La calle Génova tras el escrutinio
La calle Génova tras el escrutinio - reuters

La noche electoral que nadie quiso celebrar ni lamentar

Seis miembros del Gobierno y los presidentes del Congreso y el Senado siguieron la jornada junto a Rajoy

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Eran las tres de la madrugada del lunes cuando el coche del presidente del Gobierno abandonó la sede de su partido en la calle Génova y enfiló hacia el Palacio de la Moncloa, una hora muy tardía de retirarse para lo que suele ser habitual en Mariano Rajoy. A esa hora ya no quedaba ni un solo dato no ya por computar, sino por analizar, del varapalo sufrido por el PP en todos los rincones de España. El presidente fue recibiendo la información a lo largo de siete horas encerrado en su despacho de la séptima planta y rodeado de sus más fieles colaboradores. Rajoy hizo muchas preguntas, habló poco y se lo tomó, fiel a su más puro estilo, con mucha tranquilidad.

Viri, su mujer, se había marchado un rato antes, cuando llegaron con las últimas noticias los dos miembros del Gobierno que se habían encargado del recuento oficial, Soraya Sáenz de Santamaría y Jorge Fernández. Allí se unieron a Ana Pastor, Fátima Bañez, José Manuel García Margallo, Cristóbal Montoro, los presidentes del Congreso y del Senado, Jesús Posada y Pío García Escudero, y la cúpula del PP, a excepción de la secretaria general, ausente en Toledo. Todos compartieron canapés, cervezas, vasos de vino y malas noticias aliñadas con alguna sorpresa agradable y una ausencia comentada por varios de ellos entre sí: la de su asesor Pedro Arriola.

Bono, en el cigarral de Page

El «gurú» del PP apenas si había pisado la sede del popular durante la campaña electoral, pero en el partido se daba por hecho que continuaba asesorando al presidente e interviniendo en la estrategia de Rajoy las últimas semanas. Por eso se extrañaron de no verle en su papel habitual de una noche electoral ofreciendo análisis, interpretando datos, sugiriendo líneas de comunicación. Pero el caso es que Arriola no apareció por allí el domingo por la noche y nadie preguntó el porqué.

También eran las tres de la madrugada cuando a setenta kilómetros de Madrid se dio por finalizada la fiesta, con barra libre incluida, en el cigarral de Toledo en el que el Partido Socialista se había reunido por si sonaba la flauta y su candidato a presidir el Gobierno de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, alcanzaba su objetivo. La flauta sonó cerca de la media noche.

Nadie superó en entusiasmo a José Bono, el expresidente a cuyos pechos se crió García Page, como tampoco a nadie se le había pasado por alto en su momento la reunión en la que Bono fue anfitrión de Pablo Iglesias, José Luis Rodríguez Zapatero y el próximo presidente castellano-manchego, una cita que tan mal sentó a Pedro Sánchez y cuya utilidad postrera fue recordada por numerosos asistentes al cigarral una vez que se repusieron del susto inicial, uno más de los de esa noche agridulce para tantos, de las encuestas que habían vaticinado la victoria de Cospedal poco antes de que comenzara el recuento de los votos.

La cruz de esa cara fue visible en el hotel del centro de Toledo en el que María Dolores de Cospedal vivió con cara triste, y mucho ánimo, ese recuento y su mala suerte. Por quinientos votos no repetirá como presidenta de la Comunidad. Solo quinientos votos habrían inclinado la balanza a su favor, los que se disputaron por el último escaño en liza Ciudadanos y Podemos. Cayó del lado de Podemos. De nada le valió ser la tercera de los presidentes autonómicos del PP, después de sus compañeros de La Rioja y Castilla y León, en porcentaje de votos.

Con mucho entusiasmo aparente, pero desilusión contenida por dentro que se manifestaba en muchos rostros, celebraron los dirigentes de los partidos emergentes y sus seguidores victorias parciales en Madrid. En el céntrico hotel elegido por Ciudadanos, informa Víctor Ruiz, todo estaba preparado para lo que iba a ser, se suponía, una gran noche.

Una nube de fotógrafos y periodistas estaban preparados para captar la sonrisa de Albert Rivera y el escrutinio en directo que colocaría a su partido en un papel decisivo de la vida política nacional. Pero cuando comenzó el recuento empezó a quedar claro que las horas siguientes no iban a resultar tan pletóricas como se esperaba.

«El Kichi», en Cádiz

La pujanza de Manuela Carmena en la carrera por la alcaldía de Madrid frente a Esperanza Aguirre echaba por tierra el papel decisivo de Ciudadanos en Cibeles. Los datos que iban llegando no cuadraban. Caras largas, cábalas y aritméticas para ver dónde se lograba representación. Que los resultados iban a estar por debajo de lo esperado se dejó sentir en la tardanza de Rivera en comparecer ante los medios de comunicación. Cuando él apareció, todo cambió. Ciudadanos sonríe cuando sonríe Rivera, y la posibilidad de condicionar el gobierno de Madrid otorgaba a su partido un argumento para presentar unos resultados positivos.

Como era de esperar, Podemos celebró sus victorias en la calle, aunque el posesivo no resulte exacto, no son suyas ni Manuela Carmena ni Ada Colau, ni siquiera «El Kichi», que es la pareja de su representante en Andalucía, Teresa Rodríguez, que cerró la noche cantando en plan comparsa de Carnaval en un balcón de Cadiz, la ciudad de la que va a ser alcalde.

Pero Podemos lo celebró y Pablo Iglesias ya tiene cara otra vez de que se ve como futuro presidente del Gobierno. Algo improvisado y en la sede de una asociación, con menos espacio que periodistas y tanta «cautela» como «ilusión». Así montó Podemos su cuartel general en el madrileño barrio de Delicias, nos informa Miriam Ruiz. Y allí esperó los resultados de su primer gran examen electoral. En las plantas superiores del edificio se sucedían apoderados del partido, de los que se «apoderaban» los nervios mientras seguían los primeros sondeos a pie de urna que publicaban los diferentes medios. «Gana Manuela», gritó una voz.

Para noche de carrusel, sube y baja, la que se vivió en el Círculo de Bellas Artes de Madrid entre los dos candidatos del Partido Socialista. Antonio Miguel Carmona empezó bajo de moral, aunque él encaja bien los golpes, como su amigo Poli Díaz, por lo que sobrellevó con dignidad el que Manuela Carmena le arrebatara el puesto de líder de la izquierda en la alcaldía. Dos despachos más allá, en la tercera planta del histórico edificio, Ángel Gabilondo, la apuesta de Pedro Sánchez, el favorito de Ferraz que había ninguneado a Carmona a lo largo de la campaña electoral, vio anochecer jaleado por los suyos como próximo presidente de la Comunidad de Madrid. Antes de la medianoche ya no iba a ser otra cosa que líder de la oposición.

Fue el escaño 65 de la Asamblea de Madrid. El mismo que a las 11.30 hizo saltar de júbilo al equipo de Cristina Cifuentes, instalado en unos despachos de la planta tercera porque los que la regional madrileña les facilitó en la primera no dejaban el mínimo espacio para trabajar. Fue la cara de la cruz de Génova.

La propia Cifuentes corrió al ascensor para darle la noticia a Rajoy y celebró con él lo único bueno de la noche en la sede del PP. Con Esperanza Aguirre, rodeada de caras largas en la primera planta, solo habló por teléfono. Poco después Aguirre se fue. La que aspira a ser presidenta madrileña, la última sorpresa de la intensa noche del 24-M, aún no se lo podía creer.

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