Laura Boyer paseando por las calles de Madrid el pasado mes de octubre
Laura Boyer paseando por las calles de Madrid el pasado mes de octubre - KLA

Laura Boyer: «Mi padre era un hombre de los pies a la cabeza que amaba a las mujeres»

A poco más de un año de la muerte de Miguel Boyer, su hija mayor habla por primera vez a la prensa, y lo hace en ABC: «Antes de su crisis cerebral me dijo que había gente muy mala. Si tenía problemas, me habría gustado conocerlos»

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Cuando Miguel Boyer sufrió un ictus, en febrero de 2012, su hija Laura -fruto de su primer matrimonio con la ginecóloga Elena Arnedo- volvió a ser carne de paparazis. Probablemente esta sea la faceta de su vida que Laura más detesta, la que tiene que ver con ese universo mediático al que llegó de rebote cuando su padre se convirtió en ministro de Economía y Hacienda en 1982. Una fama no deseada que alcanzó su punto álgido cuando el político dejó el hogar familiar para lanzarse a los brazos de Isabel Preysler, que dos años después se convertiría en su segunda esposa.

En esta primera entrevista a un medio de comunicación, Laura Boyer quiere hacer un homenaje a sus progenitores y desmentir ciertas informaciones que se han publicado sobre ella.

No es la hija díscola del «superministro», tampoco tuvo ningún affaire con un playboy chileno. Sobre este asunto no duda en parafrasear a su padre: «Ya lo dijo él una vez: ‘‘España es un país de porteras’’». Al contrario de lo que se ha comentado, Laura sí acabó sus estudios de Economía, y más tarde también se licenció en Fotografía y Dirección y Guión Cinematográfico. «Mi padre jamás me habría permitido dejar la carrera a medias. ¡Era muy exigente!», recuerda.

Durante el último año y medio Laura no ha dejado de encadenar duelos. El 29 de septiembre de 2014 falleció su padre. Hace tres meses, cuando se cumplía un año de su muerte, intentó organizarle un funeral, «pero no hubo cuórum». Después murió su abuelo materno, Juan José Arnedo, y el 7 de septiembre de 2015 moría su madre, y también su perro, que «posiblemente falleció de pena». El último golpe ha sido la pérdida de Nieves, «la niñera de toda la vida» de sus dos hijos mayores. Un «annus horribilis» que Laura intenta superar pensando que es una época «de cambio, de relevo generacional».

«Ser hija de padres famosos, divorciados y que se han vuelto a casar con personajes públicos ha sido una carga»

Que tu padre haya sido uno de los ministros de Economía y Hacienda más importantes de España y tu madre una ginecóloga de renombre, que defendió los derechos de las mujeres e impulsó las investigaciones contra el cáncer de mama, tiene sus cosas buenas y malas. En la correspondencia que ha mantenido con este periódico desde su finca en Gerona, Laura reconoce que a veces apellidarse Boyer «ha sido un latazo». Y ser hija «de padres famosos, divorciados y que se han vuelto a casar con personajes públicos» también es una «faena, y carga». Tal vez por eso no ha querido que esta entrevista fuera presencial ni que hubiera una sesión de fotos para ilustrar su testimonio. Tampoco quiso hablar de Isabel Preysler.

Cuando Miguel Boyer tuvo el derrame cerebral, Laura llegó a recibir un anónimo «diciendo que todos los que se habían metido con José María Ruiz Mateos estaban muertos. Y enumeraba a Mariano Rubio, Juan Tomás de Salas...». Gente que ella conocía desde que era una niña. Al poco tiempo le rayaron el coche dentro de su propio garaje. «Como me dijo mi padre antes de su crisis cerebral: ‘‘Hay gente muy mala’’. Quiso tener una conversación privada conmigo sobre eso, pero no tuvo tiempo y luego ya no se acordaba. Me quedé con la duda, algo que lamento mucho. Si mi padre tenía problemas, me habría gustado conocerlos».

Siempre se ha dicho que Laura se sintió como una princesa destronada cuando nació su hermana Ana Boyer Preysler, también que le marcó la separación de sus progenitores a principios de los años 80. Incluso se llegó a publicar que la relación con su padre se había enfriado. «No es cierto lo que se ha dicho de que estábamos distanciados. Entre nosotros había una gran complicidad, nos entendíamos incluso telepáticamente. Si a veces hablábamos menos era porque alguno de los dos estaba pasando una mala racha y no quería preocupar al otro, pero siempre estaba a mi lado para lo importante, y yo al suyo. Era una unión indestructible que solo pudo romperse con su fallecimiento».

—¿Cómo era su padre en la intimidad?

—Un hombre culto, educado, valiente y honesto, con el que me habría gustado compartir mucho más tiempo. Como político tenía principios. Cuando todo el mundo dice que en España los políticos nunca dimiten, se equivocan. Él dejó voluntariamente el Ministerio de Economía y más adelante el PSOE, cuando dejó de compartir la visión de su cúpula.

—Ustedes eran «colegas» de profesión. ¿Compartían ideas?

—Aprendí muchas cosas de él como hombre de Estado. Estudiaba con él en el Ministerio de Economía y pernocté allí cuando se separó de mi madre y aún no vivía con Isabel. Fue un gran economista, creía que la movilidad y la flexibilidad en el empleo eran básicas para combatir el paro. Por eso promovió el alquiler de viviendas, con la famosa ley Boyer, y flexibilizó los horarios comerciales. Era un demócrata convencido que respetaba la división de poderes y el voto secreto. Leía mucha historia y periódicos extranjeros, hablaba tres idiomas. Él era una persona buena, compasiva y generosa, que creía de verdad en la redistribución de la riqueza y lamentaba las injusticias.

—¿Qué enseñanzas le dejó?

—El valor de la educación, del esfuerzo, el amor al estudio, a la lectura, al cine, a viajar y conocer otras culturas. De él heredé su gran fuerza y optimismo. Siempre se tomaba las cosas lo mejor posible, sin dejar de ser fiel a sí mismo. Nunca escondía sus sentimientos ni disimulaba su estado de ánimo. Mi padre no era hipócrita, tampoco un cínico, era un defecto que deploraba.

—¿Qué admiraba de él?

—Era un hombre de los pies a la cabeza que amaba a las mujeres, las escuchaba, las tomaba en consideración y las admiraba. Jamás le escuché decir ni una sola palabra machista. A veces, como toda hija de divorciados, me quejaba ante uno de mis progenitores sobre comportamientos del otro. Mi padre nunca royó ese hueso. Siempre me contestaba: «Tu madre es una persona muy inteligente». Ni una sola vez habló mal de ella. Ambos eran personas excelentes y distinguidos intelectuales, comprometidos con su tiempo y su país.

—¿Les echa mucho de menos?

—A mi madre la echo más de menos, claro. Porque tenía mayor proximidad con ella y porque era mujer. Pero mi padre será para mí siempre el hombre perfecto, voluntarioso, valiente, protector, inteligente, cariñoso, carismático y con un gran sentido del humor, que me puso el listón muy alto a la hora de elegir compañero de vida.

Miguel Boyer siempre le dijo a su primogénita que tenía que tener una profesión que no le inspirase demasiada pasión y un hobby que pudiera en un momento dado convertirse en profesión. «Decía esto porque era muy sensible y pasional y necesitaba protegerse del dolor», cuenta Laura. Un dolor del que también intentó proteger a su hija. «No te fíes ni de tu padre», le llegó a decir. «Confía en los libros, ellos no te decepcionan, las personas siempre lo hacen». Quizá por eso Laura ha permanecido callada tanto tiempo. Se ha «sentido con la obligación» de proteger a sus padres y no pregonar su vida privada. En definitiva, de estar a la altura de sus progenitores.

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