Don Felipe, en el despacho, durante el Mensaje de Navidad
Don Felipe, en el despacho, durante el Mensaje de Navidad - EFE

En nombre de todos los españoles

El Rey insistió en la necesidad de diálogo y de consensos básicos de las formaciones políticas para serenar al país, sin los cuales no es posible el funcionamiento de las instituciones

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De nuevo, la elevación de la Corona por encima de las contiendas partidistas concede a la Institución monárquica esa condición de refugio de estabilidad y seguridad tan necesaria en tiempos de turbulencias

El Mensaje de Navidad de Don Felipe ofreció ayer a los españoles una nueva manifestación del compromiso de la Corona con el bienestar y el futuro de la nación. Desde la referencia inicial a los damnificados y víctimas de las recientes inundaciones en el sur y el levante peninsular, hasta la apelación final por un nuevo modelo educativo, más ambicioso e instructivo para nuestros jóvenes, las palabras del Rey dieron voz a las principales necesidades de los ciudadanos y todos ellos pudieron sentirse reconocidos en sus sinceras preocupaciones.

Todos, menos aquellos que se obcecan en sus prejuicios nacionalistas o ideológicos y desconocen el respeto a las instituciones y a la Jefatura del Estado.

De nuevo, la elevación de la Corona por encima de las contiendas partidistas concede a la institución monárquica esa condición de refugio de estabilidad y seguridad tan necesaria en tiempos de turbulencias como el que ha vivido España. 2016 ha sido un año de incertidumbres políticas sin precedentes. A la ausencia de mayorías nítidas tras los resultados electorales se unió la grave crisis interna del PSOE, aún por resolver, y la emergencia de una extrema izquierda sin más idea clara que la de derogar el sistema constitucional de 1978. La falta de reacción de la clase política durante estos meses de ausencia de gobierno, puso a España en el filo de la crisis permanente. Sobre nuestro país sobrevoló de nuevo la desconfianza europea y de los mercados financieros.

Por eso, el Rey insistió en la necesidad de diálogo, de entendimiento y de consensos básicos de las formaciones para serenar el país, sin los cuales no es posible el funcionamiento de las instituciones democráticas, ni la toma de decisiones ante las necesidades generales. Nada más propio de la Corona, en una Monarquía parlamentaria, que animar a los partidos políticos a que encuentren puntos en común por el interés nacional. La experiencia en España demuestra que sólo una institución como la Corona, ajena al partidismo y a la ideología política, no salpicada por la confrontación y legitimada por el consenso constitucional de 1978 y el ejercicio constante de las responsabilidades que le corresponden, puede desempeñar con garantías esta función arbitral y moderadora.

Las reflexiones del Rey sobre España evitaron el pesimismo, pero no hicieron concesiones al optimismo injustificado. Los ciudadanos saben bien cuáles son sus circunstancias y no necesitan que les engañen, ni les vendan falsas expectativas. La crisis de confianza en las instituciones se debe, en gran medida, a la falta de empatía con el ciudadano. La fe que muestra Felipe VI en las capacidades de los españoles para superar las adversidades es consecuencia, precisamente, de las dificultades que aún pesan sobre los ciudadanos. La solidaridad de los españoles, la disposición al sacrificio personal y el valor de la familia fueron los rasgos principales de la sociedad española descrita por el Rey, y sobre ellos asentó su confianza en el futuro. Un futuro que exige más tolerancia y respeto para garantizar la convivencia; más bienestar social y esperanzas para unos jóvenes que, muchos de ellos, ahora eligen entre el paro o, los que pueden, buscar oportunidades fuera de nuestro país; más adaptación a las nuevas tecnologías que condicionan toda forma de comunicación y de relación humana.

En el plano político, Don Felipe no eludió el problema catalán, aún sin citarlo, al referirse a las actitudes «que ignoren o desprecien los derechos que tienen y que comparten todos los españoles para la organización de la vida común». Fue el alineamiento lógico de la Corona no con la política concreta de un determinado Gobierno, sino con los valores esenciales de la Constitución de 1978, innegociables e irrenunciables, principalmente la unidad indisoluble de la nación española y el respeto a la ley.

El mensaje del Rey tuvo menos contenido político que el del pasado año, probablemente porque la constitución de un nuevo gobierno bajo la presidencia de Mariano Rajoy y la novedosa experiencia de pactos concretos entre PP y PSOE -techo de gasto público, impago eléctrico- permitían poner la atención en otros aspectos de la vida social de España, igualmente necesitados del impulso que la Corona sabe imprimir a las instituciones para que atiendan las demandas de los ciudadanos. El Rey, en definitiva, supo hablar en nombre de todos los españoles.