El ciclón Trump remueve las culpas sexuales de Bill Clinton

Denuncias por violación o acoso y relaciones en el Despacho Oval ensombrecen su pasado

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Estados Unidos, el extraordinario país que hace acopio de lo mejor y lo peor del ser humano, ha tenido en Bill Clinton al perfecto ejemplo de esas dos caras. Considerado uno de los mejores presidentes de las últimas décadas, su alabada gestión económica y en política exterior corrió en paralelo a una estruendosa vida personal llena de sobresaltos sexuales. Al político originario del pequeño Little Rock (Arkansas) se le puede aplicar, mejor que ningún otro, la máxima de «cherchez la femme» (busca a la mujer), para explicar la tórrida serie de incidentes que a punto estuvo de provocar la primera destitución de un presidente por sus impulsos genitales. Además de un pasado de denuncias por violación o acoso sexual, aunque fueran sobreseídas, el tórrido comportamiento de Bill también ha marcado la imagen de ambición desmedida de su mujer, Hillary, capaz de no rechazar como mujer y esposa un engaño y vergüenza continuados, según le reprochan sus críticos.

Aunque el caso que originó uno de los mayores alborotos de la historia reciente es el de la becaria Mónica Lewinsky, con la que mantuvo hasta nueve relaciones sexuales, algunas de ellas en el mismo Despacho Oval y cuando la entonces Primera Dama se encontraba en la Casa Blanca, la querella legal que interpuso Paula Jones fue la madre de todas las demandas. El pecado original que abrió la caja de pandora de una tormenta política que perseguiría al presidente hasta más allá de su mandato. Según denunció la empleada del Estado de Arkansas, el 8 de mayo de 1991, Bill Clinton, entonces el gobernador, la hizo subir a la habitación que ocupaba en un hotel de Little Rock. Cuando llegó, Clinton intentó seducirla, y, al comprobar que ella se resistía, terminó bajándose los pantalones y le pidió que le hiciera una felación. La funcionaria aceptó la petición del gobernador de mantener el incidente en silencio, hasta que tres años más tarde, coincidiendo con la publicación de un libro que lo relataba, la empleada pública presentó una demanda por acoso sexual. El proceso que siguió convirtió a Clinton en el primer presidente imputado, que tuvo que declarar cara a cara frente a su presunta víctima, en unos meses en que la política dio paso a los titulares más escabrosos de la historia del país. Pese a que en primera instancia la juez no encontró pruebas para inculparle, prefirió llegar a un acuerdo con Jones, a quien pagó 850.000 dólares para zanjar el caso. El «hombre de teflón», como terminaría siendo llamado por su resistencia y su habilidad para superar los escándalos, corrió mejor suerte que el también demócrata Gary Hart, a quien una indifelidad conyugal había obligado a abandonar su carrera pocos años antes.

En pleno proceso de Paula Jones contra Clinton, estalló el caso Lewinsky, al que dio nombre la joven de 22 años que mantuvo relaciones con el presidente dentro de la Casa Blanca. Puede que nunca hubiera trascendido, de no ser porque una amiga de la becaria, Linda Tripp, que trabajaba en el Departamento de Defensa, se dedicó a grabar las conversaciones entre ambas en las que Lewinsky le relataba los hechos. Tripp terminó aireando las cintas. La evidencia de que Clinton cometió perjurio al negar la relación, junto con otros cargos relacionados con el caso Paula Jones, derivaron en el proceso de impeachment, del que el Senado acabaría salvando al presidente por pocos votos.

La controvertida trayectoria sexual de Bill Clinton que ha trascendido habría comenzado en 1978, cuando era candidato a gobernador de Arkansas. Como denunciaría 21 años más tarde, Juanita Broaddrick, supervisora de un hogar de ancianos y que estaba muy interesada en ser voluntaria de su campaña, fue violada en un hotel. En su declaración, que mantiene hoy pese a que la denuncia fue archivada, asegura que Clinton la intentó forzar en diversas ocasiones hasta consumar el acto sexual.

En el otro de los relatos que saltaron a los periódicos pero que tampoco prosperó en los tribunales, la ayudante voluntaria en la Casa Blanca Kathleen Willey demandó a Clinton en los tribunales en 1998 por «abuso sexual», que, según ella, había tenido lugar cinco años antes en el Despacho Oval. Así lo describió: «Me besó en la boca, me tocó los pechos y me manoseó los genitales, antes de que lograra escaparme del Despacho».

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