes.

Los mimbres, pues, apuntarían a un buen cesto. Los indicios crean una apariencia positiva en esta tarea colectiva que empieza en casa, va al colegio, a la calle, al trabajo o termina en una discoteca. ¿Qué está pasando, entonces, para que adolescentes, y en algún caso hasta niñas, lleven colgado el sambenito de la orden de alejamiento o protección...?

No hay que desdeñar aquí una arquitectura legal altamente sensible con ciertas alertas sobre la violencia de género que arrastran debates muy hondos -casi un tercio de los hombres juzgados en lo que va de año en Córdoba por este tipo de violencia no ha sido condenado -. Torticeros usos de la misma para otros fines, o un revanchismo disfrazado de «buenismo»...; pero a la par, vital si el engranaje funciona con razón y vocación para focalizar y desenterrar un execrable fenómeno que vive en la casa del vecino de toda la vida cómplice con el terror y el silencio, pisando siempre terreno movedizo, peligroso, hasta que termina en una fatal tragedia que siempre se puede y se debe evitar.

En la base del actual comportamiento adolescente reside, en mayor o menor grado, la frustración al «no». Una negativa que la tiranía bien educada desde pequeñitos es incapaz de aceptar ayudada por la cosificación de todo lo que nos rodea y nos apetece: desde unos pantalones, un videojuego, un móvil...a una chica. Todos son «objetos» iguales. La sobreprotección impera y se vuelve en nuestra contra y aliada con la falta de tiempo y valores. No pensemos que la escuela tiene que resolverlo todo. Sólo debe cumplir su parte del trato social, aunque siempre es una buena excusa para evadir la responsabilidad de educar, que no transmitir conocimientos y enseñar. Llegará un día, como esto siga así, en que directamente los maestros reciban en la puerta del colegio de turno un paquete con la patria potestad de los hijos por incomparecencia progenitora.

Hoy empiezo en el recreo. Mañana sigo en el móvil. Ayer ocurrió en las redes sociales y puede que el próximo fin de semana llegue el primer empujón o agarrón en plena calle porque en mi poder supremo de tirano -que ha costado lo suyo criar- no se acepta un «no» por respuesta y sólo se admite el adjetivo posesivo de la primera persona. La violencia empuja como lenguaje universal en sus diferentes acepciones. Depredadores sexuales en potencia -los miembros de «La Manada» son «milenials» de veintitantos -... El egoísmo feroz. Mía.

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