Pablo Iglesias rodeado de periodistas sentados en el suelo.
Pablo Iglesias rodeado de periodistas sentados en el suelo. - ABC

Con la venia de Podemos

La estrategia de Pablo Iglesias, ahora destapada por la APM, se remonta a 2014

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Cuando el lunes 27 de febrero una docena de periodistas de a pie (de la nómina de otros tantos medios) llevaron a la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), en la calle de Juan Bravo, una colección de mensajes (whatsapp, sms, amenazas en las redes sociales...) que atentaban contra su libertad de información, en Podemos se conocía de sobra ese clamor de los redactores que cubren los actos de Pablo Iglesias. Tanto es así que una de sus representantes, Laura Casielles Hernández, responsable de Análisis de Medios, quizá alertada por una filtración, ya se había puesto en contacto con esa organización profesional para interesarse por los rumores sobre el malestar de los periodistas. Aunque desde la asociación de la prensa se le ofreció un encuentro, la portavoz del partido de Iglesias prefirió esperar a consultarlo con sus jefes.

Lo siguiente ya es conocido: el 6 de marzo se hacía pública una nota en la que se alertaba de «la estrategia de acoso de Podemos que vulnera de una manera grave los derechos constitucionales».

Comunicado de la APM
Comunicado de la APM

La respuesta de los políticos interpelados fue remitir a los tribunales a cuantos profesionales se creyesen intimidados y, además, instar a que se den a conocer los nombres de los denunciantes. La Asociación que preside Victoria Prego negó la segunda de las demandas ya que una de las condiciones para poner sobre la mesa esas coacciones fue salvaguardar la identidad de los afectados. No precisamente blindados por grandes contratos en sus medios. Y respecto al primero de los argumentos, sabían los diputados de Podemos que una dinámica de acusaciones e insultos, como los que dicen haber sufrido compañeros de doce medios, no se corresponde necesariamente con la comisión de un delito.

De hecho, esas prácticas mantenidas hasta ahora en la intimidad de una relación político-periodista no son de nuevo cuño. Sí quizá los métodos más sutiles de ejercerla. Pero en absoluto el fin mismo de las presiones. La estrategia del tercer partido en el Congreso fue ensayada durante los albores de Podemos. Para los periodistas que hemos compartido platós y estudios de radio con dirigentes de esta formación, antes incluso de las elecciones europeas de 2014 que les otorgaron por primera vez representación institucional y 1,2 millones de votos, era fácil comprobar que la línea de actuación siempre fue desactivar al interlocutor (periodista a ser posible), descalificándolo bajo la admonición de su pertenencia a la llamada «casta» de la Prensa o situándolo en una «servil» posición respecto a la oligarquía empresarial de su medio. En los platós más virulentos, dirigentes como Pablo Iglesias, Ramón Espinar o Juan Carlos Monedero atajaron durante meses cualquier parlamento de interlocutores críticos con adjetivos como «vendido», «amordazado» o «estómago agradecido» sin que la concurrencia de cámaras y micrófonos sirviera de sordina a tan desahogada descalificación del compañero de mesa. Qué decir pues de las persecuciones, casi escraches, en las redes sociales.

Los redactores que se sienten acosados son, en su mayor parte, informadores a pie de calle

Por tanto, en el adn de algunos de sus líderes está desestabilizar las organizaciones periodísticas atacando al colectivo sobre el que reposa la masa crítica de un medio: sus profesionales. Para ello se han valido de una acusación global que consiste en tachar de sumisos a los periodistas que callan sobre la que Podemos considera financiación opaca de sus medios, alimentada por publicidad institucional o favores empresariales. Como si las innegables malas prácticas de algunas empresas de comunicación y de algunos políticos de PP o PSOE convirtiera en inmaculados los métodos de intimidación de señalados dirigentes populistas, destapados ahora por informadores de a pie, por cierto, de medios de todos los signos editoriales. Paradójico resulta que las más duras acusaciones vertidas desde las filas de Iglesias han sido la reacción airada a informaciones sobre el dudoso origen (venezolano e iraní) del dinero con el que Podemos se transformó en partido político.

El periodista, el enemigo

«Buena parte de los periodistas están obligados profesionalmente a hablar mal porque así son las reglas del juego»; «La mayoría de los medios no hablan por la gente, sino por los grupos de interés»; «Les veo con cara de miedo a los periodistas»; «Esos periodistas que están en contra se juntaron, son gente enferma, y han soltado todas esas tonterías». No hay mucha diferencia entre esas cuatro frases. Son intercambiables porque todas atacan a los medios de comunicación. Parecidas... y sin embargo defendidas a miles de kilómetros –con un océano de por medio– por dos personas distintas y en apariencia lejanas ideológicamente. La primera y la tercera las ha pronunciado un político español: Pablo Iglesias; la segunda y la cuarta, uno norteamericano, Donald Trump. A lo que se ve, el populismo hocica en el mismo lugar: desprestigiar a la Prensa incómoda.

La CNN, The Washington Post, New York Times... son los enemigos declarados del presidente estadounidense. Los que ha señalado Podemos como amenazas para su discurso recorren muchas cabeceras tradicionales, televisiones, radios, diarios digitales, portales de Internet... Y un denominador común: los profesionales que se sienten «acosados» son redactores de base, es decir, en las antípodas de las oligarquías a las que el partido morado adivina en el control de las redacciones.

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