Dominique Strauss-Kahn
Dominique Strauss-Kahn - afp

Strauss-Kahn, el depredador sexual a punto de ser enjaulado

El juicio está sacando a la luz las perversiones sexuales del expresidente del FMI

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El proceso de Dominique Strauss-Kahn (DSK) y otros doce cómplices de «veladas libertinas» por presuntos delitos de proxenetismo está revelando la cortísima distancia que había entre los palacios de la «izquierda caviar» y los más bajos prostíbulos de carretera.

El mes de marzo de 2011, DSK estaba considerado como el socialista más famoso y prometedor de Francia y Europa, futuro presidente de la República. Su esposa, Anne Sinclair, no desconocía que DSK tenía fama de mujeriego. Ella y sus amigos íntimos vivían aquellos primeros rumores con un cierto orgullo por el nivel de vida y la buena fama del economista.

El primer escándalo sexual, el acoso a una camarera negra en un hotel de lujo neoyorquino, comenzó por enturbiar esa imagen de glamour.

Cosas de «machos» tirando a canallescos. Pero en hoteles de lujo, eso sí. Sin embargo, el escándalo sexual como presunto proxeneta, del Hotel Carlton, de Lille, está dejando al descubierto una imagen mucho más cruda, atroz y siniestra.

DSK solo será interrogado la semana próxima. Pese a ello, los primeros testimonios de prostitutas, proxenetas y policías corruptos iluminan un paisaje prostibulario y unos comercios sexuales de la especie más pantanosa.

Las prostitutas y exprostitutas han contado por lo menudo los «servicios» exigidos y sus «tarifas». Cuando los «señores» pagaban, los tales «servicios» oscilaban entre los 80 y los 200 euros. Ofrecidos en tugurios de carretera fronteriza, con lavabos a la intemperie y «aseos» de una limpieza «exigua». Servicios «en cadena». Cadena de dos, tres, cuatro, cinco o seis «señores» pidiendo «rebajas» por el «servicio colectivo». Servicios terminados con vinazo y vómitos.

Los proxenetas con los que DSK trabó una cierta «amistad» y unas relaciones continuadas, en Lille, París, Washington y algún viaje ocasional a Madrid, parecen salidos de una novela esperpéntica con mucha dosis de porno sucio. «Pequeños empresarios» del sexo tarifado que «probaban» (gratis) sus «mercancías», antes de «ofrecerlas» a su clientela más «selecta». DSK, en este caso.

«Pequeños empresarios» que ofrecían a DSK lo más selecto de sus «productos» en «reservados de lujo», el Hotel Carlton y algunos apartamentos próximos. Economista emérito, al frente de la primera institución financiera mundial, el FMI, DSK utilizaba él mismo esa terminología: «mercancía», para referirse a las «chicas». O «servicios», para nombrar la «demanda» y «prestaciones» exigidas por el personaje emblemático de la izquierda «realista», cuando DSK se quitaba la máscara del glamour y descubría el rostro íntimo de su afición por los «placeres» de la acémila ebria o el consumidor que elige «productos» a bajo precio, en un híper barriobajero.

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